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“Descolocar, descolocarme”
Silvia Rodríguez Ares
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Silvia Rodríguez Ares

COMPILADO: 25 escritoras argentinas responden una misma pregunta en este Compilado propuesto y organizado por Rolando Revagliatti (2ª parte)

sábado 13 de diciembre de 2025, 22:21h

“¿Las obras artísticas de qué autores, por vos valorados, dirías que han logrado ‘descolocarte’? ¿Desarrollarías para nosotros tus consideraciones?”

Viviana Bermúdez-Arceo
Viviana Bermúdez-Arceo

16: LAURA NICASTRO

Varios son los autores a los que admiro, pero tengo la certeza de que dos me “descolocaron”: Felisberto Hernández y Katherine Mansfield (en simultáneo).

Hernández despliega una curiosa humanización de elementos –cotidianos o no- que él convierte en personajes de sus historias. En uno de los cuentos, una muchacha escribe versos al balcón de invierno: “él es mi único amigo”, sostiene. Una noche ella visita al huésped en su habitación y le lee sus poemas. Poco después el balcón se derrumba. “Se tiró. Se puso celoso cuando lo fui a visitar a usted la otra noche” explica la muchacha (“El balcón”).

“La silla era de la sala y tenía una fuerte personalidad. La curva del respaldo, las patas traseras y su forma general eran de mucho carácter. Tenía una posición seria, severa y concreta…” (“La casa de Irene”).

Pero los sentidos participan de esta “humanización” al atribuirles intencionalidad. “Al silencio le gustaba escuchar la música; oía hasta la última resonancia y después se quedaba pensando en lo que había escuchado... Pero cuando el silencio ya era de confianza, intervenía en la música: pasaba entre los sonidos como un gato con su gran cola negra y los dejaba llenos de intenciones” (“El balcón”).

Hernández cruza elementos muy disímiles entre sí. “Las muñecas recibían día y noche cantidades inmensas de miradas codiciosas, y esas miradas hacían nidos e incubaban en el aire; a veces se posaban en las caras de las muñecas como las nubes que se detienen en los paisajes” (“Las hortensias”).

Y luego tenemos, su inagotable capacidad de simbolización desplegada en “Diario del sinvergüenza”.

Valgan estas pocas citas como ejemplos de qué fue lo que me conmovió en la narrativa de Felisberto Hernández. Releerlo multiplica la sorpresa del descubrimiento.

Diferente fue el impacto de Katherine Mansfield.

Sigo admirando su capacidad de sugerir. En su prosa pesan los sobrentendidos, los sentimientos rara vez enunciados. A menudo, Mansfield describe colores o imágenes a través de los personajes para subrayar el estado emocional de sus criaturas literarias. ¿Ejemplos? Las descripciones en “Felicidad”: preciosas fruteras que adornan la mesa, la decoración armónica, el árbol a la luz de la luna. Todo da cuenta del enamoramiento y la plenitud que experimenta la protagonista. Otras veces, sugiere el final del cuento con la observación de una conducta aviar que funciona como metáfora (“El señor y la señora Palomo”). O relata las catástrofes personales más íntimas con la mayor sutileza: una niña queda huérfana de madre y debe ir a vivir con sus abuelos. No hay descripción de dolor o soledad, pero el botón faltante en su ropa lo testifica (“El viaje”); Mansfield tampoco verbaliza específicamente la desazón de dos hermanas solteras que han dedicado su vida al padre ahora muerto. Apenas una duda sin respuesta para el anhelo que las inquieta: “Y si nuestra madre no hubiera muerto, ¿nos habríamos casado?” (“Las hijas del coronel difunto”).

Mansfield es una maestra en estimular al lector a completar lo silenciado. Sabe que la descripción puntual limita: la sugerencia abre un abanico de posibilidades en la mente de quien lee.

17: MARISA CHAZARRETA

Si he de ser honesta frente a esta consulta, tengo que decir que el arte y los artistas me han “descolocado” desde siempre, cuando repasaba guiada por el dedo índice de mi abuelo, aún antes de saber leer, los exquisitos grabados de los libros de cuentos infantiles del siglo XIX traídos en su largo viaje desde Budapest. Toda la finura y la expresividad se deslizaban por la falda de la aldeana alimentando a sus gallinas u observando el cielo con una sonrisa esbozada en el rostro, mientras tomaba la puntilla de su delantal con la mano.

Cómo haber podido sustraerse a esa magia de amor?

Cómo no estar “descolocada”, hambrienta y ansiosa de descubrir ese mundo que me abría, precisamente, “las puertas del mundo”?

En los tiempos juveniles, me crucé con un caballero de la pluma que sí me “descolocó” fuertemente, encontrado en las lecturas a mansalva que caracterizaron siempre mis búsquedas: Charles Baudelaire.

Sus flores del mal, su poema majestuoso y terrible, espejo del cuerpo y del alma de las grandes ciudades que transitaban un cisma civilizatorio.

De su mano entré a la adultez en poesía, retratista de las escenas y personajes que con las transformaciones que impone el devenir de los tiempos, aún vemos a diario.

Creador de una nueva estética, disruptor profundo diríamos hoy, por sus estrofas desfila, circula y se manifiesta toda la vida en sus aspectos más primordiales, más entrañables y más duros. La vida en toda su pavorosa realidad y toda la sabiduría, la angustia y el spleen. Las certezas, pero la enorme carga de incertidumbre. Totalmente conmocionada en aquel tiempo, he vuelto a él recurrentemente como una inspiración permanente desde la universal humanidad del poema.

Qué decir del hallazgo de la poesía de Antonin Artaud... otro “descolocador” a medida. Lo acompañé en la angustia y la soledad de su escritura y de su vida, con el corazón acongojado. Sus perfiles afilados hirieron para siempre mi propia escritura.

Me pregunto cómo abreviar tantos impactos y la ansiedad por saber, conocer. Nutrida de textos poéticos y prosa de la más diversa procedencia y temáticas, sólo por mencionar algunas impresiones fuertes citaré a la gran Clarice Lispector de quien, más allá de ponderar su exquisito uso del lenguaje, al que como ella misma decía, no había que cambiarle “ni una coma”, debo decir que “nos hermana” en el espacio y el tiempo, su profundo sentir, su análisis, su visceral contacto con la gente, esa crónica que la impele a contar “toda la verdad”, el rescate de la humildad, el desprecio por el orgullo vano.

Cómo no hermanar con alguien que se impone como tarea crear desde la convivencia diaria con la palabra, saber de todo, palparlo, extender la mano abierta en generosidad, quien hizo de la intuición herramienta de sus textos y el vértice de su escritura sensible.

Agrego, en vertiginosa catarata, algo de lo mucho y demás que poblaron y pueblan mi vida y también me han “descolocado”: el tesoro artístico del Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino, León Ferrari en “La civilización occidental y cristiana”, Marta Minujín, Luis Felipe “Yuyo” Noé, cómo no decir Berni, Pujía, Julio Le Parc’?

Saltearse a Yupanqui, Piazzolla, Vinicius, Barenboim, Julio Bocca en el Basilio de “Don Quijote”, a Marta Argerich?

Fui de la mano de Irene Vallejo en “El infinito en un junco”, recorriendo la escritura de todos, estuve con Elena Poniatowska, con Sartre y el Castor.

Sólo diré con Siri Hustvedt, para cerrar, que leer y escribir alteran nuestra organización cerebral: es decir, el fluir de la vida que se nos manifiesta plena de significados y nos envuelve en emoción.

18: NATALIA SCHAPIRO

Me descoloca la prosa de Samanta Schweblin. Te instala en lo cotidiano, estás en un bar oyendo la típica conversación de alguien que le pide al mozo papas fritas, o en la vereda, junto al grupo de madres y padres que esperan que salgan sus hijos de la escuela. De pronto el mundo se quiebra, caés por una alcantarilla, se abre un pasadizo que te lleva a un universo desconocido, siniestro, donde se subvierte lo obvio, otra faceta de la humanidad cobra presencia.

Los primeros en sacudirme fueron los poetas surrealistas. La ruptura de la sintaxis, en revolución permanente, el quiebre de las reglas que conocemos y nos ordenan, la posibilidad de dar vuelta el lenguaje, que sea un globo aerostático que pueda llevarte a cualquier parte. De adolescente me impactó mucho el poema “Unión libre” de André Breton, en el que despliega unas imágenes increíbles, estallan las metáforas para describir a su mujer. No puedo evitar compartir algunos versos al releerlo:

(…) Con talle de reloj de arena

Mi mujer con talle de nutria entre los dientes del tigre

(…)

Con dientes de huellas de ratón blanco sobre la tierra blanca

(…)

Con cejas de borde de nido de golondrinas

(…)

Mi mujer con muñecas de fósforos

(…)

Mi mujer con pies de iniciales

Con pies de manojos de llaves con pies de pajaritos que beben

(…)

Mi mujer con espalda de pájaro que huye vertical

(…)

Mi mujer con caderas de barca

(…)

Mi mujer con sexo de alga y de bombones viejos (…)

También redescubrí ese juego al leer “Caza de conejos” de Mario Levrero, que salta y juega a las escondidas con las palabras, hace estallar cada ladrillo de sentido común que endurece nuestra mirada. La única regla es que todas las reglas pueden (¿deben?) ser transgredidas.

Me seduce la propuesta surrealista de hacer añicos el muro de lo obvio, el lenguaje inventa un cielo con estrellas nunca vistas, el lector es invitado a mojarse las patas en un lago con peces de colores.

Algo de ese efecto sorpresa también me produce Alejandra Pizarnik, aunque, por supuesto, con un tono más lúgubre y fragmentario. El lenguaje se disgrega y en esas fisuras teje su bella extrañeza. “Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado” las palabras remiten a zonas desconocidas, te llevan en un barco donde se abre un paisaje otro, que puede transformarse en un pantano que angustia y cautiva a la vez.

19: NORA PATRICIA NARDO

Guy Debord (1931-1994) fue un revolucionario filósofo, escritor y cineasta francés. Lo que más me descolocó de él fue su lucidez para observar cómo la realidad se transformaba en una mera representación de imágenes y los seres humanos en consumidores pasivos. Su anticipación a estos tiempos líquidos se evidencia, cuando en 1967, escribió “La sociedad del espectáculo”. Me deslumbró su profundidad para mirar el mundo y su forma de escritura que combina filosofía, poesía y sociología. Ya vislumbraba una sociedad dominada por el consumo, la pérdida de la autenticidad y la mercantilización de la vida cotidiana. Pareciera hablar del presente. Es un texto que incomoda porque interpela. El espectáculo “no es un conjunto de imágenes sino las relaciones entre las personas mediatizadas por imágenes” escribió y también advirtió: “Nuestro tiempo... prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser...”. “El arte de la conversación está muerto, y pronto lo estarán casi todos los que saben hablar”. Destaco su espíritu de resistencia y de lucha. Fue fundador de la “Internacional Situacionista”, grupo de vanguardia que buscó transformar la vida cotidiana a través de la experimentación artística y política. “La sociedad del espectáculo” formó parte importante de esa obra total, de su modo de habitar el mundo y resistirlo.

Hilma af Klint (1862-1944) fue una artista pionera del arte abstracto, anterior a Kandinsky y, sin embargo, permaneció invisibilizada durante décadas. Lo que más me sorprendió fue descubrir una obra tan visionaria que había quedado arrumbada y silenciada por tanto tiempo. Esa demora, ese silencio histórico, me impresiona profundamente. Su primera gran retrospectiva recién llegó en 2013, un siglo después de haber creado sus piezas más potentes. Las obras que más me conmovieron fueron: “Las pinturas para el templo”, 193 trabajos realizados entre 1906 y 1915, organizados en distintas series y formatos. En ellas hay una búsqueda simbólica intensa y una energía espiritual que intenta revelar dimensiones casi invisibles. Sus formas y sus colores parecen anticiparse a su tiempo. No obstante, incluso hoy su obra no termina de ser plenamente reconocida. Su posición de outsider -una artista que trabajó más allá de las normas establecidas y que aún descoloca al sistema que la ignoró- persiste. A esto se suma su condición de mujer, en una época en la que las voces femeninas, en la pintura, la literatura y todas las artes difícilmente encontraban legitimación.

Roland Barthes (1915-1980), en su libro “Fragmentos de un discurso amoroso”, me indujo a detenerme en frases que tenía que releer varias veces. Por ejemplo, “quiero comprenderme, hacerme comprender, hacerme conocer, hacerme abrazar, quiero que alguien me lleve consigo” o ese proverbio chino que dice que “el lugar más sombrío está siempre bajo la lámpara”. Barthes escribe un discurso lírico, íntimo, donde cada fragmento toca el alma a su modo. Ese libro me descoloca porque me obliga a pensarme, mirarme, y también mirar al otro, que me devuelve mi mirada, de otra manera.

20: PATRICIA NASELLO

Tengo para mí que, quien desee alcanzar una verdad a través de la realidad, puede hacerlo leyendo a John Steinbeck en Las uvas de la ira”, o a Marco Denevi en Rosaura a las diez”. Del mismo modo, quien desee llegar a una verdad a través de confrontación, debería leer a Friedrich Nietzsche en Así habló Zaratustra” y a Andrés Rivera en La revolución es un sueño eterno”. Así también, quien desee arribar a la verdad a través de la belleza, le convendrá elegir Kalpa imperial” de Angélica Gorodischer, a Liliana Bodoc en la trilogía de Los confines” y a Italo Calvino en Las ciudades invisibles”. Todos los nombrados, libros que iluminan. Incluso, en ocasiones, nos forzarán a ver, sin sombra de duda que apacigüe el ánimo o la conciencia, aquello que hubiésemos preferido ignorar.

Sin embargo, gracias a que la propuesta de Rolando Revagliatti me conduce a revisitar a aquellos artistas cuyos trabajos me “descolocaron”, faltaría a la honradez intelectual si no nombrara a Paul Klee. Mi vida cambió de una vez y para siempre por causa de su obra. Concluía la década del ochenta cuando cierta tarde decidí atender un documental acerca de la obra de este famoso artista plástico. Fascinada por su trabajo, y sin olvidar mi completa falta de habilidad para el dibujo, me propuse imaginar un cuadro y describirlo con palabras. En El escritor y sus fantasmas”, Ernesto Sábato expresa que dentro de todo lector empedernido vive un escritor que puede, o no, manifestarse. Para mi sorpresa, aquella tarde escribí mi primer cuento. Y ya nunca me detuve. Siempre he considerado al arte de Klee, a su luz, como el origen de mi llamado escritural.

Estos fueron parte de los hechos. Para decirlos completos y ya retornando al arte de la literatura, confieso que Augusto Monterroso con su La oveja negra y otras fábulas”, la autenticidad profunda que logra en sus brevísimos textos, me golpeó con la potencia de un rayo. Fábulas preñadas de una luz que duele sin dramatismos. De allí a encontrarme con La sueñera” de Ana María Shua y a Esperan la mañana verde” de María Rosa Lojo, apenas medió un paso. Escritoras a las que ya nunca dejé de leer.

Para completar este sucinto análisis deseo nombrar varios de los cuentos que dejaron una huella indeleble en mi memoria. En el ámbito del terror realista, La gallina degollada” y “El matadero”, escritos por Horacio Quiroga y Esteban Echeverría respectivamente. Maravillosos juegos intelectuales, La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges y Continuidad de los parques” de Julio Cortázar.

Drama, Encender un fuego” escrito por Jack London. A caballo entre el género realista y el fantástico Los objetos” de Silvina Ocampo. No cerraré este párrafo sin nombrar al inclasificable Ante la ley” de Franz Kafka. Sé que menciono textos clásicos, pero tengo una deuda tan grande con ellos, con la dicha de su lectura, que siento que es mi deber nombrarlos. Como también sé, y lamento, haber dejado de lado muchos otros igualmente extraordinarios.

Me despido con un recuerdo amoroso hacia Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm, quienes, durante aquel período indeterminado dado en llamar infancia, me pusieron en el espléndido camino del goce estético a través de la palabra.

Gracias, Rolando, por esta encantadora propuesta que culmino de escribir con una sonrisa.

21: SILVIA RODRÍGUEZ ARES

Registros de la fascinación. Tengo nueve años y leo en una placa de bronce: “Quisiera esta tarde divina de octubre / pasear por la orilla lejana del mar…” Una mujer de piedra, con los cabellos al viento, está a punto de arrojarse a la corriente y yo la miro, no me atrevo a detenerla, tampoco quiero que se vaya. Entonces, la llevo conmigo, la consuelo, recorremos la playa, la arena se queda en mis manos y sus poemas se esparcen en la orilla: “Dientes de flores, cofia de rocío / manos de hierbas…”

El impacto de esa niña al conocer a Alfonsina Storni nunca se agota, la mujer adulta que soy sigue fascinada con la obra de la gran poeta: “¿Qué diría la gente, recortada y vacía, / si un día fortuito, por ultrafantasía, / me tiñera el cabello de plateado y violeta…” Es increíble que el hecho “ultrafantástico” que imagina Storni hoy es algo corriente y cotidiano, vemos a menudo cabelleras teñidas de los más diversos colores. Lo que no abunda ni se repite es su brillantez poética, única y eterna.

Años después, ya estudiante de Letras, me “descoloca” y quedo maravillada ante una película que comienza en blanco y negro y se sitúa en Berlín: “Las alas del deseo’, de Wim Wenders. La mirada de los dos ángeles me atrapa, el narrador es un poeta, y la voz en off recita a Peter Handke: “Cuando el niño era niño / andaba con los brazos colgando, / quería que el arroyo fuera un río, / que el río fuera un torrente / y que este charco fuera el mar. / Cuando el niño era niño no sabía que era niño, / para él todo estaba animado / y todas las almas eran una.” El ángel Daniel se enamora de una chica y cae, se vuelve frágil, humano. Salgo del cine en éxtasis, levitando, fuera de este mundo.

Sigo andando, y otro fogonazo: “Me ilumino de inmenso.” Este verso de Giuseppe Ungaretti me atraviesa. Tanta intensidad condensada, oh maravilla de la palabra. “Balaustrada de brisa / para apoyar esta tarde / mi melancolía.” Durante un tiempo, la poesía de Ungaretti es mi obsesión, la voz de los dioses, el verbo que produce el milagro.

Hasta que llega, para incorporarse e instalarse en mi Olimpo personal, alguien que exclama y pregunta: “¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes / angélicas? Y aun si de repente algún ángel / me apretara contra su corazón, me suprimiría / su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada / sino el principio de lo terrible, lo que apenas somos capaces / de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente / desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.” Este es el comienzo de la “Elegía I” de Rainer Maria Rilke. Voz mágica, etérea, luminosa a la vez que sombría. Versos como rayos que resuenan en mi mente y tocan mi corazón voluble, tan dispuesto al nuevo latido, al asombro que descoloca y hace de este pálido mundo un lugar por momentos fascinante.

22: SOLEDAD GUTIÉRREZ EGUÍA

En respuesta a la pregunta formulada, resulta imprescindible destacar y subrayar, en ausencia de orden jerárquico, las obras de Fernando Antonio Nogueira Pessoa (1888-1935) y Chantal Maillard (1951-). El corpus de cada autor brilla en su propio derecho. Por su unicidad, valor intrínseco y autenticidad.

El primero de los autores, nacido en Lisboa, Portugal, fue uno de los mayores genios literarios del siglo XX. Logró escindirse en más de setenta heterónimos. Llevando así al extremo a la poiesis. La estética pessoana, fundamenta la multiplicidad en la unidad. Las obras, arquetipos del enigma, de escritura pesimista, solitaria y melancólica, conforman una escalera en espiral, donde el trayecto está marcado por el tedio, el hastío y la saudade, un anhelo de vuelta y de regreso a lo primordial. Entrelazan ciencia, arte, ética y religiosidad.

En el sujeto pessoano nos encontramos con el caos, la indeterminación.

Al Libro del desasosiego”, obra cumbre, podemos llamarla la Biblia Pessoana. Diseño rigurosamente lúcido de un tratado de estética, poética y filosofía. De carácter confesional, el texto mismo es una autobiografía. Intimista, reflexiona sobre la introspección, el existencialismo, la soledad y, sobre todo, los sueños; en una obra laberíntica y metafísica. Una geometría del abismo.

Pessoa fue “nadie” y a la vez el universo entero.

Chantal Maillard, filosofa, ensayista y poeta, nacida en Bruselas, ha logrado alcanzar una voz única y radical. Ha ido trascendiendo progresivamente los géneros, desde su cuatrilogía de diarios (Filosofía en los días críticos”, “Diarios indios”, “Husos” y “Bélgica”, reunidos todos ellos en La arena entre los dedos”, libro desconcertante debido a su maestría intelectual) a la escritura híbrida de las obras últimas.

Chantal, hace de la propia conciencia objeto de reflexión. Subraya el método de observación del proceso mental.

Habitada de resonancias, estados cognitivos, territorios por desvelar; lucha contra los conceptos, contra lo prejuzgado. “Nadie puede escribir fuera de su experiencia vital”, manifiesta. Explora la deconstrucción, asimismo una ética que reemplace la moral defensiva.

“La compasión difícil”, en palabras de la autora, es un libro incómodo, censurado y maldito. “La vida no es un bien, no hay razón por lo menos para suponer que lo sea”, sostiene. Aborda el tema: El hambre, el círculo del hambre. Interpela respecto a traer hijos al mundo. “Porque seguimos pensando que el nacimiento es algo que debe ser”. “Caer al mundo es oficio de tinieblas”, sentencia.

A partir de La compasión difícil”, nace Medea”, historia de la culpa. “El daño no se cura con bálsamos sino destejiendo la trama que nos mantiene presos”. Medea encarna la hybris, el conflicto interior.

A raíz de La mujer de pie”, una invitación a la escucha, una reflexión sobre la enfermedad, surge La herida en la lengua”, revelación de la extrañeza de vivir y la incapacidad del lenguaje para dar cuenta de ello. Expone la violencia, el dolor, la inocencia y la fragilidad del animal que nos habita.

Maillard nos aporta diagnósticos y propuestas a modo de utopías. Diarios, ensayos y poesía se entrelazan indisolublemente con un solo objetivo común, averiguar qué hay “abajo del abajo” de cada cual.

23: SUSANA GIRAUDO

Siempre sentí hambre por develar el misterio del arte. No cualquier obra me produce una conmoción tal que dejo de percibir el entorno para entregarme a la sensación. Conmoción (del latín conmotio) quiere decir cambio de ánimo por sorpresa. He admirado de manera presencial y por libros de arte, innumerables obras, y llegué a la conclusión de que la arquitectura y la pintura son el arte que marca el tiempo histórico. Las pinturas rupestres que llevaron al hombre a dejar marcas de su tiempo, hasta la obra de Antoni Gaudí en Barcelona, que sigue en marcha con su proyecto bello y misterioso. Con el “Guernica” de Pablo Picasso ante mis ojos, enmudecí y supe que ese impacto de dolor, dejó constancia de la inocencia de un pueblo que no sabía porqué la muerte venía del cielo. Tal como la contemplación de la fotografía de aquella niña que escapaba desnuda y despavorida de la deflagración de Hiroshima. La “Polonesa heroica” de Chopin mueve hasta mis vísceras, sabiendo de la voluntad del joven músico que dejó tanta belleza y amor a su tierra que dispuso al morir que su corazón, viajara a su destino actual, Polonia. Hablar de literatura sería ocupar este espacio a la más grande pasión de mi vida.

24: SYLVIA CIRILHO

Desde siempre he devorado cultura americana, tal vez por mi raíz y mi raza misturada o por la poesía libre y personal de movimientos en lucha o al margen de algunas convenciones sociales, o tal vez, pienso, por una postura ante la vida. Muchos autores de movimientos literarios han logrado impresionar e influenciarme a mi entero gusto, favorablemente (aunque algún tallerista de escritura me haya dicho que cambie). Formas y placeres míos que en el hoy permanecen.

He seguido muy de cerca a autores del infrarrealismo mejicano, tales como José Alfredo Cendejas (a) Mario Santiago Papasquiaro en su “Aullido de cisne” y en su obra y el manifiesto “Nada utópico nos es ajeno”, compendio maravilloso en donde José Vicente Anaya logra descolocarme tanto como el anterior. No perseguir la inmortalidad en la escritura ni fama en los versos: Yo solo escribo el bosquejo de mi voz que te jode.

Elijo obras y autores ocultos al ojo y telescopio y conformados por alguna luz que me lleve a buscar leerlos y aprehenderlos. No sigo al Olimpo de algunos “consagrados” sino que me lleva profundamente la necesidad de leer otras músicas en la escritura.

Así, Roberto Bolaños en la búsqueda de Cesárea Tinajero en los desiertos de Sonora, Jorge Amado en el grito de “Tocaia grande”, Bruno Montané en la definición poética, la imagen en absoluto, el Sistema Poético del Mundo, lo órfico-pitagórico, el Curso Délfico, el Siglo de Oro, lo barroco americano, el banquete infinito de los pordioseros, las Eras Imaginarias y, como alumna de Cecilia Drummond de Andrade, todo lo del viejo querido Carlos Drummond de Andrade y en língua portuguesa -la leo y escribo- con su “…Penetra sordamente en el reino de las palabras. Allá están los poemas que esperan ser escritos.”

Resulta difícil mencionar las circunvoluciones que se han agitado en mí desde que recuerdo haber leído e investigado -en la torpe forma robada al escaso tiempo- a autores como Mahfúd Massis, Juan Bañuelos, Salvador Bécquer Puig, Ernesto Cardenal, Roque Dalton, Leopoldo Marechal. Todos ellos han dejado un camino en mi cuerpo, todos han salpicado de algún fuego y aún hoy, sigo encontrándome en sus versos.

25: VIVIANA BERMÚDEZ-ARCEO

Acepté la invitación de mi amigo. Una exposición de cuadros famosos que había recorrido varios países y por eso me apresuré para la experiencia publicitada como innovadora, de inmersión en la realidad virtual aumentada. Una ligera atmósfera de ansiedad me cubrió en el inicio del viaje, al escudriñar las pinturas, a través de pequeños agujeros, un ínfimo sector de claridad contrario a los paneles laterales y al techo, totalmente negros. Espiar, como en la adolescencia, en el cine de barrio, junto a una amiga. Allí venían las tomas inquietantes de Drácula. Espiar, mitad temor, mitad goce, a través de los ojales del tapado. En la última sala nos dieron un visor que me ajusté y comenzó a instalarse un panorama desconocido pero simple, una baranda, algunos sectores de una famosa pintura, detalles de plantas. Sin embargo, algo nimio ya despuntaba hasta ser confuso. Lo notaba: mi pulso se había acelerado porque una suerte de nube grisácea se había aposentado en mi cerebro. Todo empezó a estar suspendido, lento, mientras unas columnas dóricas e inestables blanqueaban sectores irreconocibles. Fue inesperada la aparición, pero presentida, si quiero ser sincera: una figura pálida de estatua, como un espectro estaba a mi lado y aunque era un busto clásico de estatua, sin brazos ni piernas, se deslizaba y se deslizaba, todavía dándome la espalda. Esto comenzó a atormentarme. Lo terrible me había descolocado. Me preguntaba en medio de mi neblina, si yo continuaba siendo yo. ¿Yo estaba dentro de mí todavía? ¿Era este un terror justificado? Imágenes de recuerdos estrellados como ángulos punzantes en mi cabeza. Dentro del visor mis ojos se cerraban con la fuerza que parte de mí les imponía, pero el temor, no sólo silencioso, sino sobre todo vergonzante, me inundaba. Sabía muy bien mi miedo que la figura voltearía, mostrándome los ojos terriblemente vidriosos, como los de aquel Auriga que había visto en Delfos, destellando líneas como ascuas, que vendrían amenazantes y me desplomarían. Sentí que demasiados segundos o minutos había otorgado, condescendiente a esas provocaciones que lograban desestabilizarme y sumergirme en un delirio de percepción que no estaba en condiciones de juzgar si correspondía a lo que yo juzgaba como realidad. Esa especie de locura que me estaba trabajando hizo que me arrancara el visor y sin siquiera levantar la mano para pedir ayuda a la asistente, como habían indicado, lo largué en algún lugar de ese espacio turbador. Mi retirada fue rápida y quizás sorprendente para los otros, a quienes no me distraje en mirar, incluido mi amigo, que seguramente andaría como un zombi, atontado al tantear esas realidades engañosas y perturbadoras, como yo había observado antes de introducirme en la sala y su torbellino.

Nora Patricia Nardo
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Nora Patricia Nardo
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