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ENTRE LO CONTADO Y LO CANTADO

Entre lo contado y lo cantado

Por Jesús Cárdenas
lunes 18 de marzo de 2019, 19:14h
Animal fabuloso
Animal fabuloso

"Animal fabuloso", editado por Chamán Ediciones, corresponde al tercer libro de poemas de José Óscar López, aunque si tenemos en cuenta el lirismo del libro de relatos de Fragmentos de un mundo acelerado (Balduque, 2017), diremos que es su cuarto poemario si nos atenemos al estilo del autor y a su propuesta estética: hablamos de textos fronterizos que cuentan y cantan al mismo tiempo. Es lo que denominaremos “poesía fronteriza”, a caballo entre la narración y el verso; entre lo contado y lo cantado. Aunque, tengamos en cuenta que la posmodernidad hizo mella en la permeabilidad de los géneros hasta perforarlos.

El autor murciano nos presenta, en este volumen lírico, un conjunto de composiciones divididas en seis capítulos, ciclos o bloques, aunque queda articulado en torno a un filamento que conduce la electricidad emocional: el amor. El viejo tema del amor tratado con tensión y sin trillados tópicos, lo que ya, de por sí, constituye un sustancial mérito del autor. Porque una cosa ha de tener clara el lector: con José Óscar López es imposible aburrirse.

A la media centena de poemas, que cabe añadir, por expreso deseo del autor, un aparato paratextual con diez citas cuyo denominadores comunes son, por un lado, el surrealismo, y, de otro, la esencialidad. Pongamos a cocinar los personajes de cuentos, las divagaciones líricas y aderecémoslo con los sueños y con la mirada limpia e ingenua de un niño, pues este libro aspira a que observemos el mundo de otra manera y, por ende, a reestructurar nuestra forma de comprenderlo. Así, advertidos quedan los lectores, antes de adentrarnos en esta singular creación literaria.

En los poemas de Animal fabuloso solo cabe el lector imaginario. Los poemas poseen la entidad de intertexto, pues conservan la plataforma con la que impulsarnos a otros textos gracias a citas, referencias directas o alusiones implícitas; es decir, sus poemas alumbran otros textos, con lo que el autor, a su vez, creará en su imaginación nuevos pasajes. José Óscar no se conforma con decir, sino con jugar a decir. Así, su obra encaja en el intertexto, en un texto híbrido, propio de la entidad textual posmoderna. Para ello, no obviaemos la tradición literaria moderna de la que es deudor de manera directa o indirecta: la que alumbra los poemas en prosa en la tradición francesa (Baudelaire, Mallarmè, Rimbaud…), en la hispanoamericana (Darío, Huidobro, Girondo, Vallejo, Neruda…) o en la española (Juan Ramón, Alberti…).

Si tuviésemos que declinarnos por definir este poemario dentro de un estilo apolíneo o dionisíaco, no sabríamos por qué decantarnos, pues tan pronto nos muestra a un personaje encantador, como “Dorisa Day”, como parece asomar la tristeza; cuando parece llegar al corazón de un niño, el asunto se pone serio en “Pequeña tortuguita, mi anciana maestra zen”. Lo que queda claro en ese fluido de contrarios es la lección que nos llevamos quienes descubrimos asombrados el detalle, no de otro mundo, sino del nuestro.

Veamos, ya desde el poema que abre el libro “Buenos días, oscuridad”, que funciona como un mantra casi lisérgico, con multitud de símbolos (la luz, el día, la noche), que, en apariencia antitéticos, funcionan como polos opuestos que se atraen, como si fueran frutos de la ensoñación (“Me lo ha dictado el sueño”) con el fin de alejarnos de esos días alienados, de ese mundo hostil en definitiva, que marcará el tono de la obra: “Buenos días oscuridad. / Se acercan bestias pavorosas / y nos llaman por nuestro nombre”.

A partir de entonces y a medida que vamos leyendo, sorprende la capacidad de observación de López, su permanente estado de asombro ante el medio natural. Su mirada permite describir un imaginario único, evocando la reconstrucción de un mundo nuevo. Así, se nos muestra en los últimos versos del poema “Los espías del cielo nocturno”:

Los fontaneros de la realidad

concluyen su diagnostico: hace aguas

la realidad. Por todas partes.

Y en cada vía abierta

de agua se abre un nuevo universo

Los elementos naturales (la luz, el agua) actuarán como símbolos, bien tejiendo el cuerpo y las palabras del verso (en “Acuario” y “Las nadadoras”), bien recreando con metáforas tejidas del entorno (“el reino cuyas puertas me franqueas / sin sospecharlo, mientras duermes”, en el lírico “Agosto”). En esa recreación volverá su mirada a la niñez evocando recuerdos fusionados con imágenes delirantes, en el poema “Carrusel” y, de igual modo, en ese guiño al cine que es “Dorisa Day”. Pero el poeta termina sucumbiendo al extraordinario poder que ejerce la naturaleza, así es animalizado, convertido, en “pájaro”, pues canta (“Y habla con los pájaros. Alguna vez / aprenderé ese idioma”, como aquel magnífico verso de Jorge Guillén: “Todo en el aire es pájaro”.

No se conforma el pájaro cantor con describir sino que remite al principio básico de la poesía, como si de una poética se tratase, pues, a lo largo de la segunda parte por medio de secciones, va trazando su particular cosmovisión: “Elimino del verso / el brillo de la luna” (1); “Me lo ha dictado el sueño y/ luego iré a por más” (8); “te paras un instante / y simplemente miras, / es otra forma de hacer algo” (9)... A la par, el sujeto insiste en conservar la duda del límite de lo que se ve, qué horizonte puede alcanzar la vista tras “despertar” del sueño, por lo que se deduce el viejo tema del sueño y la realidad, pero renacido, esta vez, tras una necesaria siesta.

Los poemas se van sucediendo en diferentes imágenes visuales muy potentes: “Nos consumimos lentos. El sol / bebe las limonadas” (3); “Lábiles días: pruebas / tus nuevos ojos sobre ellos” (4); o “No la llave, moneda / diaria del olvido”, que puede leerse en la sección 6 de la sección central, y más amplia, titulada “Un mar de luxaciones”. Se busca aprehender la realidad para explicarla, acaso para que le sirva de explicación al propio sujeto: “Estoy tratando de explicarlo” (12), o “sólo lo sucedido, así, sin hilo” (17).

Hasta llegar al último capítulo donde el estilo narrativo, acercándonos al territorio del microrrelato o del cuento tradicional, ha quedado marcado en los poemas “Canción cursi”, “Nana del niño que inventa su nana” o “La felicidad no da la felicidad”, donde el cuento, sin que falte la musicalidad del canto, necesita de la presencia del otro para que el sujeto encuentre sentido a la realidad:

La casa del deseo, graznó el poeta pájaro,

el pájaro cantante, el pájaro más pájaro,

desde un balcón cerrado.

La bandeja se cae y con ella el desayuno.

Ven, porque sé ya cómo huir de tanto estrépito.

Sin embargo, el poder lírico se queda con el detalle descriptivo más atenuado, donde las palabras sugieren más que dicen, donde se evoca lo que sucede. Extraordinario poema es, a este respecto, “Hotel Vía Láctea”, donde el poema presenta la cotidianidad partiendo de un tono arraigado en el recuerdo, y hasta cierto punto pesimista (“La forma en que mi padre me enseñaba / lo lento que maduran las cerezas, / lo que curten los golpes en la vida, / la verdadera dimensión de nuestro paso”) pero en la segunda estrofa, el poema cambia de rumbo de la noche al día, devolviendo al sujeto a la autenticidad que genera un nuevo día en presencia de su amada (“y llamo a nuestra habitación / para ver si estás lista para desayunar / y darte agradecido estas cerezas, / amor, los buenos días”).

Por ello, e hilando con el poema siguiente, “Una casa, un río”, el sujeto reclama la calma para saborear el momento, lo que necesita de otro mundo, donde encaja a la perfección, nuevamente, el agua: “el mundo era un océano / y todos nos movíamos despacio”. De eso se trata, al fin y al cabo, de saborear la vida, al giaul que estos poemas, en el presente inmediato, verso a verso. Así, es imposible contenerse a no detenerse en el lirismo de los versos que cierran el poemario, que, completan el círculo y ofrecen un mayor entendimiento al lector del mismo; un canto de la autenticidad, “Bestiario”:

No confíes en nada de lo que rodea,

todo son filtraciones de uno mismo,

así que rómpete a ti mismo y deja

que aflore lenta de entre tus pedazos

la verdad siempre ajena, innumerable.

En resumidas cuentas, Animal fabuloso forma parte de esa escasa poesía ajena a las modas, extremadamente libre. José Óscar López revoca el presente, mediante una singular voz que cuenta y canta, evocando un mundo menos hostil, acuático, natural, sin corromper, donde el lenguaje poético es transgredido y, al mismo tiempo, respetado, amado.

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José Óscar López
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