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La feroz ironía de quien arde

Sobre el libro ‘Los feroces años 20’, de Tirso Priscilo Vallecillos
Por Álvaro Hernando Freile
sábado 25 de septiembre de 2021, 22:00h
Tirso Priscilo Vallecillos
Tirso Priscilo Vallecillos (Foto: Eloy Rubio)

Quizá debería de comenzar esta crítica describiendo que el poemario `Los feroces años veinte´ (Huerga & Fierro, 2021) está dividido en seis secciones, con sus nombres y sus cualidades distintivas. Ser formal, enganchar unas frases con otras hasta escribir lo que ustedes esperan leer. Pero eso no me es suficiente cuando alguien escribe como lo hace Tirso Priscilo Vallecillos: digresión para la transgresión.

Tirso cuenta, en cada uno de sus poemas, pequeñas historias. El autor nos introduce con habilidad en un escenario para rasgarlo luego, dejando un vacío bajo los pies del que no se sabe si va a ser un peldaño o un acantilado profundo. Estén tranquilos, no les dejará caer. Cada aparente ruptura con el hilo discursivo viene acompañada de un desvío poco transitado, hacia un lugar emocional y literario diferente. Como imaginarán, los lugares poco transitados acarrearán un viaje algo más incómodo, pero ofrecerán estímulos mucho más interesantes.

Hablar de las partes de un poemario, en trabajo como este, reduciendo la descripción a las porciones del índice, sería algo injusto y nos ofrecería una visión incompleta. En estas páginas encontramos cien partes, mil, cien mil, como lugares dispersos, invisibilizados u ocultos, tanto del alma humana, como de la sociedad en que nos hemos convertido. No se me bajen de la lectura, más adelante les cuento sobre lo estructural de un libro que va mucho más allá de sus secciones.

Otra cosa que suele darse en la reseña sobre libros de poesía es la de incluir algunos versos que sirvan para subrayar o ejemplificar lo que uno plantea. No quiero hacerlo. Compren el libro. Róbenlo. Y, lo más importante, léanlo.

Me gusta bastante cómo está armado el trabajo. La organización de los poemas permite ir fluyendo en la lectura, pasar de uno a otro sin más quebranto que el producido por la conmoción interior. Me gustan incluso los nombres de las secciones (seis, todas necesarias).

La primera de ellas lleva por título «Está el mundo como para callarse», y en ella nos plantea el autor una serie de reflexiones y observaciones acerca de lo contradictorio y áspero que es el mundo que nos rodea. Escrito con un lenguaje directo, ahorra artificios efectistas, desarrollando un hilo conductor atado, por uno de sus extremos, a un compromiso social crítico y limpio. Para ello, parte de un lenguaje destilado del pensamiento agudo y, en ocasiones, humorístico, del autor. La ironía es puntal y cimiento; la realidad es el discurso.

Me han llamado poderosamente la atención un grupo de textos que tienen unos visitantes comunes, aunque intermitentes: el dolor, el desconcierto y la ternura de unos ojos obligados a presenciar el tránsito de una madre anciana en el hospital. Un camino aceptado que ya recorrieron otros con anterioridad y que todos recorreremos antes o después. Hay algo de legado, hay algo de memoria viva, de toque nostálgico que, gracias a las maneras del autor, no queda ahogado en la emoción, sino que sirve de guía en el absurdo mundo que nos gobierna. Ese mundo que hemos creado entre todos, ese en el cual el consumismo y el capitalismo, desaforados e impúdicos, reducen nuestra memoria colectiva a valores faltos de inversión y poco productivos. Un mundo en el que recordar es un producto cuyo valor cae en picado en eso que mal llaman bolsa de valores.

Para mí, que soy un poeta que ha empleado mucho tiempo cuidando de insectos agotados, la lectura de la segunda sección, «Dirección General de Tráfico Humano», ha exigido un esfuerzo por endurecer el abdomen, y así poder encajar unos cuantos ganchos bien colocados. Nos hemos acostumbrado a que nos susurren elegantemente cuatro verdades, ignorando el resto, unas mil más. No sé si el autor busca despertar conciencias o, sin mayores pretensiones, pone luz donde no miramos desde hace tiempo, pero el resultado final es el de tener que afrontar un mensaje tan empático con los vulnerables, como ácido e inquietante. Me he sentido, lo admito, interpelado, en muchos de estos versos. Incómodo, conmovido y desasosegado, elegantemente, como quien es abofeteado, sin perder la sonrisa, por alguien que tampoco la pierde.

No me gusta definir un libro con una palabra. Tampoco puedo ignorar que hay palabras que se revelan, recurrentemente, cuando se leen algunos textos. En este caso, esa palabra es conciencia. La ferocidad de este escrito se manifiesta en la capacidad que tiene para, a través de la ironía, el surrealismo y de una magnífica dosis de narración lírica, cristalizar la realidad tal y como se nos ha ido viniendo encima.

Valores contra valores. Valores, como legado ético, frente a valores manejados por el discurso de los mercados. ¿Quiénes fuimos? ¿En qué nos hemos convertido? Por las grietas de nuestra sociedad cuelgan venas cortadas que sirven para que Tirso Priscilo Vallecillos engarce en ellas sus memorias e impresiones, en forma de verso libre, como cuerda de escalada con muchos flecos, que uno no sabe si está a punto de rasgarse del todo, o bien de salvarnos en un mal trance.

Esto que digo es cierto, créanme, especialmente en esa sección tercera que ha llamado «La subnormal y compañía». Aquí se me aparece una luz libre y tangencial renovada, bukowskiana (disculpen el palabro). Esta sección es una siega de cabezas de títere. Me pregunto qué futuro le hubiera aguardado a Tirso P. Vallecillos de haberse dedicado a la comunicación corporativa en vez de a la docencia. Docencia y decencia, quizá, sean categorías propias del magisterio que cierran la puerta al mercadeo.

Pero de todo se sale, como dijo el yonqui jubilado de mi barrio madrileño de San Blas. En la cuarta sección, «Cruzar el mundo por las paredes», el autor nos transporta a cualquier lunes, a uno de los momentos del final de la infancia, cuando se empieza a elegir entre preguntar o comprender calladamente, entre ser sensible o echar callo. ¿Cómo se adormecen los desastres cotidianos? Siempre sin mirar hacia atrás, por si nos convertimos en sal.

Y con la quinta parte llega la oportunidad. En «Cambiar el mundo» el autor nos tiende una mano mientras con la otra nos apunta el camino a la salida. Hermoso el canto a la esperanza.

Acaba el magnífico libro con una sección muy breve, «Noticiario», delicioso relato de lo inocente, en cuyo último verso (quienes me conocen de verdad, lo saben) estoy yo confinado: «Última hora: / un hombre, en su bañera, / sueña con salvar los océanos».

El contenido del poemario tiene muchas caras, pero aún más aristas. Poemario fractal. No olviden releer el prólogo de Antonio Orihuela, de nuevo, una vez finalizado el libro.

Me da la impresión de que tanto el libro como Tirso se han convertido en dos imprescindibles.

Lo único que me asusta es la fugacidad con que algunos títulos pasan ante nuestros ojos. Libros como este, como también es ‘Aquí’, de Francisco Caro (2021, Mahalta Ediciones), o de años anteriores, como es el ‘Estudio sobre noviembre’ de Tulia Guisado (en Huerga & Fierro, misma editorial que el que nos ocupa, de Vallecillos), o muchos otros que no incluyo, deberían de ser recordados de tanto en tanto, para que los lectores disfruten de su belleza más allá de la fugaz obsolescencia programada que nos devora y nos aparta de una memoria cultural necesaria.

`Los feroces años 20´, uno de esos libros que es literatura y legado.

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