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NUEVA TRIBUNA

La marginalidad de la literatura

La marginalidad de la literatura

Por Fernando Ontañón
viernes 20 de enero de 2017, 18:00h

En los últimos días, casi todos los medios de comunicación de este país se han hecho eco de esta noticia: “El 40% de los españoles no lee nunca”. El dato es terrorífico, porque del nunca al casi nunca pasamos enseguida al 60% restante, donde aparecen juntos y revueltos lectores de todo tipo y condición. En definitiva, parece ser que los lectores habituales, casi se me escapa “sospechosos habituales”, se han convertido en una consolidada minoría.

Siempre que aparecen este tipo de datos, todos nos llevamos las manos a la cabeza, nos decimos unos a otros, ¡pero cómo es posible!, ¡hay que tomar medidas! Y es entonces cuando desde los diferentes gobiernos españoles empiezan a sacarse de la manga múltiples planes de fomento de la lectura cuyo spot publicitario suele ser la mar de ingenioso; y lo vemos por la tele y lo escuchamos por la radio e incluso los escasos lectores españoles acaban leyéndolo en algún periódico. Unos meses después, las burbujas del marketing desaparecen y todos tan contentos. Los políticos siguen con el Marca, los futbolistas con la gomina y los medios de comunicación a la caza de noticias sobre políticos y futbolistas.

La literatura se ha convertido en algo marginal. Las páginas de prensa dedicadas a los libros han desaparecido o bien han sido marginadas exclusivamente a suplementos denominados culturales que aparecen una vez por semana. No están en el día a día. El libro no es noticia, a no ser que haya sido escrito (o venga firmado) por el famoso de turno, o que el escritor sea un superventas millonario, algo parecido a una estrella del rock o un actor de Hollywood. El dinero, el éxito fulgurante, eso es lo noticiable hoy en día. En la televisión, en los telediarios, los libros no existen (¿Nos consolamos con Página dos?).

En el colegio, los niños siguen dándole al Arcipreste de Hita (el plan de estudios de lengua y literatura debe de ser el mismo que tenía mi bisabuelo) y creyendo que leer es una actividad triste, aburrida e incomprensible. La percepción generalizada de que leer es aburrido es el gran lastre de nuestro sistema educativo. Mientras tanto, las librerías deben hacer malabarismos para sobrevivir, los escritores cualquier otra cosa menos escribir y los lectores buscarse otro trabajo en sus horas libres para intentar llegar a fin de mes. Menudo briefing (con perdón) para una campaña de fomento de la lectura.

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