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Garrote vil
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“LA ESPAÑA A GARROTAZOS”

Por Álvaro Bermejo
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beralvatelefonicanet/7/7/18
viernes 12 de enero de 2024, 22:45h

La pandemia se expande por tres vías: la calle, el parlamento y la subcultura ambiente. ¿Cuál fue el primer brote? Valen todas las respuestas, pero la más aceptada apunta a la abdicación de las élites. Si una campaña electoral se puede leer como una guerra de palabras mal asunto cuando la crispación sustituye a la discrepancia, el desprecio al respeto y el insulto a la crítica. Si en la tribuna las ideas valen menos que los exabruptos, más aplausos en la calle para la basura vendida como libertad de expresión. De la chabacanería de cómicos como Leo Bassi o Pep Rubianes, sólo hay un paso a delitos como los perpetrados en su día por el rapero Pablo Hassel bajo la misma cobertura.

No, claro que no, el odio no es un delito. Lo delictivo es cómo este país se ha dejado arrastrar hacia la normalización de la bazofia en alta definición. El rebuzno institucionalizado y su derivada sanguinaria causan furor en un público o un electorado hambriento de emociones fuertes.

Hoy se apalea una piñata con la efigie de Pedro Sánchez con la misma saña con que se queman retratos del rey -no hablemos de los que aparecían orlados con una diana en las calles del País Vasco, hace no tanto-. Los que entonces callaban hoy se rasgan las vestiduras antes de aplicarse a prodigar la misma violencia verbal, preámbulo de la física. Lo decía Ortega con estas palabras: “el grito es el preámbulo de la matanza”. También lo decía Rigoletto mirando a su rival, Sparafucile: “¡Somos iguales! Yo con la lengua, él con el puñal”.

La especificidad española carece de lírica. Lo nuestro es la goyesca pelea a garrotazos, la llamada al motín, el viva la muerte y la pasión por el linchamiento virilizado a golpe de Facebook. Esta agresividad, esta degradación de las relaciones entre los partidos y las personas, se respira a todos los niveles. Pero es curioso. Tanta inquietud por la degradación del planeta y por el cambio climático, y ni un atisbo de preocupación por su paralela social, por este clima tóxico que envenena nuestras neuronas mientras sube de grado el crescendo cainita, el maldito discurso del odio unánimemente festejado en el gran esperpento nacional.

Infracultura, infrapolítica, grado cero. ¿A quién beneficia? Naturalmente, a los que hacen caja con el espectáculo. Sabíamos que la demagogia es un cáncer del sistema democrático. Exentos de otra terapia que la del enfrentamiento, hoy sus metástasis son inexorables. Estamos, por méritos propios, en el pabellón de los terminales.

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