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"Don Álvaro de Luna (1390-1453). La tragedia de un precursor", de Agustín García Simón

Ed. Marcial Pons. 2021
martes 20 de junio de 2023, 19:18h
Don Álvaro de Luna (1390-1453). La tragedia de un precursor
Don Álvaro de Luna (1390-1453). La tragedia de un precursor
Estamos ante un libro estupendo sobre uno de los magnates más eximios o, cuanto menos más poderosos de la Baja Edad Media o comienzo de la Edad Moderna. Pero, Agustín García Simón, es un historiador segoviano muy vinculado a la Comunidad Autonómica de León y Castilla, ¡y se le nota!, porque sus análisis castellanistas son constantes, y sobre todo cuando la titulación constante del Rey Juan II lo es, según el propio monarca, como de Castilla y de León, sobra tanto concepto castellano o de Castilla para ser rigurosos, sensu stricto.

«La figura de don Álvaro de Luna (1390-1453) marca de manera determinante el devenir de la primera mitad del siglo XV en la corona castellana [DE CASTILLA Y DE LEÓN], y aun del resto de los reinos hispánicos. La fuerza del personaje, como valido primigenio de Juan II de Castilla [Y DE LEÓN], impregnó su tiempo de nuevas formas en la lucha denodada entre el asentimiento autoritario de la monarquía y la brutal oposición de la oligarquía feudal. Un tiempo de transición que despliega, con frenético arrebato, el trepidante enfrentamiento por el poder en la punta de una sociedad en manos de conspiradores. Época primera de tenues luces en el claroscuro de una feroz resistencia, donde la personalidad de don Álvaro de Luna emerge como singular, raro ejemplo de coherencia e innovación en los primeros vagidos del Estado moderno. Este libro traza su peripecia y la subida y bajada del arco de su vida, hasta la serenidad impresionante de su muerte alevosa y su rotunda fama. Lo hace con un lenguaje capaz de matizar, por su agudeza, la intrincada tragedia de un siglo mucho más cercano de lo que cabe imaginar de nuestra propia actualidad».

Tras la muerte alevosa, magnicidio puro y duro, en los campos de Montiel del rey Pedro I de Castilla y de León, el fautuor del asesinato, su hermanastro Enrique II de Trastámara “el de las Mercedes”, se sentará en el trono de dichos reinos. En esta situación política de nuevo cuño, una sombra ominosa nobiliaria parece ceñirse sobre los reinos de León y de Castilla; y serán los Reyes Católicos, Isabel I y Fernando V, los que ya en el año 1479 se verán obligados a poner orden y concierto en aquel caos sociopolítico, que afecta, de forma lamentable, hasta a la Reconquista. Se producen hasta cinco guerras civiles, en una época en la que los magnates no tienen el más mínimo inconveniente en discutir, hasta violentamente, la autoridad del trono glorioso de los Reinos de León y de Castilla.

El enfrentamiento entre los contendientes que lo encarnan semeja la trabazón de una obsesiva imposición y permanencia. La nobleza, que divide en vieja y nueva la instauración y primer desarrollo de la dinastía bastarda de los Trastámara, inicia, en el último tercio del siglo XIV, una expansión imparable que asentará su poder aristocrático a lo largo del siglo XV. En frente, una monarquía que, de manera antagónica, pero por fuerza simbiótica, va estableciendo las bases firmes de su autoritarismo y preeminencia. Se hacen la guerra, pero se necesitan mutuamente”.

Los organismos de nueva creación conforman una estructura sociopolítica diferente. La Audiencia Real, será el tribunal supremo de la corte, estructura judicial creada por Enrique II en el año 1371. De forma paulatina, este tribunal se irá confundiendo e imbricándose con la Cancillería o Chancillería, ambos serán uno en el año 1442, siendo la urbe donde radicará, Valladolid. La presión fiscal a lo largo del siglo XV se mantuvo invariable o bajó algo. La Corona de Castilla y de León era la más extensa y densamente poblada de todos los territorios de las Españas, integrada por territorios y regiones muy diversas e, incluso, antagónicos, desde Galicia a Murcia, pasando por Asturias y el País Vasco, hasta llegar al Atlántico de Cádiz, Huelva o El Algarve; sus fronteras tocaban con Aragón y Navarra. El poderoso monarca tenía claros sus títulos, lo que dictaban todos los documentos de su cancillería: “… de Castilla, de León, de Toledo, de Gallizia, de Sevilla, de Cordova, de Murçia, de Jahén, del Algarbe, de Algezira e Señor de Vizcaya e de Molina. Tierras y gentes muy distintas, pero con un sentido indudable de unidad política en torno a la monarquía, y una fluidez en el entendimiento entre sus partes, que unía con fuerza afanes y expectativas, desde la guerra contra el moro hasta la verdadera riqueza, que en este siglo vertebró el reino: la lana y su exportación a los puertos europeos del norte”.

El personaje, que hoy nos ocupa, es una figura excepcional durante el reinado de Juan II de Castilla y de León (1406-1454), se llama don Álvaro de Luna (1390-1453), es un hombre grande y, por ello, conllevará todo tipo de envidias sobre sus espaldas, sus iguales le discuten sin ambages y tratan de combatirle, y lo perseguirán hasta la muerte. Su evolución vivencial presenta una curva perfecta, en forma de arco, empezando de cero, irá creciendo, hasta llegar a la inflexión mortal más absoluta. Su muerte será aceptada por él, serenamente y sin defenderse, y a los enemigos les procurará una muy mala conciencia. En la capital imperial leonesa, urbe capitolina del Reino de León o Regnun Imperium Legionensis existe, restaurado magníficamente, un Palacio que fue del Conde de Luna, y su historia está imbricada en dicha ciudad. El gobierno de don Álvaro de Luna se va a derrumbar a principios del año 1439; ya desde el año 1437, los magnates que habían estado a su lado, comienzan a discutir su poder y su autoridad, y llegan a la convicción de que es preciso apartarlo del poder, incluso drásticamente, y además no les produce ningún cargo de conciencia. Su apoyo regio se refiere al que le otorga un hombre débil y fuliginoso, y que solo piensa en sí mismo y en el mantenimiento de su dinastía.

La oligarquía se sintió amenazada en su existencia hasta ver peligrar su papel determinante, advirtiendo que el condestable no era su instrumento de servicio en el control del rey, lo que debería permitirle el disfrute omnímodo del poder, sino que ella lo era del propio condestable. Este, por su parte, ofuscado y pleno, convencido de su no retorno, descuidó su guardia ante un interesado aliado que, pese a su agudeza, aún no conocía”. Su mayor crítico, A. de Palencia (1473) indica, claramente, sobre la personalidad del condestable: “Mientras duró su lozanía, supo mañosamente D. Álvaro ir acrecentando su poder y su influjo hasta arrogarse la omnímoda autoridad del cetro, pues a excepción del título del rey, de todo lo demás era dueño; pero luego, los nobles y poderosos adversarios, bajo el plausible pretexto de la libertad del rey, trataron de conseguir por la violencia lo que en vano intentaron repetidas veces alcanzar por la templanza. De aquí más borrascosas turbulencias, y al fin el cruel azote de la guerra y el menosprecio de las leyes…”. ¡Libro magnífico y muy necesario para el conocimiento de este personaje esencial y de su época! «Extra Historiam nulla salus Regno Legionis. ET. Pulvis, cinis, nihil».

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