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"Domina. Las mujeres que construyeron la Roma Imperial", de Guy de la Bédoyére

Ed. Pasado y Presente. 2019
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 21 de octubre de 2022, 19:10h
Domina
Domina

En la reseña-ensayo de hoy, me acerco de nuevo a otra obra literaria extraordinaria, que pretende llenar el hueco sobre lo que ocupaban las mujeres en la Roma imperial, y que era mucho más esencial de lo que la historiografía posterior dio a entender. Y, nuevamente, esta inteligente editorial, proveniente de Barcelona, nos realiza un estudio pormenorizado sobre las mujeres romanas; que eran muy importantes en el devenir social de Roma; aunque los censores del SPQR siempre trataron de preservar el predominio de los varones sobre el de las mujeres, como defensores acendrados de lo que ellos consideraban las costumbres de sus antepasados.

«La línea de descendencia materna fue el factor decisivo que permitió la existencia y supervivencia de las dinastías julio-claudia y severa. Augusto se embarcó en una compleja serie de experimentos para establecer la identidad de su propio poder y encontrar modos de que su régimen perviviera tras su muerte. Desde el principio mismo hizo de la sangre el criterio decisivo para la sucesión, pero el fracaso de la línea paterna en su propio tiempo, que tan frustrante le resultó, se prolongó durante el reinado de toda su estirpe y se repitió en tiempos de los severos. Esto aumentó –con consecuencias espectaculares- la importancia de la mujer en ambas dinastías. Tal fue su relevancia que es posible reescribir la historia del período a través de sus reinados y sus biografías en lugar de adoptar el enfoque tradicional. Con todo, comprender lo que ocurrió depende de las fuentes escritas romanas, que se complican de manera notable por obra de ambigüedades, vacíos y las tendencias e intenciones de sus autores. Por encima de todo, los historiadores antiguos criticaban con frecuencia a las mujeres que tenían el poder y las usaban como “prueba” de la degeneración de los emperadores y su incompetencia. En consecuencia, los testimonios de que disponemos son todo un reto para los investigadores modernos, que deben recurrir a la arquitectura, la escultura y la numismática para tratar de proporcionar cierto equilibrio».

La obra comienza narrando un hecho luctuoso, que ha figurado en toda la historiografía, y en el conocimiento de la humanidad, hasta límites insospechados. En el año 65 d.C., se produce el comienzo del fin de la dinastía romana, que había nacido de los genes del dictador perpetuo Gayo Julio César, asesinado el 15 de marzo del año-44 a.C.; año en el que se produce la muerte por unas cuantas patadas alevosas dadas en el abdomen de la emperatriz Popea Sabina, que, a la sazón, estaba embarazada, el autor del crimen sería su esposo, el psicópata emperador Nerón. Murieron la emperatriz y abortó el hijo que estaba esperando. La causa sería el que Popea Sabina amonestaba, casi de continuo, a su imperial esposo porque se pasaba mucho más tiempo en el circo que en el Palatino. Su acto criminal no quedaría impune, ya que en el año 68 d.C. su dinastía caería acompañada de su propio suicidio. Los emperadores julio-claudios, entre los años 27 a.C. y 68 d.C. tenían unas mentes complicadas y unos comportamientos retorcidos y carentes de la más mínima normalidad. Sería el historiador Suetonio, un militar de la clase social de los caballeros, que estuvo militando en las legiones del emperador Adriano, el cronista que se encargará de realizar un estudio pormenorizado sobre los comportamientos estrambóticos de los emperadores de esta dinastía.

«De haber escrito la historia de las mujeres julio-claudias, Suetonio bien podría haber hecho la observación, sorprendente aunque elemental, de que el único motivo de la existencia de dicha dinastía fue la transmisión casi exclusiva de la línea de sucesión a través de las mujeres». Desde Julio César hasta Nerón, la ficción sucesoria se fue realizando por medio del método legal de la adopción, con la excepción, que confirma la regla, del emperador Claudio, quien subió al trono de Roma tras el ¿merecido? magnicidio de su sobrino Calígula. En la mayoría de las ocasiones estos primeros emperadores obtuvieron el trono imperial romano por mor, no de la herencia del emperador Augusto, sino de su esposa Livia y de su hermana Octavia.

El Emperador César Augusto tenía la idea prístina de que para poder perpetuar su dinastía era, más que necesario, que el poder fuese acaparado por un solo hombre, aunque este aserto político estuviese en franca oposición con el sentir de la constitución del SPQR; su tortuoso pensamiento, a la par que inteligente, creó todo un sistema para conseguir dominar el mundo, pero aparentemente aceptando los presupuestos políticos de la Roma republicana. Pero, en ningún momento, se podía dar la idea de que aquel nuevo sistema político era el renacimiento de la odiada monarquía. Al no tener hijos varones, debió fundamentar su plan, en aceptar la garantía que suponía el utilizar a los hijos o descendientes de las mujeres de su familia.

En el caso de la dinastía militar cartaginesa de los severos, con Septimio Severo a la cabeza, en este hecho tan curioso e interesante será la muy joven emperatriz, Julia Domna, la que llegaría al trono del imperio de Roma acompañada de un grupo numeroso de familiares femeninos, con mucho dinero y con ideas similares a las de la emperatriz. La emperatriz ligará al trono del SPQR a su hermana Julia Mesa y, a continuación, a los hijos y sobrinos-nietos de las hijas de la susodicha hermana, llamadas Julia Soemias y Julia Mamea. Por todo lo que antecede, se puede indicar que estos nombres constituyen un trasunto proveniente del período julio-claudio. La dinastía de los Severos también es fundamentalmente femenina y, en mucho mayor porcentaje que en lo que se refiere a la dinastía de Augusto.

«Al menos sus mujeres intentaron hacerse con las estructuras de poder masculinas con más frecuencia si cabe que las de esta». En concreto, Julia Soemias fue la primera mujer que accedió al Senado, aunque la emperatriz Livia también, mucho tiempo atrás, manejaba los hilos desde el propio palacio imperial, aunque no se inmiscuyera en aquella compleja y ambiciosa cámara. Creo, con toda sinceridad, que estás apretadas notas pueden servir como acercamiento a este libro fuera de serie, que procede de una editorial que tiene una calidad y cuidado exquisitos, además de un rigor envidiable. «Senatorii ordinis, sed qui non dum honorem capessisset».

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