Sergio Arlandis (Valencia, 1976) es, a nivel nacional, uno de los críticos literarios, investigador y poeta más extraordinario de su promoción. Una importante nómina de publicaciones como investigador y teórico de la poesía, además de premios de relevancia, avalan una trayectoria que comenzó en lo lírico en 1999 con `Cuando solo queda el silencio´ y ahora entrega con `(In)verso´ (Calambur, 2017), dieciocho años después, su quinta obra poética. No en vano, este libro va por su tercera edición, todo un hito si consideramos el voluble panorama poético nacional, la predilección comercial de las masas y las importantes tiradas que edita Calambur. Ya en la contracubierta del libro, la ilustración de Juan José Caballer nos remite a una triple perspectiva sobre un mismo objeto, punto de fuga importante: la perspectiva, para deshilvanar la urdimbre metaliteraria, existencial y creativa de esta obra de madurez. No menos relevante es la imagen que esplende en la cubierta: dos yoes antagónicos pertenecen a la copa del mismo árbol. Una posible interpretación del título del libro nos llevaría a «hacia adentro, dentro, en el interior» si tomamos la partícula `in´ de forma independiente, como nos lo parece indicar el autor mediante los paréntesis. Esto nos deja la palabra `verso´ como destino, `(In)verso´ como complemento circunstancial de lugar: en el interior del verso. Desde el interior del verso, el escritor nos habla desde la distancia más cercana posible a la belleza. Desde esa perspectiva, por contraste, es mucho más fácil advertir la insania y corrupción del mundo. Ese enclave privilegiado resulta ser una atalaya panóptica desde la cual es imposible expresarse sin llevar toda la tradición consigo, sin hacer referencia a todas las voces que consuenan con esa ebullición emocional que nos empuja a decir. El libro cuenta con una importante carga paratextual que explicita un diálogo abierto con otros autores, además de múltiples resonancias implícitas en la voz del sujeto poético: «Aún no he convertido el vino en sangre y ya pienso en la lanza, culpándome si la cogiera incluso delicadamente». Este libro se compone de cuatro poemas-actos, algunos de ellos estructurados en varias partes, y a todos ellos precede `Brújula´, una breve loa que nos coloca ante el dilema de asumir o no nuestra muerte. Es precisamente una cita de Ausonio, poeta y rétor latino, famoso por sus epigramas, lo que nos habla de nuestro acabamiento mientras somos observadores de la belleza que nos rodea. No es casualidad que el primer acto, titulado `Alegato de Ausonio´, esté concebido —o se pueda interpretar así— como una apelación directa a Bísula, mujer por quien el ínclito gramático sintió una poderosa atracción. Pero Bísula era una esclava, y por lo mismo, dicha relación amorosa era imposible. El yo lírico hace suya dicha imposibilidad y despliega una carta abierta estructurada en tres partes y dirigida a una narrataria desconocida en la que, además de revelar su deseo amoroso, se desnuda y confiesa sus pensamientos, debilidades e incertidumbres. Muchos versos contienen preguntas. Hay una gradación en las distancias entre la primera persona narradora y el lector, entre el sujeto poemático y su interlocutor ficticio, entre autor y personajes. `(In)verso´ no oculta su naturaleza de llamarada, de deflagración incontenible de la interioridad, propone lugares de los que de la experiencia vivida y la contada se infiere un correlato metaliterario. Es comprensible que este libro haya sido materializado con poemas en prosa y verso libre, su necesidad expresiva somete a métricas y ritmos al yugo de su libertad, demostrando con ello que no mengua su capacidad para producir un efecto estético en el lector. El poema titulado `Sedimento´ es casi un cendón, término que vuelve a recordarnos a Ausonio. Arlandis se sirve de elementos poéticos que aparecen en títulos de poemarios que le han marcado para conformar un homenaje en el que se transparentan algunos de los nombres de sus referentes: Francisco Brines, Jaime Siles, Guillermo Carnero, Luis García Montero, Carlos Marzal, Vicente Gallego, Blas Muñoz o Antonio Cabrera, son solo algunos de ellos. También aquí hay una gradación, esta vez, temporal, pues los autores que van develando los poemas van desde lo contemporáneo a lo clásico. Arlandis prolonga este poema durante ocho páginas sin interrupción y demuestra en su alarde técnico que sus versos pueden quedar en el tiempo como sedimento para otros, tan solo aludiendo a autores que han sido y son sedimento para él: «[…] con los metales pesados de tu santa deriva, / porque ciego todavía cantas en el andén / de una estación perpetua a la que vuelves». `El diálogo del vals´ es una latitud de reflexión, un puquío donde la palabra se solemniza y sacraliza a través de constantes alusiones bíblicas. Ahora, recuerdos, digresiones, futuros posibles se engarzan al discurso transitado y lo enriquecen hasta convencernos de que la imposibilidad del amor lo convierte en el utópico corolario. El yo queda cuestionado, desglosado en una suerte de diorama que proyecta una conciencia plural. Amar despeja las incógnitas, resuelve las ecuaciones, aunque no siempre de la forma más lógica. El tono dialogístico del libro, sus inclusiones deícticas invitan a una lectura inmersiva, solo entendiendo el amor como fin, como motor y contexto podemos acercarnos a descifrar su pragmática: «Mira que nada tiene más sentido / que un pronombre vibrando en otra boca». Arlandis culmina su excelente poemario con un par de versos salmódicos que ofrecen la dimensión justa de su mirada; unos versos que por su rotundidad funcionarían a la perfección como aforismos en otro libro; unos versos, como diría Ricardo Bellveser, que por sí solos justifican una poética: «El vacío es la conca de las manos / que no te acogen». Puedes comprar el libro en:
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