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LOS VIKINGOS DE CÓRDOBA

Sobre "Vikinga" de Isabel Pérez Montalbán, XLI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla
Por Francisco Morales Lomas
domingo 28 de febrero de 2021, 13:00h
Vikinga
Vikinga
Pocas mujeres abordan la poesía en la actualidad desde la construcción de un discurso social y crítico. Sí hay muchas que marcan claramente en sus poéticas un proceso de subversión de la verbalización y categorización tradicional, desde una perspectiva feminista, la insubordinación de la mujer-objeto, el erotismo como instrumento autosuficiente y el falocentrismo…, creando un orden estético personal e inalienable.

También Isabel Pérez Montalbán se encuentra en esa línea, pero su poesía, que ha sido “categorizada” dentro de la poética de la conciencia, tiene su propia dinámica socializadora al margen. En su obra Vikinga está muy presente desde el mismo título, Vikinga, que alude a la zona pobre, obrera y marginal de Córdoba, Los vikingos, donde la autora nació, y añadirá: “Significan un intento de creación de textos literarios en relación con referencias socio-culturales e históricas de toda índole que alentaron la creación (…) Supone una idea motriz para escribir con conciencia sin desdeñar ningún tema ni disciplina”. Parece, por tanto, que acepta esta categorización de poesía de la conciencia para definir su construcción lírica, en la que el discurso personal está entreverado de alteridad, otredad y compromiso literario que fundamenta un discurso ético, si bien claramente instrumental de la poesía, que tendría concomitancias con la poética social de los años 50 y autores como Gabriel Celaya.

Su lírica es profundamente conmovedora y desgarradora, y está hondamente contextualizada y revelada a través de los comentarios que se hallan al final del libro, donde ofrece las claves de algunos poemas y términos que quizá para el lector serían confusos. Ella aspira a la claridad y a que su palabra no se oculte en simbologías que puedan impedir una respuesta categórica y crítica ante el abandono de unos seres humanos que deben soportar circunstancias terribles a lo largo de sus vidas. Pero lo simbólico conforma el poemario con especial atención a la numerología, en torno al tres y sus múltiplos, pues hay tres apartados con nueve poemas cada uno de ellos: «El alma de la vida», «Bellum in ómnibus. Intertexto» y «Plano contraplano».

«El alma de la vida» toma de la arquitectura como nombre ese “elemento central de una viga que une las alas perpendiculares y resiste los esfuerzos (…) para una serie de poemas de carácter autobiográfico, que pretenden mostrar la resistencia humana frente a la adversidad”. Una lírica que nace desde la infancia, inmersa en la violencia doméstica, la aridez, el desasosiego y un mundo infantil agrio a través de los ojos de una niña que “clamaba libros”, pero encontraba “estercolero,/ reserva natural de esos parientes jíbaros/ que reducen la infancia a corazón bonsái”. El desvelamiento biográfico está presente a través de la proyección de imágenes poéticas residenciadas en cierto hiperbolismo que atiende a sensaciones extremas, siendo el poema una terapia personal tanto como socializadora: “¡Qué parecido a un siervo de gleba!” No olvida Pérez Montalbán a los otros (“Yo y yo, pero también los otros”) en una lírica que va más allá de ese yo poético al que tantas veces recurren los poetas con afán universalizador (desde el yo a los otros). Aquí los otros sí forman parte del sujeto, se han solidificado con él. Ahí radica la diferencia y devolver a la poesía la “epimeleia heautou” en terminología de Foucault. Y su palabra se hace clara, contundente y definitiva: “Allí mi casa primera con su escombro/ de familia y puchero andaluz,/ de habicholillas tiernas y palizas”. Todo conduce a una revelación de demonios familiares y a la conformación de un yo en un ámbito donde la desolación y la construcción de un sujeto femenino arraigado en el simulacro de vivir, la ira, el hambre y la dictadura están presentes.

«Bellum in ómnibus. Intertexto» acoge poemas socializadores centrados en el mundo con referencias intertextuales precisas, donde los perseguidos de toda laya están presentes, pero también la reivindicación de un humanismo militante: “Pero si esto es un hombre, somos nadie”. Es una lírica escrita desde un corazón desgarrado que muestra esa faz del mundo creada desde el “negocio”, sin importar que bajo este se halle el sufrimiento de la gente, y va deconstruyendo una falsa felicidad creada sobre el consumo y para ello opta, a veces, por la ironía como recurso más veraz y se muestra feraz en el discurso del compromiso y la necesidad de la lucha para cambiar el «statu quo».

«Plano contraplano» obedece al discurso amoroso entreverado de intertextos de películas y escritos diversos que muestran una profunda ironía ante la categorización del erotismo y la imposibilidad del discurso amatorio, como “El amor, ese gran tema”, y el desaliento ante el descubrimiento de que no había existido esa creación ingenua. Hay un temblor que crece en esa memoria de amor, en la bruma que llega desde un latido profundo y la sensación de fracaso: “Mi amor en crisis, cárcel sin geranios”.

En definitiva, una lírica personal, comprometida, vitalista, honda y desgarradora.

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