A continuación, se abrió el telón del siglo veinte con t odos y cada uno de los infiernos que acechaban en espera. La guerra en el norte de África convirtió el Rif en un matadero. ¿Quién decidió meter las tropas españolas en aquella ratonera? El Rif era un territorio inhóspito de cerros pelados, aduares encantadores de serpientes, comerciantes de especies, té, hierbabuena, tarbuses, chilabas y almuédanos. Un territorio hostil en el que ganar un metro costaba sangre. Mohammed Abd Al-Karim Al-Jattabi consiguió unir bajo su mando a todas las cabilas. Por el lado español, el 30 de enero de 1920 se nombraba Comandante General de Melilla a Manuel Fernández Silvestre.
La primavera de 1921 consideró los malos augurios: se hablaba de la cogida del torero Joselito en Talavera de la Reina y la prensa se hacía eco de la imagen de un Cristo de Málaga que parpadea y derrama lágrimas. Todo cambió ese verano. La línea de puestos avanzados, que representaba el frente de la comandancia de Melilla estaba defendida por unos 4.000 soldados, desperdigados en 16 posiciones a lo largo de 55 kilómetros. En el total de la zona, que cubría 135 kilómetros hasta Annual había en torno a 20.000 hombres, aunque las cifras oficiales aumentaban su número hasta 25.000. Sin embargo, la realidad que dibujaba la frontera era diferente. Alrededor de 5.000 soldados pertenecían a las mías de Policía Indígena y unos 4.000 a rifeños insertados en los Regulares. El número de enfermos, rebajados de servicio y emboscados rondaba los 5.000 y los turnos de permiso disminuían los efectivos de la Comandancia en torno a los 12.000 hombres.
Silvestre se lanzó a una arriesgada campaña para llegar hasta Alhucemas. Su rápida progresión cortó la comunicación con la retaguardia, hizo trizas la elasticidad del ejército y lo dejó en posiciones aisladas y de difícil defensa. Las tropas españolas entraron en una ratonera a 135 kilómetros de Melilla. El emplazamiento se denominaba Annual. Una palabra que en dialecto rifeño significa regalo. Allí cavó el general Silvestre su propia tumba. Los rifeños solo tuvieron que echarle la tierra encima.
En la mañana del jueves 21 de julio de 1921, en Burgos, el Rey Alfonso XIII encabezaba una comitiva junto a su esposa, la Reina Victoria Eugenia. El desfile entró en la plaza de Santa María, mientras las campanas repicaban entre vítores y salvas de ordenanza. Seis concejales municipales portaban la urna con los restos del Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, en solemne procesión hasta la catedral. El coro comenzó a cantar cuando los soberanos atravesaron la puerta que coronaba la fachada de la catedral. Lejos de allí, en el Rif, las harkas de Beniurriaguel, Ammart, Tesaman, Beni Tuzin, Gueznaya, Targuist y Ketama estaban en pie de guerra y España iba a pagar un tributo de sangre. La base fortificada de Abarrán caía el 1 de junio, Sidi-Dris se encontraba sitiada desde el día 2 e Igueriben mantenía una posición insostenible.
Anual fue un foso de sangre y fango . La retirada se convirtió en desbandada. El pánico y las cabilas en la retaguardia explican el derrumbamiento. El mismo calor que hinchaba los cuerpos de hombres y mulas hasta reventar. Sus entrañas esparcidas exhalaban un hedor asfixiante. Demasiados muertos insepultos, almas errantes sin destino. La Guerra del Rif posee hechos reseñables en nuestra historia, como la aparición de la Legión, cuya brillante actuación permitió consolidar las posiciones y salvar el territorio. Y la heroica actuación del Regimiento de Cazadores de Alcántara nº14 al mando del Teniente coronel D. Fernando Primo de Ribera en las cargas hacia la muerte realizada para proteger la retirada de la columna de la posición de Cheif sobre Dar Dríus y la protección de la columna Navarro en el cruce del río Igan. Los restos del Regimiento participaron en la defensa del Monte Arruit, posición a la que se retiraron los soldados supervivientes. Allí murieron también defendiendo a sus compañeros. Fueron un puñado de soldados con un sentido del deber más alto que el respeto de su propia vida. Es ilustrativa la reseña dispar que el Imperio británico le dio a sus héroes en la carga de la brigada ligera en la batalla de Balaclava el 25 de octubre de 1854 durante la Guerra de Crimea, en el valle valle que más tarde el poeta Alfred Tennyson denominaría Valle de la muerte .
Vivimos sobre la paz de los muertos, e s el epitafio del escritor Ramón J. Sender, en su novela Imán. Publicada en 1930 recibe la influencia de la literatura española de temática marroquí como por ejemplo Aita Tettauen de Benito Pérez Galdós , El blocao de José Díaz Fernández o Annual. Relato de un soldado e impresiones de un cronista de Eduardo Ortega y Gasset. En esta materia escribió una novela histórica como Baraka , ganadora del Premio Internacional Alejandro Dumas, y un estudio histórico Los heroicos artilleros de la Batería de Montaña de Tenerife en el Rif 1921-1922. ganador del Premio de Investigación Histórica Rumeu de Armas.
Los efectos del desastre en España estuvieron enmarcados en la campaña del desquite, la exigencia de responsabilidades, derivada del expediente Picasso y del enfrentamiento dentro del ejército entre los junteros y los africanistas y la dictadura de Primo de Rivera. Fueron años de tormenta presagio de lo que acabaría con el inicio de la contienda civil el 18 de julio de 1936. Pero antes se finiquitó las guerras del RIF con el desembarco de Alhucemas el 8 de septiembre de 1925, considerado como el primer desembarco anfibio en la historia que involucra el uso de tanques y apoyo aéreo masivo por el mar. Alhucemas significó el referente de los desembarcos aliados en la Segunda Guerra Mundial después del desastre en 1915 de la batalla de Galipoli en los Dardanelos, pero esa es otra historia.
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