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“Sueños a través de una ventana”, de Miguel de Asís Pulido

Atlantis ediciones. Narrative Books. Madrid, 2021
lunes 12 de julio de 2021, 13:00h
Sueños a través de una ventana
Sueños a través de una ventana

Hace unos meses tuve la fortuna de encontrarme con “Sueños a través de una ventana”. Así, cara a cara con el texto de Miguel de Asís Pulido como un viajero que trae el testigo de una literatura de un largo linaje. Se trata de aquellos autores que escriben contra corriente, dueños de un estilo que no forma parte del común denominador de las nuevas generaciones de escritores.

Cuando un escritor hace sus primeras armas en el campo de las letras, suele aparecer sumergido en determinadas señas de identidad que marcan el estilo de la generación anterior, al menos la que ha ido triunfando en el campo editorial con determinados tropos que han tenido éxito entre -no digo los buenos o malos escritores-, sino a los que las tendencias editoriales le han dado voz. No es habitual encontrarse con un autor novel que renuncia a optar por los argumentos, tramas, estilos o hábitos narrativos de moda -para bien o para mal- en su primera obra.

Se puede acusar al autor de cualquier cosa menos de no haber cultivado la lectura, no puede ser inocente de no estar al tanto de una obra literaria que está claro que ha devorado de un modo inclemente. No es difícil imaginar las dudas de un joven creador que se plantea publicar, en estos tiempos difíciles incluso para autores consagrados, con el bagaje de un estilo ajeno a la moda de su tiempo, tratando temas tan extraviados de las convenciones coetáneas con muy pocas concesiones a lo que un editor hoy estaría dispuesto a publicar, de lo que un lector hoy estaría dispuesto a leer.

Miguel de Asis Pulido ha preferido transitar otros recorridos en su primera obra editada. Son caminos poco convencionales para las nuevas propuestas que hoy podemos encontrarnos; más bien prefiere sumergirse en las aguas de la filosofía, convirtiendo el mundo de las ideas en un tablero literario, proponiendo al lector una partida en soledad desde una insaciable voracidad por preguntar.

Efectivamente, en su hambre por narrar, trata a la filosofía como un juego literario y a la literatura como el furgón de un ferrocarril lleno de mercancía filosófica.

Desde mi punto de vista “Sueños a través de una ventana” mantiene en sus relatos una estructura basada en tres pilares: en primer lugar, el hallazgo de una reflexión (a veces es una frase) en torno a la que gira la estructura de cada relato. El segundo es el desarrollo a través de diferentes acciones de las posibilidades filosóficas de esta reflexión. Como en “Los Teólogos” de Borges -en el cuento de “Lucífer y el Filósofo”, y podemos encontrar muchos ejemplos más-, la acción se sostiene en las posibilidades de estas disgresiones. Los verdaderos protagonistas son las ideas que toman vida propia dialogando sobre sí mismas. Y para ello necesita un desenlace que me atrevería a decir que es el tercer punto de tensión que suele repetirse, con excepciones, en los cuentos de este volumen. Es la provocación, la paradoja que trata de suscitar en el lector cuando la fuerza de esas disgresiones no aboca al diálogo con un triunfo esperado.

A modo de thriller filosófico los personajes son títeres de las ideas que los mueven, que los animan y casi invariablemente los hacen perecer en su recorrido narrativo. Esto no quiere decir que estas disgresiones no estén exentas de irracional poesía, como en “Conversaciones humanas” que termina en el bello párrafo: dejaré que el sueño de una espera recorra mi ausencia, hasta que por fin asome su aurora el día que volvamos a encontrarnos.

Este thriller filosófico continuado se nutre de textos bíblicos, de Descartes, Spinoza, Aristóteles, Platón, Diógenes, o Nietzsche. Detrás laten Borges (“Las ruinas circulares”, “Los teólogos” o “Enma Zunz”, Bradbury (“Las crónicas marcianas” o “El Hombre ilustrado” en su “Profecía en un sueño en Runidio”, Hemingway (en su estilo directo) o Cortázar (“La isla a mediodía”, “Continuidad de los parques”, “El perseguidor” o “Casa tomada”) .

Si aparece Wittgenstein con los problemas del lenguaje, no está menos presente el Cratilo que obtiene una forma a medio camino entre las ruinas circulares o el “Incepción” onírico de la película de Nolan para recorrer las paradojas de la lengua.

“Llantos de una vieja” en cambio sigue otra senda, la del debate entre personajes, al modo del “Niebla” unamuniano o del “Final absurdo” de Laura Freixas.

El tercer pilar es el cuestionamiento de esas verdades una vez que se pone en movimiento. Ese tercer punto de apoyo que nos deja abiertos a una segunda mirada de lo que esos argumentos ofrecen.

Los puntos de tensión de sus relatos tienen que ver, desde mi punto de vista, con esos tres pilares.

Como en todo thriller filosófico el peligro es que los diálogos sufran de una cierta estaticidad. Los diálogos estarán, precisamente, al servicio de esa inacción. Normalmente el estilo directo sirve para aportar información, para aumentar la intriga o para crear o una atmósfera adecuada ante el lector. Los personajes redondos se mueven en diferentes planos y evolucionan mientras que los personajes planos resumen una virtud o un defecto, dan la réplica a los redondos y ayudan a dislocar su coherencia psicológica. En “la ventana indescifrable” sin embargo el diálogo se vuelve más ágil.

A veces lleva a esa inacción endémica de los personajes, como salvando algún tipo de arrepentimiento; el arrepentimiento lleva a la inacción, o como el natural encuentro entre malentendidos: Toda discusión transcurre a partir de un consenso en “Conversaciones humanas”, o en uno de los cuentos más logrados, “Teodiceas”.

En “Sueños” hay realmente un solo personaje que se mueve con un solo lenguaje en las diferentes caracterizaciones en las que se desdobla para abordar los diferentes argumentos que es el auténtico afán del autor. El hecho de que la enorme introspección que contiene uno tras otro cada uno de los relatos, no venga acompañado por una diferenciación realmente literaria de los lugares de los que parte cada uno de los caracteres, le da ese estatismo a muchos de sus relatos. Y no es por incapacidad del narrador sino porque no le interesa al autor hacerlo. No es su centro de interés.

Es una de las dificultades de esta obra. Para crear la atmósfera y detener la acción, hay una renuncia del narrador a las posibilidades de saber más de los personajes, de sus motivaciones o de sus expectativas. Al renunciar su autor a estas posibilidades narrativas, deja al lector huérfano de senderos que recorrer para descubrir quienes son realmente sus personajes, aunque cada relato esté abordando historias diferentes.

Del mismo modo que Eliseo saluda su entrada en un homenaje a Borges en Carta Sellada, Borges hizo lo mismo con su maestro en “A Leopoldo Lugones”. En aquel texto Borges entraba en la estancia de la mano de la famosa hipálage de Virgilio cuando quería la ficción que le entregase a Lugones un texto, como Eliseo entrega sus relatos al maestro argentino en sus “Sueños”: Ibant obscuri sola sub nocte per umbram. Virgilio sirve a Borges de cicerone. Aquí quienes iban “oscuros” bajo la noche “solitaria” no eran otros que Eneas y la Sibila. Desde “La Carta Sellada” hasta “La última escena”, Borges es un guía para nuestro narrador de la misma manera que Eneas y la Sibila lo sería de Virgilio en el libro VI de la “Eneida”.

Y será Borges quien le sirva de cicerone en temas como la culpa. Del mismo modo que en Emma Zunz la venganza deja sitio a la justicia porque no hay culpa individual, en “Teodiceas”, verdad, voluntad y culpa -la culpa individual no existe-, se alían definitivamente.

Siempre fui consciente de que la verdad pocas veces vence a la mentira y que los hombres prefieren vivir un sueño frondoso a enfrentarse a la desértica realidad”.

El narrador no deja fuera determinadas dosis de Filosofía del Derecho y no solo lo vincula con Borges sino con el Dürrenmatt de “Justicia”. La raza humana es voluntad inocente. Nadie es culpable. Aquí es la necesidad la que se alía con la culpa y la ignorancia. En la biografía comunitaria que el narrador ensaya en “El trono del becerro”, el personaje aspira a encontrase con la comunidad y a la vez con todos y con cada uno de los personajes de los “Sueños” porque esos caracteres son el coro de un solo personaje, de ese Eliseo oculto que mueve sus piezas en un tablero de paradojas filosóficas con las reglas de la tensión narrativa.

A veces es el Italo Calvino de las Ciudades Invisibles: son cualidades que el narrador vacía para dejar, ciudad por ciudad, en las esencias que tienen y de la esencias que carecen. Si en Calvino espera la participación del lector, Miguel de Asís parece no fiarse del todo del lector y se esfuerza en explicarlo. Quizás por desconfianza, quizás por el puro compartir su proceso interno. Y aquí es donde aparecen sus notas a pie de página.

Confieso que soy reticente, en principio, a este recurso típico del mundo académico, donde la nota a pie de página suele justificar sus estudios, donde se da cuenta de las fuentes utilizadas, donde el docto muestra sus cartas doctrinales y en las que se apoya para mantener la oportunidad de una u otra teoría académica. En literatura la nota tiene otras funciones.

En sus notas está el “checkpoint charlie” de la entrega de prisioneros de estos dos campos, de la literatura y de la filosofía. Las notas a pie de página en un texto literario miran en esa dirección.

Desde las anotaciones que hacían los monjes en los manuscritos que copiaban, como el benedictino “Beda el venerable” en el siglo VIII en extensas exégesis marginales, hasta el primer editor inglés, Richard Jugge, que las introdujo en el siglo XVI, su camino ha sido enormemente fértil.

Ha servido en muchos campos de batalla, como el satírico de Johnatan Swfit o el de incluir otra línea argumental en ellas, como en “La noche del oráculo” de Paul Auster o como primer eslabón de la literatura denominada “ergonómica” de la que “La casa de hojas” de Mark Z. Danielewski sería un buen ejemplo.

Los ejemplos serían infinitos, así como la funciones a las que en literatura las notas a pie de página han servido. Los caligramas, disparándose en diversas direcciones, desde la metaliteratura hasta el cyberpunk, o sencillamente el texto de Borges que se escribe como una espiral al abrirse sobre sí mismo a modo del laberinto de Creta, serían variaciones de la misma idea.

En “Sueños a través de una ventana” el uso de las notas tiene más que ver con el desdoblamiento que el autor provoca al dialogar con él mismo, convertido en lector. Si en la obra realmente hay un solo personaje que se multiplica para dar un efecto coral dependiendo de los temas elegidos -la culpa, el amor, el tiempo, el otro-, en las notas, los posibles lectores se reducen a uno solo que nos habla desde este recurso literario. Aproximación y distancia es, una vez más, la paradójica consecuencia.

Aparentemente Eliseo que aparece al principio y al final, y en algunas citas circunstanciales -en “Profecía en un sueño en Runidio” o en “La Fortuna de Darío”-, el protagonista no tiene entidad como personaje para atribuirle las peripecias de las diferentes escenas a las que dan lugar sus cuentos, a menos que pensemos que es el inmortal del cuento “El Castigo”.

Su centro son las disgresiones, los puntos de tensión se centran en la esencia de esos relatos en los que va, capa a capa, buscando el centro de las ideas que mantiene su tensión narrativa.

Como el personaje retirado en un armario porque el muerto no quiere que confiese, -Lo que pesa un muerto- en referencia al García Márquez de Cien años de Soledad: la esencia es la parte más extraña de él a la que no puede acceder el espectro, en “La verdad y nada más que la verdad”. Como en la esencia de las cosas que reduce el tren a un elemento de transporte, en “Conversaciones humanas”, o la esencia del gallo desplumando en la controversia entre Diógenes y Platón. También la esencia de la violencia (¿de género?) en “Un viaje bajo el sol”, con un final abierto muy inquietante.

En definitiva, una jugosa opera prima con la que Miguel de Asís saluda al mundo literario. Un mundo literario con mayúsculas en la que camina, con estilo propio a hombros de gigantes.

Bienvenido Eliseo, bienvenido Miguel.

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