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El crimen y su proyección en la cultura
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El crimen y su proyección en la cultura

El crimen y su proyección en la cultura

martes 04 de mayo de 2021, 13:00h

Representa para mí una gran satisfacción poder compartir con los lectores de Todo Literatura el prólogo de “El crimen y su proyección en la cultura”, obra colaborativa publicada por Tres Fronteras ediciones. El libro que os presentamos se origina en un curso celebrado en la Universidad Internacional del Mar de Murcia en el verano de 2019, el cual nunca hubiera tenido lugar sin los desvelos y el buen hacer de su director, el profesor Juan José Nicolás Guardiola, y de la organizadora de las jornadas, Inmaculada Olmos. Se trata de una obra colaborativa que reúne 9 ponencias sobre la compleja y fértil relación entre el arte y la cultura, por una parte, y el mundo del delito y el crimen por otra.

El crimen y su proyección en la cultura
El crimen y su proyección en la cultura

Supone una elemental deferencia con los demás autores de esta obra (coordinada por quien rubrica este prólogo, a propuesta del editor de Tres Fronteras, Francisco Giménez Gracia) citar aquí sus nombres, por orden de aparición en el libro: José Neftalí Nicolás, Rafael Rabadán, Inmaculada Olmos, Balder Muñoz, Cristóbal Terrer, Paola Ortega y Víctor Javier Navarro; además del mencionado editor, Giménez Gracia y del autor de estas líneas. Las conferencias giran en torno a asuntos tan sugerentes como la literatura sobre el mal en Japón, la “edad de oro” de las series de televisión de temática criminal, la figura del villano en el cómic o la presencia del delito en la literatura.

PRÓLOGO

Solía decir sir Alfred Hitchcock, cuando le mencionaban asuntos tales como el realismo y la verosimilitud, que para aburrirnos con ordinarias trivialidades ya teníamos la vida cotidiana, y que el cine podía y debía ser otra cosa. Puede que la cita no resulte del todo exacta, pero esa era sin duda la idea. ¿Y de qué otra cosa, sir Alfred, se propone usted llenar su cine? Podríamos muy bien haberle preguntado. Y dado que su oronda figura y su personalidad nos resultan muy familiares –ya que logró, desde luego, su evidente propósito de transformarse él mismo en un icono cultural del siglo xx-, podemos fácilmente imaginarlo, con ese aire de perro pachón y esas flemáticas cejas inglesas arqueadas al máximo, dedicándonos una de sus miradas indolentes, como las que solía exhibir para gastar sus bromas truculentas en la mítica serie de televisión Alfred Hitchcock presenta. Me parece que no sería reprochable su irónico mutismo, de ser esa su reacción, porque difícilmente podría hacer otra cosa el gran director inglés, para satisfacer nuestra curiosidad, que remitirnos a su extensa filmografía, plagada de robos, complots, conspiraciones, suplantaciones, homicidios, asesinatos, secuestros, apuñalamientos con tijeras, estrangulaciones con corbatas y cuchilladas inolvidables que dejan profundas e indelebles marcas de látigo en nuestros tímpanos inocentes. Es bien conocida la reveladora anécdota del gran surtido de sandías de diversos tamaños que requirió para probar el sonido adecuado de las puñaladas de Psycho en la mítica escena de la ducha. Cuando en La ventana indiscreta una simpática y añosa asistenta especula sobre la posibilidad de un cadáver de mujer descuartizado en la bañera de un apartamento muy próximo, consigue que al bueno de James Stewart se le atragante la sopa. Y todos somos Stewart en ese momento. Hitchcock lo sabe, claro, y explota con sabiduría de genio (maligno) todos los resortes de nuestra compasión y de nuestra crueldad, todos los mecanismos del miedo, así como la inclinación morbosa hacia la sangre, para arrastrarnos hacia las habitaciones cerradas de la psique; esas mismas que los surrealistas querían abrir a toda costa, despertando en medio de sólidos y peligrosos sueños, y descubriendo la cara oculta, a menudo horrorosa, de la realidad. He sostenido en algún lugar que Hitchcock fue un cineasta de vanguardia por derecho propio. Y no es necesario aducir su breve colaboración con Dalí o su inmarcesible admiración hacia Buñuel. Basta ver hoy de nuevo Los pájaros o La soga, incluso Psicosis o Vértigo, para confirmar este aserto más allá de toda controversia.

Tenía razón Hitchcock. El crimen nos interesa y nos divierte. Se trata de una inclinación cuyas secretas fuentes habría que rastrear en el inconsciente, y hasta ellas se remontó el doctor Sigmund Freud con su chalupa hermenéutica, iluminando las profundas gargantas y los oscuros meandros del unheimlich con las mismas cerillas que utilizaba para prender la pipa. Eros y Thanatos, por supuesto. Las dos pulsiones esenciales del “ello”, el magma secreto en el que bullen, todavía informes, las pasiones humanas que deberá extrudir, no sin dolor, el represivo aparato social de la cultura. Tanto Hitchcock como los surrealistas transitaron los senderos de la crueldad y el delito. Ya dijo Breton que el acto surrealista más simple consistía en empuñar un revólver y disparar indiscriminadamente contra la multitud. Y sabemos que Bataille tenía planes concretos para llevar a cabo sacrificios humanos.

Recuerdo que cuando tenía 14 años di con el modo de sintonizar la emisora de la policía con la radio de casa. Muy poco después de este excitante descubrimiento, mi amigo Nacho y yo, dejando para otro momento el análisis sintáctico y los polinomios, nos entregamos a la mucho más estimulante actividad de recorrer las calles de Alicante a grandes zancadas para no perdernos un atraco o una reyerta callejera. Temerarios, como casi todos los adolescentes, éramos del todo inconscientes de los riesgos que podía entrañar nuestra clandestina afición. Pero sucede que esa curiosidad insana la compartimos, en una u otra medida, casi todos los seres humanos. Se trata de la atracción del vacío y de la seducción de lo horrible; el canto de sirena de lo prohibido, la voluntad de transgresión que empieza ya a gestarse en la imaginación infantil: esa extraña necesidad de mirar y de no mirar al mismo tiempo, cuando algo nos repugna o nos asusta, esa irresistible tentación de abrir los ojos dolorosamente y escudriñar a través de las rendijas de los dedos de nuestras propias manos protectoras para presenciar aquello a lo que, por otra parte, quisiéramos permanecer ajenos. Tal es la ambigüedad profunda de nuestra naturaleza. Por eso el crimen ha gozado de un notable protagonismo en la historia del arte y, mucho antes de que Hitchcock lo convirtiera en materia cinematográfica de primer orden, ya Shakespeare, Goya, Sade o Thomas de Quincey habían descubierto las posibilidades estéticas, e incluso humorísticas, de la maldad y de la truculencia.

En este libro encontrará el lector una rigurosa, indagatoria y a menudo sorprendente aproximación a la temática criminal plasmada en las artes más diversas; desde el cómic hasta el cine, desde la pintura hasta la literatura policíaca clásica o el pulp japonés, inserto en el cañamazo de una cultura de incomparable sensualidad e intraducible cortesía milenaria. Los enfoques son tan diversos como el perfil de los conferenciantes, y abarcan desde la filosofía hasta el derecho penal, sin olvidar la criminología y la estética. Quienes tuvimos la oportunidad de participar en las jornadas veraniegas de la Universidad de Murcia que acogieron las conferencias que recopilamos ahora en este volumen, sólo podemos agradecer al coordinador del curso, el profesor Nicolás Guardiola, su amable invitación, y a la Editorial Tres Fronteras la acertada iniciativa de llevarlas al lector en forma de libro primorosamente editado.

Rafael Balanzá

Nota. Los interesados en adquirir un ejemplar pueden ponerse en contacto con la editorial Tres Fronteras; email: [email protected] Teléfono: 968 36 86 15.

Puedes comprar el libro en:

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