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María Viedma

06/04/2022@21:00:00

Acaban de cumplirse 250 años del fallecimiento del científico, ingeniero militar y visionario Emanuel Swedenborg (Estocolmo, 29 de enero de 1668-Londres, 29 de marzo de 1772), una de las personalidades más fascinadoras, enigmáticas y atípicas del Siglo de las Luces, una celebridad tanto por sus investigaciones científicas como por su extemporáneo viraje hacia la investigación espiritual. Tras un golpe de timón, Swedenborg, un hombre que vivía en exclusiva por y para la ciencia, se adentró sin saber lo que hallaría en un piélago tenebroso, visitado por apenas un puñado de poetas, profetas y santos, y escribió sobre él, obras de contenido tan insólito y sorpresivo, que dejó boquiabiertos a sus ilustrados lectores.

No os engañen las rosas que a la Aurora
Diréis que, aljofaradas y olorosas
Se le cayeron del purpúreo seno;
Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
Que pronto huyen del que incitan hora
Y sólo del Amor queda el veneno.

En un barroco tiempo en el que fue posible (como ahora) escoger entre el apellido paterno y el materno, Luis de Góngora y Argote (Córdoba 11 de Julio 1561- Córdoba 23 de Mayo de 1627) eligió -intuyo que por esdrújulo- el de su madre. Y así, de llamarse Argote -que tiene rima fea- pasó a nombrarse Góngora, más sonoro y “gongorino”, dónde va a parar.

Te he buscado en todas mis albas y ocasos
y he tendido hacia Ti mis manos y mi rostro.
Por Ti suspiro con corazón sediento y asemejo
al pobre que pide por puertas y umbrales

La Málaga de hace mil años dio al mundo un fruto perfumado de tres culturas. Los musulmanes lo llamaron Abu Ayyub Sulaiman Yahya Inb Yabirul; Avicebrón o Avencebrol los cristianos, y los suyos -los judios- Rabí Shelomó Ben Yehudá Ibn Gabirol (de acróstico RASHBAG).

Yo me siento violenta y comprimida
como el niño que hablar quiere y no sabe;
una cosa en mi alma está escondida ...
vivo abrumada por su peso grave ...
Un concierto suave
escucho en mis sentidos,
cual si dentro de mí hubiera sonidos.

Le reto a encontrar una foto del escritor Antonio Skármeta (Antofagasta, 7 de noviembre de 1940) en la que no sonría. Difícil, ¿verdad?

Cuando el cuatro de Agosto de 1975 -tal día como hoy de hace 145 años- el escritor danés Hans Cristian Andersen (1805) fallecía víctima de un cáncer de hígado, se supieron de él dos cosas. Una, que en su testamento había legado parte de su fortuna a instituciones benéficas que proporcionaban formación a niños pobres. La otra, que llevaba al cuello la carta de Riborg Voigt, una joven con la que décadas atrás había mantenido un idilio.

La idea de convertirse en escritor -en buen y famoso escritor- debe antojársele a cualquiera una meta difícil, especialmente si se ha fracasado en los estudios. Sin embargo, a Thomas Mann, incapaz de concluir el bachillerato, le fue en ese sentido de fábula (infinitamente mejor que a su hermano, el también escritor, Heinrich Mann), hasta el punto de que su primera novela -Los Buddenbrook. Decadencia de una familia- alcanzó un éxito editorial tan notorio, que veintiocho años más tarde le concedieron el Nobel de literatura, básicamente por esta ópera prima. Lo cierto es que ni La muerte en Venecia (1913) ni La Montaña Mágica (1924), ni Tonio Kröger (1903), su composición más querida (se refería así a sus obras), ni ninguna otra, fueron mencionadas en la ceremonia de Estocolmo de 1929. Hay quien a eso lo llama “llegar y besar el santo”. Ignoro qué nombre le otorgó Heinrich, que siendo quien inició a Thomas en la escritura, tuvo que soportar que dijera de sus libros que eran tan malos que provocan un odio apasionado.

No sé si el sinvergüenza nace o se hace, lo que sí sé es que conoce las debilidades del prójimo y se entrena para aprovecharlas.

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“Solo existe un sexo. Un hombre y una mujer son tan completamente lo mismo que apenas puede entenderse la cantidad de diferencias y razonamientos sutiles de los que en esta materia se nutren las sociedades” es una frase de la escritora George Sand (en realidad, Aurora Dupin) que Flaubert recibió en una larga misiva. Le encantaba cartearse con ella. Le parecía una mujer asombrosa, dueña de una existencia tan literaria e inédita, como llena de literatura.

Hay, afortunadamente, personas que tienden puentes, que construyen allí donde la historia destruye y rescatan la memoria de quienes han caído en el olvido. Personas que dibujan horizontes, que se manifiestan como lluvia fina (pero constante) de preguntas incómodas en medio de verdades comúnmente aceptadas, que abren interrogantes y causan extrañeza a sus contemporáneos. Es el caso de la pensadora María de los Reyes Laffite y Pérez del Pulgar, condesa de Campo Alange (Sevilla, 1902- Madrid, 1986).

No es lo mismo nacer y crecer en un marco rebosante de posibilidades, que hacerlo en otro cuajado de limitaciones. Sin embargo, sea cual sea nuestro encuadre, en tanto que humanos golpeados o mimados por nuestra herencia y/o nuestro medio, más allá de sujetos pacientes, somos -ante todo, sujetos- y por ello agentes y “hacedores” de circunstancias e influencias. En buena medida nos hacemos los unos a los otros y también a nosotros mismos. Lo que esta claro es que Julio Caro Baroja (Madrid, 1914 - Vera de Bidasoa, Navarra 1995) multiplicó los dones que había recibido y es, probablemente, el intelectual del siglo XX que mejor ha encarnado la “parábola de los talentos”.

Hace cien años, quiso el Demiurgo regalar a la Humanidad una extensión de sí mismo en ese fabuloso creador de mundos que fue Ray Bradbury (22 de agosto de 1920 - 5 de junio de 2012). Si tuviera que definirle como escritor, lo haría con el nombre de un cuento y un libro de su autoría: El hombre ilustrado porque desde los doce años fue -como el tatuado hombre del relato- puro cuento de la cabeza a los pies.

Hace diez años que murió Saramago, “con quien tanto quería”, con quien tanto queríamos muchos, con quien tanto queríamos tantos. Convencida estoy de que aquel dieciocho de junio de 2010, a usted como a mí, se le fue un amigo, un hermano mayor, alguien en cuyo criterio confiaba, sin necesidad de compartir sus ideas políticas ni sus ideas arreligiosas. Su sentido común, su coherencia y su honda humanidad eran los motivos que a usted y a mí nos empujaban ( y empujan) a leer los libros de Saramago.

A la escritora Concha Espina (Santander 1869-1955 Madrid), su esposo -Ramón de la Serna- le hizo trizas el borrador de una obra. Era 1909 y acababa de publicar con aceptación de crítica y publico una novela brillante titulada La Nina de Luzmela. A él le disgustaba su éxito en las letras, a pesar de que los beneficios de los libros de su mujer engordaban la maltrecha economía de la familia. Debieron ser aquellas cuartillas rotas la gota que colmó el vaso, porque Ramón partió a México a ocupar el empleo que ella le había conseguido, y ella -acompañada de los cuatro hijos de ambos- se trasladó de Santander a Madrid. Pretendía vivir de la literatura.

Los ojos son unos ilusionados embusteros (R. Del Valle-Inclán)

Mi amigo Máximo Estrella es un “enfermo de literatura” y un obseso de Valle-Inclán. También es un andaluz hiperbólico, y como tal, asegura que llegará el día no lejano en que leerá un único libro durante el resto de su vida, y que será Luces de Bohemia, drama escrito por Ramón del Valle Inclán en honor de Alejandro Sawa, un poeta de odas y madrigales que murió en la miseria.