Como bien señala José Enrique Martínez en su magnífico prefacio, este nuevo libro del escritor granadino, Francisco Acuyo, que discurre por la reflexión sobre el mal y dolor, el sufrimiento y el duelo, el llanto del ser humano en definitiva, “no es abordable desde una lectura cómoda y ligera. Su densidad y su asunción problemática conllevan un pensamiento complejo”. No es asunto baladí, plantearse en los momentos actuales, interrogantes sobre los límites de realidad, en suma, de nuestra identidad como ser humano. Precisamente, el aporte esencial y singular hallazgo no es solo proyectar razones éticas sino también poéticas. De las múltiples inquietudes de Francisco Acuyo con la escritura (investigación, ensayo, edición, docencia, traducción, filosofía), la poesía constituye el sendero más profundo de su recorrido creativo. Tanto es así, que este breve ensayo cierra con un epílogo del autor que es un poema dedicado a una niña de 5 años, Paula, que falleció por una enfermedad devastadora. De hecho, el origen del libro parte de este trágico suceso. Con todo, se anhela que sea “un despertar en la esperanza”. La poesía sabe conjugar sus contradicciones. El tiempo, la caducidad de nuestra existencia, las limitaciones o determinaciones de nuestros sentidos, la memoria, la muerte, siempre han sido preocupaciones humanas y, ese proceder se inserta de lleno en este magistral libro (en acertados términos del profesor Sánchez Trigueros, “acontecimiento”) de la editorial Polibea, tan mitológica y rigurosa a la vez. Francisco Acuyo es un hombre de letras, con formación renacentista y devoción barroca. Un barroquismo al que no renuncia en ningún ámbito de su escritura, ya que el rigor, la riqueza léxica, la precisión conceptual, la búsqueda de la palabra exacta y sugerente son señas de identidad de su posicionamiento en la historia de la Literatura y lo convierte además en autor diferente, discernible y reconocible. En cualquier caso, cada acontecimiento de Francisco Acuyo es una oportunidad exclusiva por explorar nuevos espacios desde la sorpresa, virtudes en declive, por lo que se constata, pero además como libro quiere presentarse también como objeto artístico. La tipografía es otra inquietud que Francisco Acuyo lleva a buen término. Entre libros de poemas, se incluyen estos ensayos, libros reflexivos o acontecimientos. Recordemos por ejemplo de 2022, Elogio de la decepción, que también abordaba la cuestión del dolor del sufrimiento, pero en paréntesis con la belleza. Por alguna razón, los poemas suelen nacer de la disconformidad, el sufrimiento, el dolor, la decepción, evidenciando siempre los dos lados de la moneda. En el contexto del mal y el dolor, el Holocausto no podía silenciarse. Un pensador tan fundamental como Theodor Adorno nos decía que después de Auschwitz no eran posibles más poemas, excepto sobre la base del propio Auschwitz", toda vez que el arte en general y la poesía en concreto, no pueden ignorar el Holocausto, sino que deben confrontarlo. Francisco Acuyo, al tiempo que recorre los posicionamientos filosóficos de autores indispensables (desde Jean Guitton que encabeza la cita inicial hasta Camus y Sartre, pasando por Blaise Pascal, Wittgenstein, Nietzsche, Carl Jung, Kierkegaard, Lévinas, Mircea Elíade o George Steiner, entre otros) observa la manifestación del mal en diversas formas y en diversas partes del mundo. En dicho segmento, verificamos la esfera de la injusticia, acaso de las injusticias, y, en consecuencia de los sufrimientos, sin desatender a esa parte de “azar violento”, angustia y violencia que un poeta como Dámaso Alonso supo expresar, buscando razones ante la adversidad. De la escritura de Francisco Acuyo, siempre hemos subrayado su pulcritud y precisión y añadiría un componente melancólico especialmente recurrente. Queremos insistir en el ejercicio teórico y analítico que supone este ensayo pero que se nutre de los tentáculos de la poesía. Desde luego, no permanece ajeno a la estructura filosófica, pero sin llegar a ser el fundamento crucial, a lo sumo, como propuso María Zambrano, no se quiere descartar la estrecha relación entre la razón poética y la filosofía, porque la necesidad de un diálogo entre ambas es patente para comprender la realidad y el conocimiento humano. La disposición del libro es aclaratoria al respecto, como hemos señalado anteriormente. El poema epílogo a Paula es origen, fin y medio para tratar de intelectualizar el dolor interno. En ese recorrido se cruzan lecturas, otras miradas, contextos históricos. Se quiere o no, el dolor es fundamentalmente subjetivo. Cabe traer a colación las palabras de otro poeta de hondura filosófica, José Bergamín, que apuntaba a no ser objetivo porque no era un objeto, y, a ser subjetivo porque era un sujeto. Quizá por ello, se percibe una línea imaginaria, un espejo para que el lector no solo desentrañe las cuestiones intelectuales sino interprete los reflejos. El marco de la paradoja es precisamente el que irá marcando las pautas de lectura. Muy posiblemente la única ley que nos defina, sea la de la contradicción, donde en un mismo espacio se pueden dar al mismo tiempo, el prodigio y la miseria. A todas luces, estamos un libro excepcional, en un momento donde el desconcierto reina y la engañosa búsqueda de lo que se entiende por una tramposa “felicidad” es el único propósito válido. Si sumamos la perversa tendencia a la mentira, la pereza y lo inmediato, no cabe duda que editor, autor, prologuista y lectores son, cuando menos, valientes. En cualquier caso, me identifico con Francisco Acuyo “es obvio que la poesía es el sosiego (y también la rebelión), el bálsamo para la razón que no comprende, es el impulso que anima a romper lanzas y facilitar dificultades en favor de todo doliente que acercarse a ella guste, pues no hay pretensión en ella de una lógica de entendimiento que no puede (y no quiere) cubrir ni reparar razón contra tan irrazonable fuerza, sino que ofrece un favor terapéutico para afrontarlo, así como un impulso reparador amparado siempre en lo profundamente creativo”. Puedes comprar el libro en:
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