También es verdad que esa conciencia responsable no se le puede pedir a una niña. Menos mal que conseguía salía airosa de los embolados (bueno, no siempre). Eran otros tiempos. Ahora, el perdón en una democracia consolidada es un chollo, puedes pedirlo de manera indiscriminada y abusiva. El Papa Francisco, el rey emérito o cualquier mindundi desaprensivo te pide perdón con la misma displicencia que se saca un moco de la nariz. Y si no lo aceptas, eres un asocial impresentable.
Los políticos son otra historia. El “perdona, pero aguanta” es su lema comodín. Para ellos un error, una torpeza, un descalabro sería un fallo técnico imperdonable que les obligaría a dimitir, por eso se resisten con uñas y dientes a reconocer sus errores. Aunque entre ellos se entienden. Fíjate que pensaba montar un crowdfunding para que Odón Elorza pagara la multa por abstenerse en la votación de los candidatos al Tribunal Constitucional. Pero no hace falta, seguro que le perdonan. La penitencia habrá sido desgañitarse en el Congreso gritando “¡ETA no está aquí. Aquí no hay terroristas, aquí hay franquistas!” Patético, tío. Y no se ha tapado ni la nariz ni las vergüenzas.
Puedes comprar los libros de Begoña Ameztoy en: