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Recreación histórica en Úbeda
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Recreación histórica en Úbeda (Foto: Javier Velasco Oliaga)

Nuestro complejo de inferioridad con nuestra historia lo está cambiando la novela histórica

jueves 24 de diciembre de 2020, 11:28h

En los últimos cinco años estamos viviendo un florecimiento espectacular de la novela histórica en España. En el año 2018, los dos premios de la editorial Planeta que tienen mayor dotación económica, el Planeta y el Fernando Lara, han recaído sobre sendas novelas históricas de Santiago Posteguillo y Jorge Molist. La primera obra es lo que llamábamos, despectivamente hace unos años, una novela de romanos; la segunda una aleccionadora historia sobre Pedro III de Aragón y su conquista de Sicilia.

Decía hace un par de años el escritor barcelonés Fernando Molist, radicado en Madrid, en el Certamen de Novela Histórica de Úbeda, que “parece que hemos condenado al olvido a un rey como Pedro III el Grande”. Si preguntásemos a nuestros estudiantes, pocos sabrían decir quién fue el monarca aragonés y lo mismo ocurriría con el público en general. No se conoce la gesta que protagonizó y que le llevó a enfrentarse a Carlos de Anjou, rey de Sicilia; al rey de Francia y al mismísimo Papa Martín IV que llegó a excomulgarlo. Un rey de un territorio tan pequeño y poco poblado como Aragón, de poco más de un millón de habitantes en aquella época, se llegó a enfrentar al país más poderoso del mundo del siglo XIII, diez veces más habitado. Aun así, llegó a derrotarlo y tan sólo fue con un puñado de valerosos soldados y marinos aragoneses y sicilianos.

Algo similar, ocurriría dos siglos después con el descubrimiento y conquista de América. Hay historiadores y escritores que dicen que esa gesta fue una masacre y algo de razón tienen, pero el complejo de inferioridad que tenemos los españoles con nuestra historia debemos ponerlo en su justo término. Si bien los españoles de aquella época iban a América a hacer fortuna, no todos tenían en mente el oro americano: muchos lo hicieron por convicciones religiosas. Los españoles han sido el único pueblo que en sus tierras conquistadas se mezclaron con los habitantes autóctonos de todos los lugares donde estuvieron. Ya en su testamento, la Reina Isabel la Católica dejó a sus súbditos la siguiente última voluntad, fechada en 1504: «Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien». Ya antes, los mismos Reyes Católicos firmaron la Real Provisión del 20 de diciembre de 1503 contra los posibles excesos de los conquistadores. Posteriormente, fueron los esfuerzos del fraile Bartolomé de las Casas el que consiguió materializar sus protestas en 1542, con las Nuevas Leyes para el Tratamiento y Preservación de los Indios, que acabaron durante el reinado de Carlos V con la indefinición que reinaba en América. En aquellos años tuvo lugar la conocida controversia de Valladolid, donde se celebró un debate sobre los derechos humanos al que asistieron muchos habitantes de la ciudad.

Por eso, lo que escritores flamencos o británicos escribieron sobre nuestras conquistas no se ajustó a la verdad. Lo que conocemos con “La leyenda negra” no es más que un puñado de patrañas dictadas por los poderosos, para poder ellos mismos sojuzgar a esos pueblos, con los que negociaban de manera fraudulenta. Lo que sí es un hecho es que estas dos naciones fueron las pioneras de la piratería moderna, asolando y arrasando pueblos o violando a las mujeres de diversas ciudades portuarias, fuesen niñas o ancianas, en ambas orillas del océano Atlántico. Por mucho que el escritor británico Patrick O’ Brian cuente en sus novelas marineras sobre las conquistas de los españoles, lo cierto es que fueron ellos los que desarrollaban todo un piélago de atrocidades, siempre con la protección, cuando no siguiendo las consignas, de su Graciosa Majestad Británica.

Uno de los acontecimientos más señalados que los españoles llevaron a cabo en América fueron la fundación de las primeras universidades en dicho continente, un total de 25 universidades fueron fundadas por los monjes españoles y si a esta cifra sumamos las dos que se fundaron en Filipinas, la cifra arrojaría el guarismo de 27, justamente 27 más que el resto de los países europeos conquistadores de tierras en América, África y Asia. Además, la arquitectura en ese nuevo continente, mal denominado porque tiene la misma antigüedad que el resto, dio un salto cualitativo gracias a nuestros ancestros, lo mismo ocurrió con la agricultura o la ganadería. Fueron los misioneros franciscanos quienes enseñaron las nuevas técnicas agrícolas a los habitantes de aquellas tierras y también lo hicieron en materia ganadera.

“Los españoles fueron los creadores del mestizaje”

Jesús Maeso de la Torre nos cuenta en su penúltima novela “Comanche” como los primeros cowboys de América fueron los españoles. Precisamente, fueron aquellos dragones del rey o de cuera, como se les conocía por su peculiar atuendo de cuero con el que se protegían de los flechazos de los aborígenes americanos, los que cabalgaron por lo que más tarde se denominaría el salvaje oeste. Estos dragones que eran un su mayoría criollos españoles, con poco más de dos mil jinetes, mantuvieron la paz en una frontera de más de 4.000 kilómetros contra los exterminadores británicos y franceses. “Para los ingleses el único indio bueno era el indio muerto”, nos recordaba Maeso de la Torre. Nada más tenemos que ver cómo los descendientes de los aborígenes americanos, en las tierras que dominaron los ingleses o franceses, han sido poquísimos y los supervivientes fueron salvajemente confinados a reservas, en contraposición a los que hay en las tierras que fueron españolas. Nosotros, lo podemos decir con orgullo, fuimos los creadores del mestizaje. El propio escritor ubetense ha repetido en diferentes ocasiones: “Yo escribo contra el inglés, ellos fueron unos auténticos genocidas tanto en América como en India. Por eso, a mí no me quieren por aquellas tierras, sólo porque cuento la verdad”

Las masacres perpetradas por británicos y franceses en América, conviene recordarlo, son numerosas, pero no lo son menos que las que cometieron los propios británicos en India, o los belgas en el antiguo Congo. El rey Leopoldo II ha sido tachado como un auténtico genocida, se calculan que más de siete millones de congoleños murieron a manos de sus hombres, llegó a fundar una asociación para hacer trabajar a los congoleños gratis para extraer caucho de diferentes plantas, todo en unas condiciones miserables de trabajo que rayaban la esclavitud, mientras él se convertía en una de las personas más ricas del mundo, y eso por no hablar de lo que hicieron los holandeses en el sur de África, creadores del régimen nazi del apartheid o los franceses a lo largo y ancho del continente africano, sin contar las que realizaron en Asia, tanto los franceses como otras potencias europeas.

Todos esos crímenes perpetrados por las potencias europeas en los siglos XVIII y XIX, incluso a comienzos del XX, han sido silenciados, en muchas ocasiones, por los aparatos políticos y militares de esas naciones. Sin embargo, parece que las atrocidades, que también las cometió España en siglo pasados, han sido difundidas de manera inmisericorde por las naciones rivales, que siempre buscaron unos fines económicos y políticos. En pocas palabras, España no supo dar publicidad a sus logros y siempre estuvo por detrás en cuestión de propaganda. De ahí que muchos españoles se avergüencen de nuestra historia y no deben por qué. Se cometieron errores, pero muchos menos que otros potencias europeas y en España se intentaron poner remedio como ya hemos visto más arriba.

En la actualidad, los novelistas históricos españoles estén desempeñando una labor imprescindible e impagable. Gestas como las de Blas de Lezo o Pedro de Úrsua tendrían que ser conocidas por todos los lectores españoles y, evidentemente, no fueron los únicos. Al igual que pocos saben de las hazañas que los muchos exploradores o conquistadores llevaron a cabo en el continente americano con poquísimos hombres y enseres, bastimentos, diría el genial cronista Bernal Díaz del Castillo. Muchos de ellos libraron a la población autóctona de ritos crueles como los sacrificios humanos, estoy hablando de los macabros ritos aztecas de culto al sol, donde sacrificaban a innumerables personas, en su mayoría mujeres y niños. Muchos otros pueblos de México, como los mayas o los mexicas, entre otros; nos les dolieron prendas en unirse a los españoles y así poder desembarazarse de personajes tan peligrosos, crueles y gonocidas como Moctezuma.

Los españoles han estado por todo el mundo

Pero, los escritores españoles no sólo han contado la historia de las conquistas de América, también nos han informado de muchas de las gestas que las tropas españolas realizaron en países como la Judea del primer siglo, dos legiones auxiliares romanas, compuestas en su totalidad por guerreros cántabros, estuvieron presentes en la destrucción del Templo de Jerusalén, como nos cuenta Pedro Santamaría en su novela “Al servicio del Imperio”. Asimismo fueron los españoles los primeros humanos en llegar a la Antártida a bordo del navío de línea San Telmo, capitaneado por el brigadier Rosendo Porlier y cuando llegó el capitán británico William Smith –al que se conoce como descubridor del sexto continente- se sorprendió al ver los restos de la nave española, además de otros signos de actividad humana. Las autoridades británicas quisieron que dicho capitán ocultase el descubrimiento protagonizado por los españoles, pero él, un auténtico caballero inglés lo reconoció. Esa historia la sabemos, gracias al escritor vasco Álber Vázquez que la cuenta en el libro “Muerte en el hielo”.

Navegantes vascos y gallegos, exploradores extremeños y andaluces, aguerridos soldados castellanos y valencianos o intrépidos combatientes aragoneses y catalanes, que conquistaron gran parte del Mediterráneo, realizaron innumerables acontecimientos que están siendo conocidos gracias a la labor de nuestros novelistas, quizá más que de nuestros historiadores. Quiero recordar la gesta que un puñado de catalanes protagonizaron en 1860 a las puertas de Tetuán contra las tropas rifeñas. Al no poder conquistar la alcazaba, Prim, que arengaba a sus tropas en catalán, ideó una maniobra de distracción para que un puñado de castellers improvisasen un castell con el que se pudo superar las murallas. Los cañones confiscados a las tropas rifeñas en dicha ciudad fueron fundidos y se convirtieron en los leones de bronce que están a las puertas del Congreso de los Diputados para recordar una efeméride de la que casi nadie se acuerda.

Son tantas las gestas de nuestra historia que los autores de este género tienen todavía muchísimos temas por descubrir a los lectores, como la de Juan Sebastián Elcano, que fue el primer marino en dar la vuelta al mundo y que los portugueses están queriendo ningunear a favor de Magallanes, que estuvo a punto, por sus pésimas decisiones en las Filipinas, de dar al traste con tan magnífica singladura marina. Dos de nuestros más insignes novelistas históricos, el ya citado Álber Vázquez en “Poniente” y José Calvo Poyato con “La ruta infinita” nos descubrirán esta hazaña, de la que salieron cinco naves y tan sólo una llegó a completar esa primera vuelta al mundo.

No son los únicos escritores que están tratando temas olvidados. Escritores como Santiago Posteguillo han contado la influencia de Hispania en la Roma de los césares. Otros como Sebastián Roa, Jesús Sánchez Adalid o Carlos Aurensanz han narrado como era la España cristiana y musulmana de los años de la Reconquista. José Zoilo Hérnandez nos ha maravillado con sus conocimientos sobre la España visigoda. Luis Zueco nos ha descubierto cómo era la España medieval, narrando la vida en los castillos, monasterios o burgos de la época. Fernando Martínez Laínez nos ha relatado las gestas españolas de los Tercios o de la Gran Armada. Otros nos han descrito nuestras guerras que se mantuvieron en el siglo XIX y todavía quedan muchas por narrarr. Ese es el papel de los escritores históricos y ellos saben muy bien cuál debe de ser su labor, de ahí que hayan fundado una asociación denominada “Escritores con la historia”, que está empeñada en poner a nuestra historia en su justo término, sin falsos prejuicios, sin complejos de inferioridad y sin artificial orgullo.

Nuestros escritores históricos de nuestro tiempo han sabido recoger la antorcha de aquellos tres escritores geniales que dedicaron buena parte de su producción a la narrativa histórica. Me estoy refiriendo a Benito Pérez Galdós con sus magnos “Episodios Nacionales”, a Pio Baroja con sus “Memorias de un hombre de acción” y a Ramón María del Valle-Inclán con su “Ruedo Ibérico”. Esos geniales escritores repensaron la historia de nuestro siglo XIX sin ninguna clase de trauma. Ahora, debemos repensar no sólo la historia de nuestro siglo XX sino toda aquella que ha quedado en el olvido y de la que no nos debemos avergonzar, pero sí asumir. Debemos reconocer nuestros errores, pero también nuestros aciertos y la novela histórica están ayudando de manera tan eficaz a ello que cada día es más comprada por los lectores españoles, como demuestran las listas de los libros más vendidos del año. Son muchas las novelas históricas que ocupan los primeros puestos de estas clasificaciones y estoy seguro que la popularidad seguirá en aumento pese a las manipulaciones históricas que hacen ciertos historiadores y comunidades.

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