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Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós (Foto: Archivo)

Galdós: la mentira, la verdad y la leyenda

Por Carolina Molina
jueves 07 de noviembre de 2019, 22:31h

Todo escritor famoso se merece, por lo menos, una larga lista de mentiras atribuibles. El pueblo español que lleva en sus genes eso de desmerecer los logros ajenos más que de alabarlos, es docto, sin embargo, en imaginación. Los chismes y el qué dirán, fueron en la época de Benito Pérez Galdós tan reales como en la actualidad.

Cuando don Benito vivía no existían las “fake news” pero había quien disfrutaba chismorreando o inventando a costa de la gente famosa. Así que al escritor más célebre del XIX en España, con una larga lista de publicaciones a sus espaldas, conferencias, artículos y obras teatrales, que además era conocido por su generosidad y con gran capacidad de seducción entre público femenino, no le faltó quien lo envidiara.

Galdós estuvo en activo cerca de sesenta y cinco años y en la mayoría de ellos recibió desiguales elogios además de granjearse una buena lista de enemigos por sus ideas liberales y su actitud crítica hacia la corrupción política y la intolerancia religiosa.

Dijeron de él que era anticlerical y así parecen demostrarlo muchas de sus novelas que a lo largo de los años han sido denominadas como “novelas de tesis”. “Doña Perfecta”, “Gloria”, “La familia de León Roch” y su más famosa obra teatral “Electra” ahondaban en la intransigencia, la superstición y el poder que acaparaba la iglesia en la España de su tiempo. Respetuoso en todo cuanto hacía nunca calumnió, ni dijo una palabra más alta que otra en relación a los privilegios que poseía el alto clero, a quien denunció en boca de sus personajes con argumentos suficientes. Pero sus novelas hirieron mucho más que los mítines políticos, que siendo ya anciano, tuvo que realizar metido ya en política y muy a su pesar, pues no le gustaba hablar en público.

Los sectores más conservadores de la sociedad demonizaron a Galdós, lo convirtieron en un indeseable. Les preocupaba su poder de convocatoria, la trascendencia que tenían sus novelas que llegaban a todos los españoles, incluso hasta los que no sabían leer y las conservaban como un producto de moda, imprescindible si se quería presumir. Galdós era la voz del pueblo y eso a la Iglesia le parecía, cuando menos, peligroso.

Tras el estreno de “Electra” la situación de Galdós sufrió un giro inesperado. Ni siquiera él se imaginó el éxito rotundo que alcanzaría la obra. Diferentes sucesos, como el caso Ubao (el de una joven que quería meterse a monja en contra de la decisión de sus padres) o la reciente boda de la hermana del rey Alfonso XIII (con un hombre de ascendencia carlista), exaltaron los ánimos de los asistentes, entre los que se encontraban los jóvenes escritores que formarían la llamada Generación del 98: Azorín, Pío Baroja, Valle-Inclán y Ramiro de Maeztu. Este último se levantó en plena representación y gritó ¡Abajo los jesuitas! y con su inesperada e irreflexiva actitud arrastró a muchos de los asistentes a la sublevación.

¿Contaba con esta posibilidad el autor de la obra? ¿Era Galdós consciente de los excitados ánimos sociales? ¿Fue un oportunista?

Benito Pérez Galdós lo negó más de una vez aunque, lo cierto es que se convirtió en la chispa que prendió los futuros movimientos anticlericales y que le catapultaron como un enemigo de la Iglesia y de la España católica.

Ahora podemos ver más allá y comprender que su intolerancia cero iba dirigida al fanatismo y a la superstición religiosa de su entorno. A pesar de ello conocía perfectamente los valores cristianos y muchos de sus personajes de perfil religioso fueron tratados con total admiración, como la beata Guillermina Pacheco de Fortunata y Jacinta, inspirada en una mujer real que era apodada “La Santa” y que pedía dinero para los niños huérfanos. Sorprende que según publicaba el Heraldo de Madrid el día de su fallecimiento, don Benito fue expuesto en un ataúd con sábanas negras bajo una gran cruz de plata. De haber sido el anticlerical que todos denunciaban ¿Hubiera permitido su familia exhibirlo al público con símbolo tan llamativo?

Galdós tuvo amigos conservadores y católicos con los que mantuvo, aún sin coincidir en ideales sociales o políticos, una amistad duradera. Marcelino Menéndez Pelayo o José María de Pereda, le dieron algún tirón de orejas en cartas y artículos periodísticos pero que nunca pasaron de ser la crítica desde el cariño, manifestando siempre respeto mutuo.

El sambenito de anticlerical le sobrevivió a Galdós y fue una de las causas de que no fuera leído, interpretado ni divulgado lo suficiente, en la dictadura franquista. Recuerdo que en el colegio solían decirme que Galdós era un “escritor de segunda clase”, poco merecedor de nuestra atención. Con el tiempo, muchos hemos podido comprobar que, lejos de ser secundario, fue un visionario y su compromiso como periodista y novelista es hoy de plena actualidad.

Los sectores más reaccionarios de su tiempo se explayaron en considerarlo poco menos que un demonio y consecuentemente criticaron su mente abierta. Galdós, soltero de vocación (“Nunca tuve la necesidad de casarme”, dijo), fue la diana de crueles reproches. Era un indecente, un libertino, un seductor. Porque cierto era es que don Benito enamoraba a las mujeres, no más que cualquier otro escritor de su época desde luego, pero añadido a su fama de anticlerical, la de seductor aumentaba el mal concepto que de él tenía una gran parte de la sociedad.

Galdós amó apasionadamente a mujeres de diferente clases sociales. Reconoció al fruto de su relación con una modelo de artistas, Lorenza Cobián, con quien tuvo una hija, María, su ojito derecho. Lorenza era mujer de escasa cultura pero bellísima. De ella se ocupó durante toda su vida, proporcionándole sustento y educación. Parece ser que Lorenza no quiso casarse y Benito siguió su camino cuando la relación acabó. El caso de Concha Morell fue bien distinto. Actriz inteligente y ambiciosa, captó la atención de Galdós con rapidez. Le inspiró varios personajes de sus novelas y aunque su relación fue apasionada la joven actriz demostró un trastorno de personalidad con obsesión hacia el escritor que le dañó su respetabilidad. En sus memorias, Pío Baroja, criticó sesgadamente la actitud de don Benito hacia esta actriz cuando había caído en desgracia. Según los últimos estudios Galdós la protegió y mantuvo durante un largo tiempo, como hizo con la mayoría de sus amantes, sobre todo cuando se convirtió al judaísmo y el escritor quedaba en entredicho ante la Iglesia, nuevamente.

Otra de las mentiras que he podido oír en los últimos tiempos respecto a las relaciones amorosas de Galdós se refiere a la que mantuvo con Emilia Pardo Bazán. Algunos mantienen que esta relación se rompió por la envidia que el escritor demostraba hacia los logros de la escritora gallega. Nada más lejos de la realidad. El novelista más famoso de su tiempo poco tenía que envidiar, nadie le hacía sombra. A la Pardo la quiso como a una igual y fue ella la que, tras un idilio apasionado, le fue infiel con Lázaro Galdiano en un viaje a Barcelona. A Galdós le molestó, sobre todo, no la traición sino la mentira que la gallega mantuvo durante algún tiempo negando reiteradamente su infidelidad, hasta que en una carta confesó, con grandes remordimientos, que había tenido “un error momentáneo de los sentidos, fruto de las circunstancias imprevistas”. A pesar de esta disculpa, muy del tono de la Pardo, ambos continuaron siendo amigos después de la ruptura; demostrado queda por el dinero que dio doña Emilia para la financiación del homenaje a Galdós, así como la corona de flores que le envió el día de su entierro.

Otra de las leyendas que van paralelas al mito de Galdós es que murió pobre y solo. Aunque como escena de novela hubiera quedado la mar de bien imaginarnos a Galdós sin amigos y sin familiares en el lecho de muerte, tiritando de frío por la falta de calefacción, nada más lejos de la realidad.

Don Benito murió rodeado de familiares (entre ellos su sobrino José Hurtado de Mendoza y su hija María), de amigos como la propia Pardo Bazán, el torero Machaquito, su médico el doctor Marañón, Alejandro Lerroux o Natalio Rivas. El propio secretario personal del rey Alfonso XIII llamaba diariamente para saber de su estado de salud. Su casa se convirtió en un ir y venir de amigos y familiares que lo quisieron y admiraron.

Es cierto que pudiendo ser rico no lo fue. Ganó mucho dinero con sus novelas pero también perdió mucho de su capital tras romper con su editor con quien decía haber contraído “un contrato de esclavitud” y tras un largo pleito ganó los derechos de sus obras no sin antes tener que indemnizarlo.

También derrochó con sus muchas amantes. No por manirroto sino por generoso. Mantuvo a la mayoría aún después de haber roto sus relaciones con ellas. Se da el caso de que con su última pareja, Teodosia Gandarias, también proporcionaba dinero a su hermano cada vez que lo necesitaba, que era con frecuencia.

Vivió modestamente a pesar de todo, sin grandes frivolidades. Levantó una mansión en Santander solo para encontrar la paz y no la notoriedad. A ella, a San Quintín, se marchaba cada verano para escribir sus novelas huyendo del excesivo ruido madrileño. Parte de su hacienda quedó allí, entre las paredes santanderinas cuyo interior diseñó como si fuera un museo.

Galdós, que muy pronto cumplirá los cien años de ausencia de entre los vivos, seguirá siendo un poco mito, leyenda para quien desde hoy lo vemos como un ser incomparable, único y un gran visionario. Esperemos que con el centenario galdosiano tengamos la oportunidad de ir reivindicando su memoria para conocerlo como era y no como otros dijeron que fue.

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