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"Guerra y cuchillo. Los sitios de Zaragoza, 1808-1809", de Daniel Aquillué

Editorial La Esfera de los Libros
martes 19 de octubre de 2021, 18:37h
Guerra y cuchillo
Guerra y cuchillo
Este estupendo y documentado libro nos acerca a lo que supuso el cerco de Zaragoza, por parte de las tropas francesas del general francés Jean Antoine Verdier (2-V-1767-30-V-1839), en el mes de agosto de 1808. “Paz y Capitulación solicitó el general francés Verdier en agosto de 1808 cuando sitió a las tropas aragonesas en Zaragoza. Guerra y Cuchillo fue la respuesta que recibió por parte de los defensores”.

La heroica defensa de la capital de Aragón asombró a toda Europa, y consiguió que la aureola de la milicia bonapartista empezara a estar en entredicho. Cuando los belicosos vecinos cesaraugustanos se prepararon para la defensa, a ultranza, de su urbe, entre los años 1808 y 1809, todo era posible. Así comenzó la denominada como Guerra de la Independencia Española; los españoles de bien lucharon por defender su identidad y a una dinastía repugnante, la borbónica, que por la espalda y a traición los había apuñalado, rindiendo pleitesía al emperador de los franceses; Napoleón I Bonaparte. Hasta el propio emperador se quedó perplejo e irresoluto, y nunca entendió porque sus ejércitos se hundieron en la miseria más absoluta en aquellos cenagales hispánicos. Y, sobre todo, y por todo, porque el emperador de los franceses entendía que el monarca que había colocado en el trono español era, con mucho, si obviamos a Lucien-Luciano, el mejor de sus hermanos, su hermano mayor Joseph-José. “Ni Napoleón ni Murat pensaron que España, una vez descabezada de sus viejos reyes y con su ejército diseminado –entre Dinamarca, Portugal y las costas españolas-, pudiera suponer un problema. Como mucho un par de motines fácilmente reprimibles como los del 2 de Mayo en Madrid 1808 u otros anteriores en otros países, como el de El Cairo en 1798, o el de los realistas parisinos en 1795. Sin embargo, se desató una cruenta guerra de seis años porque hubo una respuesta de distintos sectores sociales, con especial énfasis de las clases populares, e incluidas las fuerzas militares que se reorganizaron una y otra vez para presentar batalla”.

No obstante, los franceses seguían creyendo en su superioridad, inclusive racial, con ese habitual chauvinismo galo, que siempre han considerado que, en tono despectivo y peyorativo, África comienza en los montes Pirineos. El ejército francés se comportó de forma salvaje por todos los lugares que atravesaron, robaron como lo harían los nazis o los estalinistas en el ulterior siglo XX, destruyeron lo inimaginable; verbigracia las tumbas del glorioso Panteón de Reyes de León de San Isidoro de León, donde metieron los mamelucos bonapartistas a sus propios caballos. En un momento determinado el enviado imperial, mariscal Pierre-Antoine Dupont de L’Etang (14-VII-1765-9-III-1840), concibió que era preciso y necesario llegar al lugar donde estaban reunidos los representantes del pueblo español, y donde se habían legislado las Cortes de Cádiz del 19 de marzo de 1812, que era la ciudad de Cádiz. Tras atravesar Despeñaperros se entraba en una auténtica ratonera; además en julio el calor jienense era sofocante. El Mariscal Bon Adrien Jeannott de Moncey (31-VII-1754-20-IV-1842) pensó, con la habitual prepotencia gabacha, que Valencia era pan comido, y el improvisado ejército levantino resistió tras las murallas de la ciudad. “Los mismo le ocurrió a Lefebvre, que se confió tras tres victorias consecutivas en campo abierto y llano en las riberas del Ebro, pensando celebrar el Corpus Christi en Zaragoza, ciudad abierta que no debía ofrecer ninguna resistencia. Era inconcebible siquiera que lo intentara, desde un punto de vista estrictamente militar previo al verano de 1808”.

Por el lado de los hispánicos, levantados en armas en la atrasada España del año 1808, tenían la certidumbre de que los franceses saldrían corriendo en cuanto levantasen sus fusiles, que en muchos casos no sabían ni utilizar, y mucho menos en cómo se manejaban las piezas de artillería. Los generales españoles maniobraban como se hacía en el antañón siglo XVIII, movimientos de pausada lentitud y formando a sus fusileros en filas apretadas. “Pero no tenían en cuenta las nuevas tácticas napoleónicas, rápidas, envolventes y contundentes, con columnas de infantería y caballería. También tardaron en percatarse de que no dirigían soldados profesionales sino a campesinos y artesanos con los que ni se podía marchar en formación. Aunque esos paisanos militarizados aprenderían a lo largo de los años que duró la guerra”. Ahora bien, en lo que los españoles eran irreprochables, era en el uso de la guerra de guerrillas; ya la habían padecido desde la Antigüedad los romanos frente a los lusitanos y ástures, los cartagineses frente a vettones y vacceos, etc.

El genial defensor de Zaragoza era el general José de Palafox (28-X-1775-15-II-1847), que tenía la convicción de que la guerra debería ser mucho más ofensiva, quien era una pura innovación inteligente; aunque no tenía los medios logísticos ni materiales como para esa praxis bélica que él planteaba. El Primer Sitio de Zaragoza tuvo lugar fuera de las murallas. “Comenzó sorprendentemente con una victoria aragonesa en las tapias, pero fueron las fuerzas de socorro que se empezaron a mover desde julio las que obligaron al ejército imperial a retirarse antes de verse totalmente rodeado por las tropas de Perena, los hermanos Palafox, Warsage, Saint Marc y Montijo”. El 2º Sitio sería la puntilla del ejército imperial. En suma obra extraordinaria, completa, rigurosa y seria, que merece todos mis parabienes.Magnus ab integro saeculorum nascitur ordo. ET. Hoc voluerunt.

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