La ciudad es un trazado místico, se despliega en capas de experiencia. Lo que se cuenta, lo que se vive, lo que se siente—todo se puede plasmar en color. Cada paso es un redescubrimiento, una revelación que se construye colectivamente al contemplar edificios históricos, esculturas, lugares abiertos y cerrados. El recorrido mismo se vuelve una inscripción silenciosa, una fotografía que revela lo oculto. Miguel Asa (Guadalajara, Méxiico, 1984) ofrece precisamente esta visión singular: una ciudad adornada con colores vibrantes y trazos audaces, un legado visual de las lecciones aprendidas y las emociones palpitantes. Durante sus odiseas en bicicleta por estados, municipios y pueblos, lo desconocido es su brújula; la memoria, la comunidad, el diálogo y la interpretación colaborativa de los espacios públicos forman su eje.