La escritora nacida en Pamplona, que desde años reside en el Valle de Baztán, Maribel Medina, acaba de publicar su última obra, HAMBRE, en la Editorial Contraluz (Grupo Anaya, S.A.).
Con una prosa magnífica y precisa, y unas descripciones en las que participan todos los sentidos, la autora nos traslada a una borda aislada en medio de los prados rodeada de un bosque solitario, que conoce bien, en el que los castaños y avellanos esparcen sus generosos frutos por el suelo donde acabaran pudriéndose, y los helechos y matorrales llenos de espinas lo invaden todo. El pueblo está a varios kilómetros de distancia y esa casa fría de tres pisos sólo la habitan la protagonista, Sylvie, y Byron, el perro. Y el silencio y la enorme soledad y rabia que conlleva el abandono.
“C” se marchó una mañana dejando una nota en la cocina por toda explicación; un poeta que no encuentra las palabras adecuadas para alejarse de su compañera, la mujer que le siguió a ese destierro no elegido ni querido, que limpia la casa, atiende a las gallinas y saca la basura de las mugrientas ovejas y siempre está lista para el sexo a demanda. Una joven francesa que arrastra una historia de desamor al nacer en una familia patriarcal muy conservadora en la que el padre, y la religión, determinan todo. Y la madre complace sin oponerse nunca.
El miedo y la soledad desatan los demonios que anidan en el interior de esta mujer, y que nunca estuvieron del todo dormidos; el HAMBRE, de otro, de un compañero, de un contacto, de una mano que la acaricie, de amor, de pertenecer y, sobre todo, de ser dos. Tendrá que hacer frente a las largas noches de invierno en las que la oscuridad lo cubre todo menos el dolor; al frío que se cuela por las rendijas de las ventanas y se instala en los huesos y su alma helada; a la desesperación que siente al constatar que darlo todo no es suficiente; a la mugre que empieza a cubrirla como a las ovejas; a las verduras que se pudren en el huerto y ya no podrá embotar. A las largas horas sin “C”, que no se llama así, pero sí es la letra por la que empieza el nombre que ahora le ha dado. Tendrá que cambiar el “nuestro” por el “mío”, el “nosotros” por el “yo” …, y podrá decir todos los tacos que él odiaba tanto en su boca.
Todo lo que la rodea se convierte en algo hostil, amenazante -el bosque, el aliento húmedo de la casa, las ovejas a las que odia, los recuerdos, el pueblo que nunca la admitió como una de ellos y del que se siente ajena-, sin darse cuenta de que el enorme abismo que amenaza con engullirla está dentro de ella hasta rayar en la locura y que puede llevarla al desastre.
Maribel Medina afirma haber creado un personaje absolutamente opuesto a ella, del que no tenía referencias personales. No entendía a su propia protagonista, hasta que, en un momento dado, por fin, comenzó la revelación y la situó en el valle donde ella vive para tener algo sólido a lo que asirse haciéndolo participar como un personaje más de la novela. La diferencia es que la autora sí eligió ese lugar para residir, no así la protagonista que renunció a todo para estar con el hombre que más tarde la abandonó antes de convertirla en una mujer perro, totalmente dependiente; ahora es una persona asocial con hambre de ser aceptada, de que la quieran, de un príncipe azul que la haga sentir como la princesa feliz de los cuentos… y eso solo lo puede obtener a través de un hombre, no a través del sexo rápido con desconocidos que no la satisface.
Sylvie no tiene apoyos a los que asirse, porque con la marcha de “C” se ha venido todo abajo; no le importa la ETA que sigue matando, los jóvenes hundidos por la droga, la joven que tiene piernas muy cortas… Ellos no podrán suplir lo que le falta. No podrán saciar su hambre.
Lejos de aprovechar la belleza que la rodea y encontrar su lugar en el valle, la rabia, la irá la conducirán a una venganza cruel de todo lo que se oponga a su felicidad, al logro de su objetivo. Hasta que ella, al igual que la autora, tenga una gran revelación y empiece la transformación: todo lo que ansía podrá lograrlo ella sola, sin un hombre. No necesitará más la aprobación de “C”; ni de nadie.
Maribel Medina escribe de una forma hermosa, cada palabra significa lo que quiere decir y siempre encuentra las adecuadas, tanto si habla de gallinas, avellanas o del desequilibrio emocional de la protagonista.
… La ceniza de la chimenea me recuerda el último fuego y la mujer que lo encendió. Aquella víctima solitaria era el daño colateral de un abandono. Ahora yo soy la que ha puesto una bomba y la ha hecho detonar. No puedo echar las culpas en una desgracia difícil de superar.
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