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Opiniones de un lector

"El tercer reino", de Santos Domínguez

Editorial Pretextos
miércoles 27 de octubre de 2021, 18:00h
El tercer reino
El tercer reino

Portada color azul cielomar con letras en azul oscuro y blancas. 77 páginas y 56 poemas, uno introductorio y los demás divididos en tres partes: la primera titulada “Híbrido mundo “con 20 poemas, la segunda titulada “El pájaro en la nieve” con 15 poemas y la tercera titulada “Punto de fuga” con otros 20. Primera edición Septiembre de 2021. Cuando lo lees parece que te está mirando El ojo de Dios (la Nebulosa Hélix) –como apunta el autor. Es como si estuvieras experimentando un despertar espiritual y nadaras en una galaxia de versos y sensaciones que se hacen rezo y oración, libro y laberinto. Un poemario cuántico, lleno de “resonancias”, sinestesias, sincronías, serendipias, sinergias, reminiscencias e intertextualidades que nos llevan a otros campos, a otras ideas, a otros libros-mundos paralelos, pero también es críptico, telúrico, surrealista en apariencia, metafísico, místico, metalingüístico…Aquí el lenguaje se hace materia mental transcendente e inductora.

La literatura actúa sobre la realidad, el efecto literatura podría entenderse como una reacción cuántica en la materia mental sincrónica que conduce a nuevas alternativas o posibilidades de pensamiento, a mundos paralelos de interpretación y por tanto de percepción lectora que transforman el resultado final observado. Dice James McCosh: “Un buen libro no es aquel que piensa por ti, sino aquel que te hace pensar”. Rafael Guillén expresa que “la poesía del siglo XXI no debe dar la espalda ni a la ciencia ni a la técnica”. Y Jimy Ruiz Vega sentencia que “El prólogo de todo libro lo pone la curiosidad del lector que lo toma entre sus manos”. Así que, quien se acerque a esta reseña le pido que la entienda como un prólogo que escribo para mí mismo y no necesario para la lectura de “El Tercer Reino”. También dice Jimy Ruiz Vega en El Frescambre: “Podríamos afirmar que los escritores oyen el silencio, descubren lo invisible y lo insólito y, después, lo cuentan… pero hay otros pocos… que tienen la cualidad de escuchar el pálpito del lenguaje.” Justo Sotelo confirma que el relato de J. L. Borges “El jardín de senderos que se bifurcan” “es una mezcla entre la literatura y la Física cuántica, ya que Borges era un escritor atento y sabía que en sus textos se tenía que hablar de los últimos avances científicos”. Y dentro del relato de Borges podemos leer: “ Ts´ui Pên diría una vez: Me retiro a escribir un libro. Y otra: Me retiro a construir un laberinto. Todos imaginaron dos obras; nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto”. ¿Será el lenguaje la máxima expresión cuántica de nuestro cerebro o el eslabón que manifiesta la unión mística con el resto del Universo? Según el principio de symploké no todo está conectado con todo; sin embargo, el mundo cuántico recurre al monismo del todo está conectado con todo para explicar su otra realidad globalizada. Por lo que podríamos aventurar que autor y lector, por entrelazamiento cuántico, estarían conectados irremediablemente desde siempre y para siempre. Desde el Principio de Incertidumbre cuando uno lee un libro, además de leer a otro, también está leyéndose a sí mismo en un proceso de individuación, porque en cierta medida la lectura y la escritura son también un “campo morfogenético”. Flora Lewis afirma que la Incertidumbre es “un principio que requiere respeto y cierta deferencia hacia las ideas y opiniones de los demás”.

Muchas veces, por no decir todas, la lectura de un libro se entiende mejor con la ayuda de otros, a través de ese mágico proceso que se llama intertextualidad, esa especie de entrelazamiento que se da entre los textos. Y en este caso que nos ocupa tal vez más que en ningún otro caso, al menos para mí. Y es que los versos de este poemario abren inmediatamente unos vasos comunicantes (sinestesias, sincronías, serendipias, “resonancias”, reminiscencias, sinergias, agujeros de gusano) con otros autores, con otras ideas, con otros libros y otras áreas de conocimiento, con la literatura, con la ciencia, con el psicoanálisis... La lectura del El Tercer Reino de Santos Domínguez me ha transportado a otro poemario de Rafael Guillén, salvando todas las distancias que hay entre ambos libros y autores. Y es que al leer estos poemas de Santos “Como un útero inmenso, como un cálido/ seno materno, siento/ que la materia me cobija. Entro,/ al fin, en los estados transparentes” –que escribió Rafael Guillén en su poemario “Los estados transparentes”. Pero también me lleva a la Estética Cuántica y a otro título: “El mundo de la Cultura Cuántica” de Manuel J. Caro y John W. Murphy. Además de sugerirme el recuerdo de Gregorio Morales y su “Canto cuántico”. Pero también a la figura de C. G. Jung y el mundo onírico, así como a la transcendencia espiritual.

Carl Gustav Jung apuntó que el ser humano nace/despierta tres veces, una es la física, la segunda es con el desarrollo del ego y el tercer nacimiento es a la “conciencia espiritual”. También dijo que “El sueño es la pequeña puerta escondida en el más profundo e íntimo santuario del alma”. Y Arthur Eddington reveló que “el Universo está compuesto de materia mental”. Si leemos “Gravitational Collapse of a fluid with Torsion into a universo in Black hole” de Nikodem Poplawski publicado en la revista Journal of experimental and Theoretical Physics, y el artículo de Eduardo Martínez de la Fe en Tendencias 21 (8 octubre 2021) titulado “Los agujeros negros serían la matriz del Universo y la puerta a otros mundos” podemos extraer ideas donde el físico polaco afirma que “vivimos en un universo oscilatorio que se expande indefinidamente por efectos cuánticos que actúan sobre la gravedad: provocan la curvatura del espacio-tiempo y la rotación acelerada del agujero negro que lo engendró, que es a la vez la puerta a otros mundos”. Poplawski considera que los efectos cuánticos sobre la gravedad conducen a una imagen alternativa del universo. Según el físico los espines de las partículas interactúan con el espacio-tiempo y otorgan la propiedad llamada torsión. También señala que la primera materia que se formó en nuestro universo procedía de otro lugar y no de la nada, y que nuestro universo late dentro de un agujero negro que a su vez es parte de otro universo más antiguo. O sea, que nuestro universo estaría situado entre la luz y la oscuridad. ¿Me pregunto a mí mismo si podría pensar que cada libro escrito es un agujero negro dentro de otros agujeros negros y a su vez dentro del gran agujero negro que es el propio lenguaje matriz, y por tanto la lectura sería ese horizonte de sucesos que nos atrae hacia su centro y nos atrapa? Los científicos Dirk K. F. Meijer y Hans J. H. Geesink teorizan que nuestro cerebro está vinculado al resto del universo a nivel cuántico. Y que podría comunicarse (entrelazamiento cuántico, efecto túnel cuántico) con esos campos cósmicos (gravedad, energía oscura, campos magnéticos de la tierra…) a través de la geometría del toro, espirales circunscritas en una esfera. R.C. Henry (El Universo Mental) dice: “Si pensamos en la posible conexión entre la física cuántica y la espiritualidad, podemos ver que la mente ya no sería ese intruso accidental en el reino de la materia, sino que se alzaría más bien como una entidad creadora y gobernadora del reino de la materia”. Gregorio Morales afirma que “La mecánica cuántica nos enseña que el observador es parte inherente a lo observado. Para estos autores, la realidad deja de ser objetiva como los realistas y dualistas creían, y pasa a ser subjetiva tal y como los experimentos de la física cuántica nos prueban.” Entonces, añado yo que de alguna manera, la lectura-escritura podría entenderse también como un salón de espejos en el que la interpretación se convierte en un juego de reflejos y proyecciones, en un campo cósmico por el que se expande nuestro cerebro a imagen y semejanza del Universo, en un proceso creativo permanente de materia mental expansiva como una radiación cósmica de fondo. El lenguaje entendido como una respiración que nos conecta con la infinitud y la creación. Francisco J. Peñas-Bermejo dice en su ensayo “Literatura cuántica”, refiriéndose a Wermer Heisemberg, que es el responsable que “formuló la primera teoría cuántica aplicable”, basada “en el hecho de que la interacción entre observador y objeto causa alteraciones incontrolables en el sistema que se observa a causa de los cambios discontinuos característicos de los procesos subatómicos”, “en la que se abandonaban las nociones clásicas de causalidad y determinismo a favor de la indeterminación, complementariedad y subjetividad”. Mihaela Dvorac en su ensayo “El lenguaje cuántico” asevera que “Las ideas cuánticas del lenguaje borroso o la teoría de la individuación han dejado patente la importancia de los diferentes usos del lenguaje en el desarrollo de un individuo libre y creativo que busca conocer lo que le separa de su generación, de su nación, de su familia… es decir que busca su especificidad”, o, “Todo texto está escrito en una lengua, pero el texto (lenguaje) sería el equivalente a -la materia visible- que nos rodea, y que cada uno moldearía según su psique, sus intereses y conocimientos”, “lo que confiere poeticidad al lenguaje es precisamente su capacidad de hacerse sensible a sí mismo y al mundo a la vez”, o que, “el texto, en visión cuántica, deja de referirse a la realidad objetiva y exterior del ser humano, para indicar que la realidad es sustentada, inventada por él”. “El autor cuántico entra en el lenguaje (texto) para desvelarlo y reelaborarlo, haciendo explícito el genotexto; desenmascara la realidad aparente del texto, denunciando sus ideologemas, es decir, las categorías ideológicas y mentales que esconde”. “Cualquier texto puede ser interpretado a la luz de otros textos y adquirir así significados nuevos y profundos”. Manuel J. Caro y John W. Murphy dicen que “tras la caída de la vieja metafísica no tenemos por qué optar solo entre racionalidad o irracionalidad: existe una tercera opción”.

Dice José María Jurado en su excelente artículo “En los dominios de lo invisible” sobre El Tercer Reino, publicado en “lacolumnatoscana.blogspot.com”: “Tras la lectura solo hay o puede haber silencio. Aquí se ha llegado al hueso, a la semilla del lenguaje”, “Hay resonancias cósmicas del Dante en estos breves poemas en cuyos versos habita el cromatismo de Stefan George y la inquisición mística y mistérica de Rilke”, “ha sido escrito con todos los grandes problemas de la astrofísica, de la mecánica cuántica, de la indecidibilidad Gödeliana”. El poemario “es un breviario de la nueva física, de la ignota realidad en la que los ejes cartesianos y la gravedad newtoniana han dejado de existir. Nos abismamos hacia la insondable nada de la antimateria –sobre todo en su tercera parte-.”, de “una poética transcendente”. José Antonio Ramírez Lozano nos comenta que “En El Tercer Reino Santos Domínguez ha bajado la música para escuchar la voz, su voz, esa cifra luminosa, esa palabra o grieta luminosa que todo lo contiene y a él con ella. Un proceso místico que revela la más alta ambición de un poeta”, “a fuerza de sinestesias y antítesis, de imágenes en racimo, lo ha ido llevando hasta ese punto de fuga del que mana la Transparencia”.

Después de leer mi poemario “Un horizonte de significados” me decía Santos Domínguez por Messenger que “Leyendo el suyo, he encontrado muchas afinidades conceptuales. No solo por la concepción transcendente de la poesía y la palabra. Curiosamente, también en mi libro ocupa un lugar decisivo el espacio-tiempo de los agujeros negros”. Lo traigo a colación porque creo que sus palabras pueden ayudarnos a profundizar en El Tercer Reino. Si nos preguntamos el ¿por qué? del título, Santos Domínguez nos advierte y nos da luz al decir “que viene de la terminología de C. G. Jung. El Tercer Reino es el lugar intermedio que hay entre lo visible y lo invisible, entre lo terrestre y lo celeste, entre lo material y lo espiritual”. Llegando nosotros a pensar que, entonces, el lenguaje y la palabra sería el nexo o el puente que hay entre uno y otro.

Tres citas nos reciben a porta gayola, una de G. Bachelard, otra de Rainer María Rilke y la tercera de Anna Ajmátova. Tres citas que son más que tres citas, son toda una introducción, certeras, claras e inspiradoras. Te predisponen para la metafísica y la mística. El primer poema a su vez también hace las veces de un prólogo. Luego, tres partes, cada una con una cita. La primera “Híbrido mundo”, que dice: “Oigo la luz” (Wagner, Tristán e Isolda”, la segunda “El pájaro en la nieve”: “Pájaro largo del otoño acuérdate/ de mí,/ y de este canto,/ cuando estés en tu reino.” (José Ángel Valente) y la tercera “Punto de fuga”: “Acércate al sonido, sé la luz” (José María Millares). Las tres nos invitan a que nos dejemos llevar por las sinestesias y las sincronías. Aquí, espíritu y materia van unidos, caminan de la mano hasta convertirse en lenguaje.

El primer poema es toda una exhortación o declaración de intenciones que nos pide el poeta antes de entrar a su reino. La primera palabra es “Desciende” y sus dos últimos versos nos llevan al mundo paradójico de la antítesis: “Excava en las regiones secretas de la imagen,/ asciende a lo profundo y olvídate de ti.” Déjate llevar, déjate fluir.

El Tercer Reino es un libro que necesita ser leído sin prisas, con sosiego, a ritmo de meditación y autorreflexión, como si fuera un rezo o un acertijo, para que fenotexto y genotexto (que diría Julia Kristeva) vayan tomando cuerpo mental e infusione en el lector de modo fértil, hasta convertir la lectura en un viaje que produce significado, hasta hacernos identidad cósmica a través de la palabra escrita y leída. ¿Qué es El Tercer Reino pues? Un libro y un laberinto, un vehículo de interpretación, un telescopio/microscopio de escritura que nos observa desde adentro y nos convierte a su vez en observadores lanzadera para entender lo infinito que nos explica y lo exterior que nos habita. Porque el libro está lleno de simbolismos, de palabras que actúan como agujeros negros o agujeros de gusano, de significantes y significados que interactúan y se retroalimentan en un proceso de creación íntima y cósmica. Santos Domínguez nos deja por escrito un ritmo interior y sideral a la vez, la música sagrada de su visión individuada, una poética que bebe de múltiples fuentes y surte múltiples veneros hasta fusionarse con el cosmos y el lenguaje. Lo que ha experimentado el autor en este libro es un proceso de individuación. En El Tercer Reino se vive “una interconexión entre individuo e infinitud”. También hayamos en él el principio “Misterio más diferencia” del que hablaba Gregorio Morales en su obra “El cadáver de Balzac”.

En El Tercer Reino los poemas son cortos, de no más de doce o catorce versos como máximo, excepto el primero, el introductorio. Versos heptasílabos y alejandrinos se expanden a sus anchas. El poemario lleno de imágenes sugerentes, en algunas estancias parece surrealista, pero solo en apariencia. Es un poemario críptico, pero también metalingüístico, metafísico y místico. En su poética la ciencia y el pensamiento van de la mano de la materia y del espíritu formando una música/voz telepática, cuántica y cósmica. “Un ángel mudo escribe/ su nombre sobre el agua”, “Cruza el umbral secreto del agujero negro/ donde se borra el tiempo/ y el espacio es un lento ahogarse sin historia” –nos deja flotando en el pensamiento. También hace referencia al horizonte de sucesos: “la geometría curva ha interrumpido el tiempo/ y abolido el espacio”, o, “No hay camino de vuelta desde esta luz que estalla/ hacia dentro, hacia el fondo del agujero negro” –dice en la página 57 y 56, y que en cierta medida establece un paralelismo del lenguaje con el agujero negro, como se deja entrever también en mi poemario “Un horizonte de significados”, y que confirma esas conexiones caprichosas que a veces la propia poesía establece por su cuenta.

Un mundo onírico lleno de simbologías y “resonancias” de tintes casi surrealistas nos balancean de lo consciente a lo inconsciente hasta fusionarse y crear una nueva realidad que nos enlaza con Jung, “que emerge de los fondos litorales del sueño”, “Envuelto en otra luz, vas al lugar del símbolo/ …/ entre el reptil y el ave” –nos confiesa Santos en la página 9 y 13 respectivamente. El simbolismo trazado por el autor en este poemario laberinto es un viaje apasionante de interpretaciones y sugerencias. El círculo en sus diversos matices, como símbolo del cielo y del alma pero también como “manifestación arquetípica en la materia” y del cuerpo. También representa la perfección y lo absoluto. Los círculos concéntricos representan la consciencia del ser, “la chispa de la vida”, la matriz de la creación… El círculo como representación del cosmos, como una escucha interior que busca un despertar o un nacimiento a un nuevo estado de consciencia. Así leemos a lo largo del poemario “círculos de fuego”, “círculos de sombra”, “círculo de cristal”, “esfera”, “cantos circulares”, “En la húmeda tiniebla los sonidos que tiemblan/ en círculos concéntricos por encima del fuego” –canta en la página 42. También el pájaro como símbolo revolotea por todo el poemario. Suzanne Kalil afirma que los pájaros “son el vínculo entre los humanos y los mundos divinos, entre la vida y la muerte”. Y aquí los pájaros actúan como metáfora del lenguaje y la palabra, de las sílabas y las letras que cantan el ritmo del universo. Y es que de alguna manera la primera parte, “Híbrido mundo”, podría leerse como un primer nacimiento, el que hacemos a la vida, al tiempo y el espacio, al destino. “Una lámpara alarga tu sombra sobre el suelo” –leemos en la página 25. Titula la segunda parte del poemario “El pájaro en la nieve “. Y esta parte podríamos interpretarla como el nacimiento del ego. “Un pájaro de nieve baja a beber en ella”, o “un animal insomne/ se entrega a su efusión y a su garganta”. El pájaro con toda su simbología espiritual y la nieve como símbolo de pureza, individualidad y conocimiento. Y la tercera, “Punto de fuga”, sería el alumbramiento a la “conciencia espiritual”, a la luz de la materia y la nada, al lenguaje y al silencio, a “lo que flota en el sueño” como puente o nexo con lo invisible. Y el símbolo del número tres. El título: “El Tercer Reino”. Tres partes, tres reinos, tres nacimientos.

La poética de Santos Domínguez, como un poeta cosmólogo, lleva/conduce al trance, con un lenguaje delicadamente seleccionado y “Fundido con el aire, disuelto en alta luz,/ en el lugar del límite./ Donde la transparencia.” –recita en la página 57. A veces como Ícaro, a veces como si estuviéramos viviendo el mito de la caverna en una reminiscencia de universos paralelos y cuánticos. Por el poemario fluyen los cuatro elementos del saber antiguo que fluyen como fuerzas motrices de un origen que se pierde en el infinito de la memoria. “Como en la tierra están/ el agua, el aire, el fuego/ y su fulgor de estrellas” –podemos leer al final en la página 72. Nos teletransporta a toda velocidad en un viaje espiritual desde el interior de nosotros mismos y de la memoria origen a las profundidades siderales, desde el frío de la materia oscura borrosa a la luz gravitatoria del ser y del lenguaje convertido en agujero negro, desde la palabra “música secreta” al silencio vacío y a la antimateria, de la nada/olvido matriz a la conciencia espiritual de un puñado de versos convertidos en longitudes de onda, hasta llegar a “esta luz incesante/ que agita la materia borrosa del recuerdo” –que visualiza en la página 45. ¿Y cuál sería la ambición última del poeta con este poemario? Pues volver a nacer y hacer del lenguaje su casa y su medio de autoconocimiento, y convertir la palabra en vehículo de luz para llegar al fondo de la inmensidad y atrapar lo invisible en un libro que se expande en nosotros como una onda de sonido o una ola de tinta. El autor se hace materia mental transcendental e inductora, se convierte en un poeta cuántico. “Las palabras más blancas son penumbras de acecho/ en las orillas negras del río en llama viva”, o “Vibra oscuro el instante y sucede la chispa,/ la palabra que busca la huella del prodigio.” –escribe respectivamente en las páginas 58 y 64. Porque para el poeta el lenguaje/las palabras son puertas espín a otras dimensiones, a otros mundos paralelos, a otras realidades escondidas, a otra “torsión” poético espacio-temporal. “Más allá de la lengua, más allá de los nombres/ traza con tu latido lo que el ojo no alcanza.” –deja vibrar en la página 14.

Pero como diría Ludwig Wiggenstein: “Lo que se deja expresar, debe ser dicho de forma clara, sobre lo que no se puede hablar, es mejor callar.” Y eso es lo que hace también de forma magistral Santos Domínguez, decir/sugerir y callar, nos deja su voz y su silencio simultáneamente en el mismo tiempo y en el mismo espacio, en sus versos. Un libro laberinto, El Tercer Reino, que os invito que leáis, ya que convierte la lectura en un parto espiritual, en un invernadero cuántico.

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