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Inscripciones en elamita, en un guijarro, a la izquierda; y en un jarrón de plata, derecha
Inscripciones en elamita, en un guijarro, a la izquierda; y en un jarrón de plata, derecha

Una noticia de consuelo

lunes 11 de enero de 2021, 11:23h

Les confesaré que hasta el momento no había sentido un verdadero temor ante esta epidemia, sino más bien un plomizo abatimiento, seguramente contagiado por cuanto veía y palpaba en las calles hasta que, de pronto, me he topado con que la infección ha puesto de rodillas a la formidable Alemania, a la vez que el premier británico —con esas maneras de peluche de Barrio Sésamo que se gasta— comunicaba que su sistema de salud estaba absolutamente colapsado y que calculaba en un millón —seguramente serán más, muchos más— los infectados en su país, mientras la soberbia Francia era incapaz de dispensar la ansiada vacuna con alguna diligencia; en tanto que aquí, y para no desentonar, el sieso del ministro del ramo anunciaba que se iba de campaña electoral y allá nos las compusiésemos cómo pudiéramos —o cómo a los virreyes autonómicos se les ocurra, que viene a ser lo mismo—. En fin, un panorama con ese pergenio de desquiciado sainete que han presentado todas las catástrofes de la Historia en el momento mismo de producirse.

Y andaba pensando eso, cuando, al encender el televisor, me encontré a un tipo disfrazado de Toro Sentado, repantigado en el estrado del senado de los EEUU, con el estrafalario propósito de impedir la designación del presidente de su país… Y esto ya superó cuanto mi tristeza era capaz de achicar, y corrí verdaderamente atemorizado a refugiarme en un despacho que divulgó la agencia EFE, el día de los Santos Inocentes, y que me había causado esa burbujeante satisfacción que nos produce el ser congénere de alguien admirable; en este caso, del profesor François Desset, que, tras diez años de investigación y asistido por tres colaboradores, acaba de descifrar las inscripciones en lengua elamita.

Quizás a ustedes se les antoje flaco este consuelo; sin embargo, me gustaría que considerasen que esta lengua —sin parentesco con cualquier otra, como nuestro vasco— se habló desde el V milenio a. C. hasta aproximadamente el 700 de nuestra era, pero sus signos —el llamado protoelamita o estas otras inscripciones posteriores, denominadas el elamita lineal, datadas entre 2300 a 1900 a. C., que ahora ha desentrañado este paleógrafo francés— permanecían ignotos.

Desde luego, sabíamos por los pueblos vecinos que el país de Elam se extendió por las riberas orientales del golfo Pérsico, e incluso nos constaba que su influencia llegó hasta el centro de Irán y aún más allá; además, que los sumerios lo llamaron Nim —el país montañoso—, y que los registros acadios nos legaron una más detallada configuración de sus características. También conocíamos que Elam, en su pujanza, dominó algunas ciudades sumerias sobre 2650 a. C. , y que un milenio después, volvió a expandirse sobre Mesopotamia durante unas cuantas décadas, para luego sucumbir bajo los sucesivos imperios de la región, al punto que su capital, Susa —hoy el gran yacimiento arqueológico de su cultura y cuya fundación data del principio del IV milenio a. C.—, se convirtió en la época clásica en una de las esplendorosas urbes del imperio persa, y claro, que las excavaciones de sus tumbas por François de Lenormant, a finales del s. XIX, más los testimonios del archivo de Mari (III milenio a. C.) nos sugieren pasmosamente que los elamitas fueron durante un época remota de raza negra. Si bien, sus noticias más conocidas nos las ha ofrecido la Biblia, donde se cita a Elam en repetidas ocasiones, siendo su mención más célebre el rapto de Lot por el rey Quedorlaómer, llegado desde el Golfo Pérsico para arrasar las ciudades del valle del Mar Muerto. Allí capturó al sobrino de Abraham entre el botín. Pero el gran patriarca semita, con la ayuda de otros jefes tribales, persiguió al soberano elamita hasta más allá de Damasco, donde lo derrotó y liberó a Lot.

Y a pesar de todos estos testimonios y de haberse descubierto sus asentamientos hace más de ciento cuarenta años y sus primeras inscripciones sobre 1901, la escritura elamita permanecía indescifrada hasta este pasado noviembre, cuando el profesor Desset la ha revelado ante un grupo de especialistas, convocados por el arqueólogo Massimo Vitale, en la universidad de Padua. Hasta ese momento el acceso a la lengua elamita se realizaba, mayoritariamente, a través de tablillas escritas en cuneiforme mesopotámico; al punto que se la consideraba una lengua vicaria de Mesopotamia en su expresión gráfica. Sin embargo, el profesor Desset al interpretar los signos del elamita lineal ha demostrado lo contrario: que el elamita contaba con una propia y acendrada escritura y, encima, era fonográfica —cuyos signos transcriben solo sonidos—, frente al cuneiforme mesopotámico que se componía de una mezcla de escritura fonográfica e ideográfica —cuyos signos transcriben ideas—; por tanto y en cierto modo, más rudimentario. Es más, al catalogar los signos del elamita lineal sostiene que puede acceder al protoelamita —unos mil años anterior; o sea, que data del 3300 a. C.—, pues ha observado una continuidad en unas ochenta grafías entre el primitivo elamita y el elamita lineal que ha descifrado. Con lo que la escritura elamita se une al protocuneiforme mesopotámico y al primer jeroglífico egipcio como una de las tres escrituras más antiguas de la Humanidad descifradas.

En fin, todo un admirable descubrimiento que, al menos a mí, me reconcilia con el hecho de ser hombre en mitad de todo este marasmo que nos acongoja. Espero que a ustedes también.

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