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Matías Escalera
Matías Escalera

Entrevista a Matías Escalera Cordero: "Sólo escribo cuando tengo algo que decir"

Autor de "Versos de invierno"
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h

Con motivo de la reciente publicación del tercer poemario de Matías Escalera Cordero (Madrid, 1956), titulado Versos de invierno, con el que se inaugura la colección de poesía “Punto Rojo” en la Editorial Amargord, hacemos con él, en esta entrevista, un amplio repaso a sus últimos veinticinco años de sistemática y concienzuda escritura, justo desde el día en que decidió volver a escribir, luego de haber roto, unos años antes, toda su obra inédita anterior a los veintiocho años. Hemos explorado juntos la intrahistoria de cada uno de los títulos que han precedido a este libro, un poemario “contra el odioso veraneante que todos, sin excepción, llevamos dentro”.

Matías Escalera y Julia M. Labrador
Matías Escalera y Julia M. Labrador

Matías Escalera Cordero, profesor, escritor, crítico, y persona comprometida, tanto en lo ideológico como en lo social, desde su primera juventud, ama pasear en soledad por la ribera del Henares, junto al que vive en Alcalá. Sobre todo en los días de lluvia, “porque no hay nadie, la atmósfera está limpia fresca y diáfana”, que, a veces, plasma con la cámara de su móvil.

Quienes conocemos a Matías Escalera hace tiempo le hemos escuchado contar que en su obra hay dos etapas, la primera perdida irremediablemente, destruida por él mismo. Sorprende contemplar su estoicismo mientras relata sin lamentos que rompió todo lo que había escrito antes de los veintiocho años porque eran textos en los que realmente no estaba él, sino sólo lo que había leído y aprendido en sus años de formación en la universidad. Textos, algunos obras ya cerradas, que le sirvieron, no obstante, para darse cuenta de que había aprendido escribir y a leer correctamente la tradición: el Arcipreste, Fernando de Rojas, Cervantes, Góngora y Quevedo, Larra, Galdós, Clarín, Azorín, Pío Baroja, Neruda, Aleixandre, Martín Santos, el primer Vargas Llosa o Juan Goytisolo, por una parte; o Kafka, Joyce, Tomas Mann, Celine, etc., por otra; pero que en ellos no había nada nuevo, nada suyo. Así que para evitar la tentación de recuperarlos, decidió deshacerse de ellos a conciencia: sin la posibilidad de copia ninguna (eran los tiempos de la mecanografía), los tiró de madrugada, rotos en mil pedazos, a un contenedor de la basura. Así, pues, en Liubliana, la capital de Eslovenia, en cuya universidad impartió clases, se dedicó básicamente a la labor investigadora: Cervantes, el Arcipreste de Hita, Valle Inclán y Antonio Machado, entre otros, centraron su atención en esa etapa. Olvidado completamente de la literatura creativa; pues, como ahora nos dice con sorna, “si no puedes mejorar el silencio, cállate.”

Pero fue, precisamente, durante uno de esos largos viajes de 2.300 kilómetros, en su pequeño utilitario, cuando descubre que, por fin, sí tiene algo que decir y que además está dispuesto a explorar un lenguaje propio para decirlo. Fue al final del verano de 1990, cuando de regreso a Eslovenia después de las vacaciones, al segundo día de viaje solitario (cuando viajar era “un paréntesis de vida en que nadie te molestaba, y sólo ibas tú y tus pensamientos, frente al paisaje”), a la altura de Verona, en Italia, recuerda una conversación, mientras tomaban unas cervezas en la Plaza de Cervantes de Alcalá de Henares, con sus viejos amigos y compañeros de combate durante la Transición y los primeros años de la Democracia. En ella, para su sorpresa, recuerda que sólo hablaron de dinero (de créditos, hipotecas, operaciones de inversión…), un tema, algo que jamás les había preocupado; nunca habían hablado de dinero. ¿Qué les había pasado? ¿Cómo gentes que jamás se habían preocupado del dinero, ahora sólo hablaban de dinero? Eso sí merecía ser “novelado”, ahora sí tenía algo que decir: “cómo habíamos llegado, en este país, a interiorizar el Capitalismo en nuestras almas de esa manera tan vertiginosa”. “Ahora sí tenía un objetivo, algo que decir, y que quería decir con mi propio lenguaje; ese sí era un buen reto”.

Y así fue cómo nada más llegar a Liubliana empezó a tomar las primeras notas para su primera novela aún inédita, aunque ya por poco tiempo, pues aparecerá este próximo mes de mayo, coincidiendo con la Feria del Libro de Madrid. Su título es El tiempo cifrado, y ha conocido, a lo largo de los noventa y a principios de siglo, tres reescrituras. De hecho, su primera versión, acabada ya en España, la leyeron el propio Gonzalo Torrente Ballester y su mujer Fernanda, excelentísima lectora, allá por 1993 o 1994. “Recuerdo que Gonzalo Torrente me invitó un día a tomar un té, por medio de su hijo, Álvaro, amigo mío, en su casa de Salamanca y en su despacho, un santuario lleno de libros y de papeles, en el que estuvimos hablando de esa primera versión, me aconsejó que la siguiese trabajando, porque veía un buen escritor detrás de aquella novela. Además, a Fernanda le encantó, algo realmente significativo, pues, según me confesó su hijo Álvaro, si a su madre le gustaba algo es que era bueno”. A continuación hubo un intento de publicación pero el propio Matías acabó frustrándolo, porque sabía que esa novela, en efecto, tenía que reposar y ser reescrita antes de salir a la luz.

Y durante sus segunda escritura, surge un nuevo proyecto, otra novela, Un mar invisible, en la que estuvo trabajando durante varios años, desde los 1996 o 1997 hasta comienzos del siglo XXI: “es la novela que me hizo realmente escritor, fueron unos años de búsqueda de mi propia escritura en los que conté con un auténtico archilector, César de Vicente, el prologuista de la novela, uno de los intelectuales más potentes de este país, un intelectual total, diría; quien leía los materiales según iban saliendo de la cocina y me los devolvía en agudísimos comentarios y con preguntas a las que no era fácil contestar sin reflexión y profunda autocritica. No me dejaba acomodarme ni conformarme con el resultado de mis escritos, me cuestionaba constantemente las soluciones a las que había llegado para resolver los problemas que surgían por doquier, hasta que encontraba soluciones más eficaces y más auténticas. Fueron unos años de escritura en silencio, de no querer publicar, a propósito, para no distraerme de una tarea tan exigente.”

Ángel Basanta, que reseñó Un mar invisible en El Cultural, “se sorprende de que alguien con cincuenta y dos años, que da esa novela, no hubiera publicado antes, porque una novela tan compleja, tan densa y madura tenía que ser de alguien que había escrito necesariamente algo más.” Y así era, Matías Escalera se había pasado los años previos, más de una década, escribiendo, sin publicar, justamente para alcanzar los objetivos que se había propuesto: “conseguir una auténtica novela crítica de nuestro tiempo, más allá de lo que el mercado y el lector medio exigen o permiten”. Y coincide con los críticos en aquello que caracteriza a una buena parte de su obra: “mi escritura busca un lector exigente que quiera ir más allá de la trama y de la historieta, que quiera que se le exija, que se replanteen una por una sus inercias lectoras. En definitiva, como dice César de Vicente, busca la destrucción del viejo lector y la construcción de uno nuevo”.

Estos últimos años han sido, sin embargo, un poco explosivos en cuanto a las publicaciones; sin duda, el fruto de muchos años escribiendo en la sombra, y de un trabajo minucioso y silencioso.

El primer libro que ve la luz es un poemario, Grito y realidad, en 2007, que es un resultado indirecto de la novela Un mar invisible, ya que había materiales sin desarrollo narrativo que pedían la síntesis lírica. Y ese material así tratado da Grito y realidad… “A través de Antonio Orihuela, grandísimo poeta y entrañable amigo y compañero, entré en contacto con los editores de Baile del Sol: les gustó y decidieron publicarlo”.

Y, a partir de ese momento, la aparición de los siguientes títulos se concatena vertiginosamente. Poco después, Pepe Varos, de IslaVaria, decide arriesgarse con Un mar invisible, en 2009), que es recibida muy favorablemente por una crítica atenta y especializada, como el propio Ángel Basanta o la novelista Marta Sanz, que escribe una larga reseña de la misma en la revista Youkali. Inmediatamente después, la editorial Baile del Sol decide publicar el libro de relatos Historias de este mundo, seis o siete de cuyos relatos fueron concebidos en paralelo con la redacción de la novela (por ejemplo, uno de los primeros es Historia de una fotografía, que se tradujo muy tempranamente al esloveno), los últimos relatos, por el contrario, son de unos meses antes de su aparición en 2011.

Matías Escalera cree que han sido los libros los que han tirado de sí mismos, “me satisface realmente que mi propia escritura haya sido la que haya tirado de sí misma, sin nada extraño ni exterior a la propia escritura; pues no soy ya joven, ni pertenezco a ningún lobby, ni a ninguna minoría a la que me pueda identificar, así que es mi propia escritura la que tira de sí misma.”

Tanto es así que el siguiente poemario, Pero no islas, de 2009, responde casi a un encargo: pues Toni Martínez, el editor de Germanía, ha leído Grito y realidad y le pide un poemario tras la conversación que entablan en casa de su padre, Antonio Martínez i Ferrer, en La Barraca, cerca de Alcira. Matías acepta inmediatamente el encargo porque ya llevaba parte del trabajo hecho y porque de Germanía era la colección Hoja por ojo, de referencia para la poesía crítica de los noventa y primeros años del nuevo siglo, dirigida entonces por Jorge Riechmann.

Pero no islas es un poemario estructurado en las tres personas del verbo: yo, tú, él. Y una elegía final que lo cierra. “Cada libro es un ciclo en sí mismo, una respuesta a aquello que me preocupa en un momento dado del mundo en que vivo, en este caso la necesidad de gritar que no somos islas, que no debemos resignarnos a serlo”.

El poema «Islas no» es su poema emblemático, que comienza de este modo:
No somos islas (islas no –gotas oceánicas– islas
solas: islas –briznas– solas
no –contra los vientos– islas –sitiadas: migas
de polvo– islas no)

“Así como la novela El tiempo cifrado sería la novelización de la interiorización del Capitalismo en las almas de una generación que se había creado en un contexto precapitalista, Un mar invisible es la novelización de los efectos de esa interiorización, de los efectos devastadores. Como lo es Historias de este mundo. Leyendo las tres obras se puede seguir, a través de sus respectivas historias, la evolución de los valores y de las formas de vida y de los modos de pensamiento, que han marcado este país desde mediados de los 80 hasta ahora.”

En esa línea resulta sintomático que Historias de este mundo se publique unos días antes del 15M, visto como algo lógico por algunos críticos, porque es una especie de relato de la España y del mundo que da en esos fenómenos, en esos movimientos de indignación. Por eso Matías señala que “en el mundo del 15 M la lectura de la novela y de los relatos adquieren su auténtica lectura como novelización y literaturización del malestar que causa el capitalismo triunfante en nuestros espíritus y en nuestras almas, la desazón, la angustia, la tristeza y la ira y la rabia también.”

En 2009, obtuvo también el Premio Margarita Xirgú por su obra teatral El refugio. Había escrito antes Seis piezas cortas (y adaptables) para talleres (críticos) de teatro con jóvenes, surgidas del trabajo con los adolescentes del instituto. Y justo al acabarla se convoca ese certamen de literatura dramática, “al que decidí presentar mi texto porque su premio era tan solo la publicación (en un país en el que no se publica ya libro de teatro). En general, soy contrario a los premios, pues son síntoma de subdesarrollo editorial: se han convertido en modos de promoción interesados, en reparto de prebendas a distintas capillas políticas y literarias, o simplemente se reducen a operaciones comerciales, desde editoriales que dan premios a todos sus autores, ayuntamientos que no tienen ninguna política cultural reconocible y que sin embargo tienen sus premios anuales simplemente para promocionarse, absurdo porque en muchos casos ni se compromete la publicación de la obra, o están dados de antemano. Son un tumor maligno, síntoma de una enfermedad congénita o de una endemia de este país que es el raquitismo lector y editorial. La inflación de premios está en relación con la incapacidad de la industria editorial para establecer canales de provisión de títulos y autores. Casos tan tristes como editoriales con una trayectoria más que estimables que sólo se reducen a publicar premios y obras premiadas por ayuntamientos, diputaciones y grupos empresariales… Los Premios como el Nadal, el Adonais, e incluso el Planeta, tuvieron su sentido en la España que va de los 50 a principios de los 80, es decir, durante el Franquismo y la Transición. Los premios de referencia eran modos de visibilizar un tipo de literatura que de otra manera no llegaría a la mayoría o a un lector medio, pero de esa función a lo que han llegado a ser, y lo que sucede en la actualidad, esa orgía de certámenes y premios insustanciales e irrelevantes, hay un abismo…”

Pese a ese rechazo a los premios, hay otra obra suya más que obtuvo otro, Búscate la vida, que forma parte de las seis piezas didácticas, premiada en la SER de La Rioja como guión de teatro radiofónico. Matías lo justifica en este caso así: “Me presenté por amistad, para apoyar al Ateneo Riojano, gente amiga muy combativa. Y me dieron el accésit.”

Y, por último, llegamos al ensayo: Memorias de un profesor malhablado, empezado en Alicante, en El Campello, aprovechando las vacaciones de verano de 2012, que es una respuesta a la dura situación del momento, vivida tan de cerca por Matías Escalera en su condición de profesor: “Indignado y enrabietado por todo lo que se decía de nosotros, los profesores, y de la escuela pública, por los gerifaltes del PP y por los talibanes de la derecha mediática, decidí reaccionar también como escritor, porque como profesor ya había reaccionado y me había integrado como en la Marea Verde. Con este libro, además, recuperé una vieja idea que había diferido en el tiempo, escribir mi experiencia como profesor a lo largo de tantos años y situaciones diferentes. Comencé muy jovencito en un programa de alfabetización de niños y adultos, con 17 años, cuando estaba en primero de la Facultad; y he pasado por academias, clases particulares, colegios privados, la universidad, hasta que, al volver de Yugoslavia, cuando comenzó la guerra, aprobé las oposiciones de Secundaria como profesor de la escuela pública. Este proyecto lo había dejado para cuando me jubilase, pero recuerdo que en ese verano pensé que había llegado el momento de llevarlo a cabo de un modo completamente distinto a como lo había pensado: contar a aquellos que no nos conociesen, qué es realmente un profesor y qué es la escuela pública, y la necesidad de un país moderno de dotarse de una escuela pública que vertebre el sistema educativo entero. Y todo ello, con humor, mala leche, datos, documentación, etc. Con ella he estado en media España y he llegado a mucha gente a la que de otra manera no habría llegado, e incluso a muchos compañeros que me han escrito cosas preciosas: como ese compañero que ha recordado las razones por las que quiso ser profesor y que ya había olvidado, leyendo mi librito… No me arrepiento de haber escrito ese libro porque ha cumplido su función como herramienta de debate y como respuesta al mundo en el que vivo, que en realidad es en lo que, en última estancia, se fundamenta mi escritura.”

Tras todo este panorama literario tan variado cabe preguntarse por qué Matías Escalera Cordero toca todos los géneros, y su respuesta nos sorprende por inhabitual, aunque a la vez encierra la coherencia de esa filosofía vital y creadora que subyace en toda su obra: “Porque en cada momento, para cada respuesta, hay un vehículo o una herramienta adecuada a esa respuesta: poesía, si se nos exige la síntesis lírica; el dramatismo de la acción y del diálogo teatral, si fuese necesario; el desarrollo narrativo, más extenso en la novela, menos extenso en el relato corto; el ensayo, si es la argumentación de ideas y posiciones lo que nos interesa resaltar… Si yo he activado todos los géneros no es para demostrarme que sé escribir en todos, no es una cuestión personal, es una cuestión práctica, sólo escribo cuando tengo algo que decir, y, a veces, se me exige un género y, en otras ocasiones, otro distinto, como, a veces, un tono y, otras, otro distinto: el humor, lo grotesco, a veces el dramatismo trágico, la ira, la ternura. Ni estás del mismo humor, ni un tono vale para todo. Género y tono vienen dados por la naturaleza de la respuesta que quiero dar… En Historias de este mundo incluí con modificaciones textuales El lógico castigo del orgullo y de la ilusión bajo un nuevo título, El lógico castigo de la orgullosa Marcela y la romántica Galatea, y lo hice porque toca el tema de la violencia de la pareja y me interesaba, pues una historia propia de este mundo es la violencia interna en el mundo de la pareja y usé los personajes de Cervantes, Marcela, Galatea, Grisóstomo y Elicio como en realidad Cervantes los usa, como manifestaciones del amor neurótico, que ha predominado en nuestra cultura y que da una pareja abocada a la violencia interna.” Trasvase de géneros y uso práctico y motivado de los mismos, no dogmático ni cerrado.

Y finalmente llegamos a su nuevo poemario recién publicado, Versos de invierno (para un verano sin fin), aparecido en la editorial Amargord, aunque en origen tendría que haber aparecido en Eclipsados (Zaragoza) un año y pico antes, pero por causas ajenas al editor no pudo ser. En Amargord abre una nueva colección, “Punto Rojo”; la editorial en la que aparecerá El tiempo cifrado, la primera novela que inicia todo, tres veces reescrita; “con la que se cerrará el círculo de estos veinticinco años de trabajo”.

En este tercer poemario sigue “la veta de desolación, denuncia y conminación e interpelación a la acción. Una poesía que es como un látigo que fustiga nuestra pereza y pretende movernos a la acción, a la resistencia, a la no conformidad con nuestra propia sumisión.” Sus versos preliminares nos recuerdan a Alicia y el espejo, una conminación a terminar, a no quedarnos en la superficie de las cosas, a sobrepasar la pereza, porque los efectos de la sumisión en nosotros son esencialmente la abulia y la pereza para sentir, pensar, accionar:

Lee hasta el final
Hasta alcanzar la entera profundidad
De la imagen en el espejo

Como en anteriores poemarios, Matías Escalera repite una reflexión intrínseca a su creación. “Una parte de mi poesía está hecha para ser leída, no puede ser recitada oralmente por la disposición gráfica y el uso de material no rítmico, no originalmente poético. Busca la reflexión y la emoción intelectual como decía Brecht, la verdadera emoción, la que procede del pensamiento, y como implica materiales que no son originariamente poéticos ni rítmicos hacen imposible su oralidad salvo que fuese coral.”

Hablando sobre lo que le gusta como lector, Matías resalta que le gusta “leer cosas que reten mi inteligencia, no que me traten como a un tonto o que me confirmen lo que yo ya sé. Que me obliguen a pensar, que me enseñen, o que me obliguen a repensar. Odio lo que se hace actualmente: confirmar o reafirmarse en lo que ya sabemos. Me gusta el arte que me rete, que me presente facetas nuevas o desconocidas de la realidad, un arte exigente, una literatura exigente, un cine exigente.” De ahí que su literatura sea igual de exigente y retadora con sus lectores.

Y nos hace una reflexión personal que resume una parte de la filosofía que está detrás de este poemario: “Me gustaba antes más que ahora viajar, precisamente por culpa de los veraneantes, y de las masas. Pertenezco a una generación que cuando empezamos a viajar había poca gente, los lugares no se habían convertido en los parques de atracciones temáticos en que se han convertido hoy: Florencia, la Acrópolis, Roma, la costa adriática aún no eran parquecitos, estaban a punto de convertirse, pero todavía no estaban explotados y masificados. Ahora son sucedáneos de sí mismos.” En síntesis: el odio al veraneante y a la masa despersonalizada y a la vez negativamente individualista.

Y, por último, una reflexión a la que sólo puede llegar alguien que ha vivido mucho tiempo en grandes ciudades masificadas y que no se ha dejado absorber por ellas, sino que ha luchado y sigue luchando por mantener su esencia como persona, sin que ello signifique caer en el individualismo a que nos aboca nuestra actual sociedad de consumo que tanto fomenta los individuos egoístas que olvidan que son individuos en colectividad: “Mis gustos son sencillos, no me gustan los centros comerciales, ni las aglomeraciones. Odio la sociedad de consumo, me repele el acto de comprar, también por las aglomeraciones de masas. Es una paradoja en mí, lo sé, alguien que ha participado en tantas manifestaciones y movimientos sociales de masas, en tantas organizaciones que proponen la supremacía de lo colectivo frente a lo individual, y que se sienta tan a disgusto entre las aglomeraciones. Sin embargo hay una gran diferencia entre miles de personas yendo a comprar y miles de personas luchando por sus derechos o por un mundo más justo o diferente: por eso, no voy a comprar, y sí voy a las manifestaciones, a pesar de que no me agraden las aglomeraciones. Una cosa es un montón de gente acompañada y otra un montón de gente sola.”

Versos de invierno, el último poemario de Matías Escalera, en el que utiliza de nuevo técnicas gráficas y sintácticas experimentales, siempre al servicio de la idea que quiere transmitir, en este caso, luchar contra el veraneante que todos llevamos dentro y que tanto lastra nuestra sociedad.

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