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"El ocho de las abejas", de Cleofé Campuzano Marco

Editorial Devenir, Madrid, 2018

Por Gregorio Muelas Bermúdez
sábado 24 de noviembre de 2018, 12:06h

Cleofé Campuzano Marco (1986) demuestra una envidiable madurez creativa en su primer poemario, de título tan curioso como significativo, "El ocho de las abejas", que remite a la figura de ocho horizontal que trazan las abejas obreras a modo de danza para comunicar a sus pares la dirección y distancia de la fuente de polen. Cabe decir que resulta difícil encontrar una opera prima tan bien construida, sin embargo la poeta murciana salva con holgura el paso quebradizo de la primera creación para poner pie firme en saledizo.

El ocho de las abejas
El ocho de las abejas

Cleofé Campuzano es educadora de museos. Inició sus estudios universitarios en Filología Hispánica, posteriormente se graduó en Educación Social y se especializó en la vertiente sociocultural. Posee el Máster en Antropología social y cultural por la Universidad de Murcia y el Máster en museos, educación y comunicación por la Universidad de Zaragoza. Habitualmente colabora en diversos medios con trabajos científicos y reseñas. Ha participado en revistas de poesía y espacios literarios como Crátera, Oculta Lit, Low-fi ardentía, Opticks Magazine, La Galla Ciencia, Empireuma, El coloquio de los perros y Círculo de Poesía, entre otros. Actualmente divide su tiempo entre sus investigaciones sobre patrimonio y educación, la poesía y el comisariado pedagógico en arte contemporáneo.

Publicado en la prestigiosa colección de poesía de la conocida editorial madrileña Devenir, que tantos y buenos autores ha dado a nuestra lírica contemporánea, el libro se inicia con un prólogo del poeta oriolano José Luis Zerón Huguet, autor de referencia en Alicante y Murcia, que pone de relieve la entidad lírica de El ocho de la abejas, un laborioso trabajo, como el de los insectos a los que alude en el título, donde Cleofé Campuzano transcribe un personal vitalismo con versos blancos donde deja entrever un pensamiento íntimo, fruto de una lúcida introspección sobre una realidad a menudo ajena.

Como señala José Luis Zerón en su prólogo, este poemario “nos habla, sobre todo, del ser humano, del aprendizaje experiencial al que está condenado desde que nace hasta que muere”, si la experiencia es la madre de todas las ciencias, el ser humano no ha dejado de indagar para hallar asideros imposibles en un mundo que lo aboca a la desaparición. Sin embargo, Cleofé parece haber encontrado la respuesta en el lenguaje, cuidado y rítmico a pesar de su aparente versolibrismo, y tan rico como elevado, así emplea vocablos como trochas, lejío, greda, ácrato, cernidura.

El poemario se estructura en tres partes, con los siguientes epígrafes y número de composiciones: “La eternidad que vive en los tejados”, integrado por quince poemas; “Por fin la rueda encuentra reposo”, dividido en seis poemas breves; y “Ocho, mímesis, abejas”, último apartado que da título al conjunto y que está constituido por catorce composiciones. En total treinta y cinco poemas como las celdillas de un panal. Nos encontramos, pues, con una obra madura, cargada de simbolismo y con vocación metafísica, veamos algunos versos extraídos del poema “Sitios en nombres propios”:

“No tardamos en dejar arrebolada la boca

en la tarde de un álamo

nutrido de años y años

ante estas mismas preguntas.”

O estos versos de “Los usos del tiempo”:

“Cuando perdemos valor,

envejecemos.

La miseria nos acerca a nuestro misterio.”

La poesía de Cleofé Campuzano es su particular forma de autoconocimiento, se nutre para ello de cierta inspiración surrealista que en ocasiones puede parecer un tanto hermética pero esto, lejos de ser un hándicap, supone un verdadero estímulo para el lector avezado por cuanto apunta a una profundidad y estilo propios.

Un comentario aparte merecen las citas que introducen algunos poemas, donde podemos encontrar desde un fragmento de Tolstoi hasta versos de Anna Ajmátova, A. Pushkin y Arseni Tarkovski, una proliferación de autores rusos que demuestra una interesante filiación con su literatura e historia.

Otro aspecto a destacar es la forma que la poeta dispone para sus versos pues abundan los encabalgamientos abruptos, que lejos de hacer más áspero el discurso aportan una dimensión adicional a su significado. En definitiva, El ocho de las abejas supone el primer hito de una joven poeta llamada a contarnos muchas cosas pero con un decir único, en progresión.

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