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"Gettysburg", de Allen C. Guelzo

Desperta Ferro Ediciones
martes 02 de marzo de 2021, 19:21h
Gettysburg
Gettysburg
Este libro desarrolla, en más de 600 páginas, todos los pormenores bélicos producidos en el pueblo de Gettysburg, en el estado emblemático de Pensilvania, ya que su capital fue la primera de los EE. UU., es decir Filadelfia.

Me voy a ceñir a realizar un acercamiento a los antecedentes del hecho, el resto está en la obra, que debe ser leída con fruición. Batalla y carnicería entre la Unión y la Confederación efectuadas entre los días 1 y 3 de julio de 1863. Ambos ejércitos quedaron exhaustos, pero para los del Sur fue el principio del fin; ya que planificaron y ejecutaron mal la confrontación, probablemente les perdió la soberbia típica de los caballeros del Sur. La narración es magistral, casi se puede decir que es como una película. Presenta, asimismo, una esclarecedora cantidad de mapas, y varias fotos de los protagonistas militares del hecho.

La guerra civil americana ya tenía dos años de feroz duración, cuando se produjo esta batalla. La Unión combatía por recuperar el global del territorio, y la Confederación para conseguir seguir existiendo manteniendo su modus vivendi. Ya dijo, uno de los, para un servidor, peores y más hipócritas presidentes de los EE. UU., llamado Abraham Lincoln: “Ninguno de los dos bandos, esperaba que la guerra tuviera la magnitud, o la duración, que había llegado a tener”. El autor cita, de pasada, como los norteamericanos se consideraban una nación de paz, aunque reconoce que ya desde su independencia habían tenido variadas guerras: en 1812 nuevamente contra el Reino Unido; en 1846 una amoral conflagración contra un México que solo trataba de defender su territorio de Texas, usurpado por personajes tan pintorescos como Austin, Houston, Travis o David Crockett; y no mencionemos sus actividades bélicas contra las tribus indígenas que trataban de defender su identidad y su supervivencia, a las que el prof. Guelzo califica de indómitas: creeks, choctaws, shawnees, apaches, kiowas, nez percé, comanches y lakotas-sioux, entre otras de mayor o menos enjundia. Calificarlas de, mutatis mutandis, defensivas, lamentables pero necesarias, para el bien de la república; es como poco, apresurado.

El general unionista Oliver Otis Howard (1830-1909) tenía grandes escrúpulos religiosos sobre esta guerra entre hermanos: “Todo lo que se diga es poco (…) de los horrores, los aborrecibles estragos y los incontables costes de la guerra. Y las narraciones de la contienda tan solo sirven para un propósito, para mostrar claramente a nuestros hijos que la guerra, con las calamidades y la saña que suscita, debe ser evitada”. Existía, además, una conciencia sociopolítica de la inutilidad de la existencia de un ejército permanente. Cuando tiene comienzo esta guerra, el de USA comprende 16.357 oficiales y soldados. Por consiguiente, se utilizará, de forma mezquina, por parte de la Unión, a soldados voluntarios en lugar de un reclutamiento de tipo regular.

También se reclutaron inmigrantes europeos en ambos bandos, irlandeses, italianos, alemanes y polacos. “El 1º Batallón Especial de Luisiana, los ‘Tigres de Luisiana’ estaba, en teoría, formado al completo por irlandeses procedentes de los bajos fondos del puerto de Nueva Orleans”. La indisciplina era la nota corriente en ambos bandos, las amonestaciones y las advertencias de los oficiales no llegaban a ningún puerto. “Siempre que nos deteníamos durante veinticuatro horas –escribió horrorizado un oficial médico confederado del 13º de Carolina del Sur-, hasta el último maizal y huerto en un radio de dos o tres millas quedaba pelado por completo. La tropa no solo roba los campos, sino que entra en las casas e insiste en que se les dé de comer, hasta que devora toda cosa comestible que pueda hallarse en la casa de un hombre”. En este momento las tropas regulares eran mucho mejores, pero estaban a años luz de sus homólogos de Europa. La logística, mapas y topografía, estaba en pañales, por lo que la improvisación era lo habitual.

El general confederado, Richard Taylor, e hijo del presidente Zachary Taylor, escribía: “Los comandantes confederados carecían de mapas, croquis o guías adecuadas, y no sabían mucho más de la topografía del país que de la del centro de África”. La propaganda funcionaría perfectamente, para los soldados unionistas los soldados confederados desprendían un hedor o aire fétido que los identificaba a distancia. En la Unión la guerra pretendía restaurar la aristocracia a la europea, combatiendo al perezoso y altivo caballero del Sur. También luchaban por la emancipación de los esclavos, proclamada por Lincoln en 1863. El autor indica que uno de cada tres confederados de Gettysburg poseía esclavos o eran hijos de propietarios con esclavos, y más de la mitad de los oficiales poseía esclavos. Algunos rebeldes lucharon por defender su forma, a lo mejor equivocada, de entender la sociedad, que ellos definían: “por el inestimable derecho al autogobierno”.

Alexis de Tocqueville, en 1831, definió a los meridionales como: “Altivos, excitables, irascibles, ardientes en sus deseos, impacientes ante los obstáculos –pero también- fáciles de desanimar si no pueden imponerse al primer intento”. Todos ellos luchaban a las órdenes de su auténtico ídolo, al que consideraban la esperanza de la Confederación. Él ganaría la guerra civil. Existe una definición impecable de un periodista del Sur, sobre el general Robert E. Lee: “Mide seis pies (1’82 m), pesa alrededor de 190 libras (86 kg); es erguido, bien formado y de imponente presencia”. Deploraba la esclavitud, ya en 1856. “En esta época ilustrada, creo que son pocos los que no reconocerán que la esclavitud, como institución, es un mal político y moral para cualquier país”. Con estos mimbres se dirigieron ambos ejércitos a desangrarse en Gettysburg. Y con lo mismo calificamos de recomendación sobresaliente de lectura para esta gran obra literaria.Nihil novum sub sole, ET, Unus non sufficit orbis.

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