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"Normandía 1944: el día D y la batalla por Francia", de James Holland

Ático de los Libros. 2022.
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 20 de octubre de 2023, 23:22h
Normandía 1944
Normandía 1944
Nuevamente la editora con ese nombre tan sonoro, nos ofrece otra obra magnífica, y de interés preferente. Estamos en el mes de mayo de 1944, la Wehrmacht languidecía, ya que estaba siendo derrotada en todas partes y, únicamente, el sumatorio entre la habitual tenacidad de los alemanes, y la crueldad patognomónica de las Waffen-SS, conseguía resistir. Pero, los aliados, dirigidos por los norteamericanos, estaban ya dispuestos a dar el empujón definitivo a los odiados germanos.

«La campaña que precipitó el fin de la Segunda Guerra Mundial en Europa. El desembarco de Normandía el 6 de junio de 1944 y los 76 días de durísimos combates en Francia que lo siguieron fueron la campaña que marcó el principio del fin de la Alemania nazi. En esta nueva historia del Día D y las batallas en Normandía, James Holland, el principal exponente de la nueva generación de historiadores que están reinterpretando la Segunda Guerra Mundial, nos ofrece una visión global que cuestiona mucho de lo que creemos saber sobre esta campaña. Muchos relatos anteriores han ignorado la escala y complejidad del esfuerzo bélico aliado, así como las limitaciones tácticas, operacionales y estratégicas de las fuerzas alemanas. A partir de archivos y testimonios inéditos que van desde soldados rasos hasta generales, pasando por pilotos de bombarderos, enfermeras o miembros de la Resistencia, Holland nos brinda el relato épico de la campaña que supuso el principio del fin de la guerra en Europa. ‘Normandía 1944’ es una historia de lucha y superación, un relato del Día D y la campaña en Normandía que integra los niveles operacional, estratégico y táctico en una obra escrita con el magistral estilo que caracteriza a James Holland».

El lugar donde se va a producir el desembarco, la ubérrima e histórica región de la Normandía, estaba ocupada por el régimen político del III Reich, y no bajo la soberanía de la Francia colaboracionista del mariscal Philippe Pétain. Normandía era una región típicamente agrícola, con sus tierras llenas de vacas, con una capital, Rouen, plena de Historia y henchida de la personalidad historiográfica de los Plantagenêt, con su principal urbe, Caen, que tendría un nombre sonoro en el próximo desembarco. En este mes de mayo la región estaba en plena ebullición militar, ya que los alemanes se estaban preparando para el desembarco aliado, el cual tenían casi la certidumbre de que, cuando llegase el pertinente verso de Paul Verlaine, sería inminente. Y, para ello, desde enero empezaron los alemanes a fortificar lo que denominaron como la Muralla Atlántica, pero que tenía más de propaganda que de realidad palpable, y todavía no era un concepto defensivo efectivo, como para poder detener a la invasión masiva de los aliados.

Desde luego, cuando el mariscal de campo Erwin Rommel realizó su inspección de las defensas costeras del noroeste de Europa en diciembre del año anterior, se quedó conmocionado ante lo que descubrió. Había baterías costeras y defensas alrededor de las principales ciudades y en el Paso de Calais; partes de Dinamarca estaban bien defendidas, pero, en general, se llevó la impresión de que había demasiados huecos en la muralla, especialmente en Normandía y Bretaña. Tampoco las tropas que defendían esas zonas le inspiraron mucha confianza. El ejército alemán siempre había tenido una proporción notable de tropas mal equipadas y mal preparadas, incluso en los años de gloria de la blitzkrieg, pero en esta parte del noroeste de Francia había demasiados soldados muy viejos o muy jóvenes, así como un exceso de tropas extranjeros mal adiestradas y muy desmotivadas en los Ost-Bataillone -los batallones orientales- y, también, demasiados veteranos que estaban recuperándose de sus heridas mientras comían queso y bebían más sidra y calvados de lo aconsejable”.

El problema más importante era el de la escasez de suministros, pero sobre todo lo pernicioso para una evolución positiva de la guerra, aunque siempre desde el lado de los nacionalsocialistas, era aquella forma enloquecida de dirigir las acciones bélicas que estaba encarnada en Adolf Hitler, quien había decidido llevar, personalmente, la guerra, desde diciembre de 1941, con resultados catastróficos, pero la egolatría de Hitler lo dominaba todo. Adolf Hitler estaba total y absolutamente convencido de que era uno de los mayores genios de la Historia militar y de la propia praxis de todos los tiempos, por lo que mantenía un férreo control sobre el ejército y el pueblo alemán. No obstante, Hitler era un vago por antonomasia, aunque muy observador, por lo que era capaz de embeberse de todos los análisis que realizasen los que le rodeaban.

El ejército alemán de los primeros años de la guerra había conseguido sus éxitos básicamente porque había creado una forma de operar en la que las claves eran la velocidad de maniobra y la capacidad de golpear al enemigo con las fuerzas concentradas. A estos factores se había sumado la libertad de los comandantes sobre el terreno para tomar decisiones rápidas sin tener que recurrir a autoridades superiores. Todo eso había desaparecido ahora que todas las decisiones de unas Fuerzas Armadas alemanas horriblemente sobreextendidas tenían que pasar por el Führer. El Oberkommando der Wehrmacht -OKW, el Estado Mayor General Conjunto de las Fuerzas Armadas- era meramente su vocero y ni el mariscal de campo Wilhelm Keitel, jefe del OKW, ni el general Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor, se atrevían a ser más que meros lacayos al servicio de la megalomanía de Hitler”.

De todo lo que antecede, se deduce que la actuación planificadora de Adolf Hitler dificultaba, muy mucho, el que la ágil maquinaria de guerra de Alemania pudiese obtener sus más mínimos objetivos militares sensu stricto. En estas condiciones, hay que comprender como se encontraban los ánimos pragmáticos del mariscal de campo Erwin Rommel, que veía con sus propios ojos la incompetencia de lo que ocurría en la Guarida del Lobo. Rommel era el primer militar a los ojos de Hitler, y del que se podía esperar lo máximo, esta es la causa por la que había obtenido, bastante rápidamente, premios y galardones, por lo que había sido, en el año 1942, el mariscal de campo más joven de la Wehrmacht. En el otoño de 1943, Rommel ya estaba convencido de que la guerra no se podía ganar, nunca y en ninguna circunstancia; por lo que cuando recibió el mando del ejército alemán del norte de Italia, ya estaba en pleno desánimo, y era superado por el mariscal de campo de Italia, Albert Kesselring. Por lo tanto, su próximo teatro de operaciones sería Francia, donde estaban otros dos mariscales de campo: Gerd von Rundstedt y von Kluge. Sea como sea, con estas líneas recomiendo sin ambages esta magnífica obra. ¡Sobresaliente! «Confusa ebrius est non iens ut producat ex optimis in sobrii sint mulier».

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