Más sombría aún se nos revela la célebre profecía de san Malaquías: auguró el fin del mundo tras un papa que sería conocido como Pedro el Romano y a quien se ha asociado, precisamente, con Francisco. En el más optimista de los supuestos, si se tratara de su sucesor, sería el último. Y romano, luego italiano.
Ahora que las pompas pontificias devienen un espectáculo urbi et orbi, lo propio del siglo del laicismo rendido a la idolatría -¿para cuándo las presentadoras de TVE con peineta y mantilla?-, y el cónclave en un desfile de modelos comparable al que plasmó Fellini en ‘Roma’, conviene relativizar tanto lo que se cuenta como lo que se augura.
Ciertamente, el color de la piel del sucesor de Bergoglio importa menos que sus tendencias doctrinales. ¿Será progresista o volverá al canon conservador? La pregunta lleva a otra: ¿Fue Francisco tan progresista como se supone?
En los gestos sin duda, en las políticas efectivas -aborto, matrimonio homosexual, integración de los laicos en su aparato de poder- no más que Benedicto XVI. Sumemos el escándalo del ex jesuita Marko Ivan Rupnik, acusado de abusos contra varias religiosas, excomulgado y recuperado, protegido por Benedicto, amigo personal de Francisco.
No descuidemos la hipocresía inherente a la Curia, también bajo su mandato: sensibilidad extrema hacia los pobres inmigrantes ilegales, prédicas y más prédicas a favor de su acogida. ¿Acaso la Iglesia no es la Casa de Dios? Menos homilías y más puertas abiertas: las de sus templos y sus conventos, de par en par. ¿Cuántos hay sólo en España? ¿Cuántos inmigrantes podrían acoger y alimentar, como lo haría Cristo? Su Vicario en la Tierra los bendijo, pero se abstuvo de predicar con el ejemplo.
Sigamos con el cónclave: de los 135 purpurados que se citarán en la Capilla Sixtina, el 80% fueron nombrados por Francisco, lo que permite aventurar una continuidad. Aunque nunca se sabe. Allá donde media el Espíritu Santo, y otros espíritus más terrenales, la sucesión siempre es impredecible.
Volvamos con Nostradamus y Malaquías. ¿Cuántos de ellos son de piel sombría y cuántos italianos? Entre estos, más de cincuenta, tres favoritos: Pietro Parolin -¿Pedro el Romano?-, Pierbattista Pizzalba, y Matteo Zuppi. Entre los de piel sombría, otros tres: el ghanés Peter Tukson, el congoleño Fridolin Ambongo, y el filipino Luis Antonio Tagle.
¿Qué puede resultar decisivo? En la elección de Francisco pesó mucho el caso Vatileaks y la certeza de que el futuro de la Iglesia pasaba por otras latitudes. Entre Nostradamus y Malaquías, otra latitud. Y otra profecía. La del propio Francisco. En dos visitas pastorales, a Ragusa y Vietnam, y al preguntarle cuándo regresaría, respondió, literalmente: “Si no voy yo, seguro que irá Juan XXIV”. No digo más, todo está escrito.
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