Aquel libro de 2022, publicado por Mahalta Ediciones, reveló hasta qué punto la obra lírica y la poética de la escritora habían logrado depurarse y quintaesenciarse. Sus hermosuras léxicas características, así como las imágenes sugerentes y las ricas descripciones asociadas, en buena medida, al ámbito de la Naturaleza, adoptaron en Bienandanza una suerte de síntesis fundada en un oxímoron de lo más fecundo, y que podría expresarse del siguiente modo: rotunda sutileza. Algo así, evidentemente, no pasa por la creatividad de un autor sin dejar mayor huella. Lejos de resultar un fenómeno pasajero, la sutileza rotunda de Bienandanza –cuyos primeros frutos pueden rastrearse ya en El aire que rompe la niebla y En la línea que dibuja el instante- ha imperado también en la gestación y materialización de La inquietud de las flores, el nuevo poemario de Isabel Fernández Bernaldo de Quirós, igualmente aparecido bajo el sello de Mahalta.
La inquietud de las flores presenta otra cualidad no menos importante; cualidad que se halla en estrecha relación, además, con lo antes señalado. De entre todos los libros de la autora, quizá éste sea el primero donde se aprecia una musicalidad plenamente consciente de su poder. Porque conviene decirlo una vez más, sobre todo para sacar de su error a quienes todavía -¡oh, desgracia!- se empeñan en vincular musicalidad con postmodernismo –de lo cual cabría inferir el gigantesco disparate de un supuesto influjo nocivo de lo musical en lo poético-. Conviene volver a decirlo muy alto y muy claro: la música, en poesía, es mucho más que una cuestión de ritmo o de cadencia. En los tiempos del verso libre –los nuestros, por fortuna-, la música fundamentalmente apela a la relación entre la sugerencia, o la apertura de significado, y el hallazgo del golpe de voz preciso para cada texto; por expresarlo de otro modo, entre lo connotativo y el hallazgo de la melodía íntima e implícita que cada poema necesita para dar mayor vuelo a cuanto expresa y sugiere. Isabel Fernández Bernaldo de Quirós ha aprendido muy bien tal enseñanza -más allá de las explícitas referencias musicales que abundan en las páginas de La inquietud de las flores-, y por eso su nuevo poemario acierta a cristalizar una expresión tan concisa como alada, tan sugestiva como contundente, a lo largo de los 69 textos que lo vertebran –repartidos en una composición introductoria y cuatro secciones (“Alborada”, “Crepúsculo”, “Celaje”, “Noche”)-.
De todo ello se hace eco, sirviéndose de otras palabras y demostrando una intuición admirable, el escritor abulense José María Muñoz Quirós: “La poeta, sabiamente, impone su propio ritmo de ternura perpleja, de absorto sentir, encaminándose desde la altura del lenguaje asombrado hasta la máxima desnudez de lo que no puede ser ya más reducido, mundo de esencias y vivencias“. Y añade, con gran lucidez, y siempre en su prólogo a la nueva obra de la autora: “(…) los versos son como lacerantes instantes de la mirada de una mujer en el espejo secreto y extraño de la palabra germinativa”. No es de extrañar, por tanto, que Muñoz Quirós termine descubriendo los motivos de la inquietud floral que da título al poemario: “Las flores son la caricia de la búsqueda, la pisada en los caminos de adentro, el sosiego que se predispone a cerciorar su verdad tan inquietante”. Para mayor transparencia, nada mejor que descubrir la composición introductoria del libro, “Se trata de la vida”; un poema que, además, posee la virtud de anticiparnos el tono, la hechura y el vuelo de la obra en su integridad: “Silencio. En él, / la inquietud de las flores de noviembre. // Un aire desnudo desafía / el laberinto de luz / y tiemblan los cimientos de la existencia. // Un hombre. / Y una mano de mujer / lamiendo su piel húmeda y herida. // La noche está de paso. / Reza el alba en sus venas”.
Musicalidad de la búsqueda, pues. Y brevedad poderosa; no la de la indagación lírica en sí misma, sino la del asombro que deviene revelación: “Cuando la belleza es cualidad propia. // Cuando la mirada se detiene / y de la contemplación nace el asombro. // (…) Cuando en su polifonía descubres a dios”, leemos en el vibrante texto titulado “Magnificat”. Con La inquietud de las flores, Isabel Fernández Bernaldo de Quriós ha alcanzado la difícil taumaturgia poética de “estar en ninguna parte / y abrazar el todo”. Un todo donde cabe la aproximación puntual al haiku (“Dicha”, “Luminaria”), así como el advenimiento de versos tan luminosos como los que ponen broche a su visión del “Concierto nº 3 de Rachmaninov” (“En la memoria de sus manos, / las notas de mi vida”). Un todo donde sencillas y muy logradas composiciones (“Canción en tres tankas”, “Bajo el manto de nieve”) conviven con el fecundo ensimismamiento que al sujeto poético siempre habrá de producirle la contemplación de la Naturaleza, o con el suave virtuosismo a la hora de fundir el instinto lírico y la contemplación paisajística –de lo que es buen ejemplo el poema titulado “Contraluz” (“El paisaje de la mañana / se esconde en el contraluz. // Con lágrimas en los ojos / viene la brisa”)-. Un todo, además, donde el símbolo de la mantis se postula cual gozne entre las impresiones tomadas de la Naturaleza y la crítica social o la conciencia cívica: respiración también constante para el pulmón de la autora.
“El silencio no es un espacio vacío. / Tampoco la eternidad”. Tal es la sensación que ha de llevarse –en el espíritu, en sus profundos ojos- quienquiera que se acerque a los versos de La inquietud de las flores. Eso, e imágenes muy afortunadas (“La noche, / con sus bolsillos rotos del invierno, / cae sobre la rosa”). Y un “casi haiku” excepcional: “El amor / cuenta estrellas / en la niebla”. Y, por supuesto, la certidumbre de resistir y superarse merced al impulso lírico que conduce, indefectiblemente, hasta la memoria salvadora: “Bajo la sombra del recuerdo / me siento protegida. // Nada perdió su nombre”.
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