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Álvaro Bermejo
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Álvaro Bermejo (Foto: Joseba Urretavizcaya)

Entrevista a Álvaro Bermejo: “El dragón es un pattern insertado en nuestro ADN desde la noche de los tiempos"

miércoles 05 de enero de 2022, 23:00h

Vibria o Cuélebre, Tarasca o Herensuge, el gran Draco Magnificens es algo más que el monstruo de los monstruos. Espejo de todas las cosmogonías, pero también de nosotros mismos, en su último libro -Aquí hay dragones- Álvaro Bermejo documenta las Sendas de Dragón que cubren toda nuestra geografía. Tal vez los primitivos guanches hubieran interpretado la erupción del Cumbre Vieja como el despertar de su viejo dragón. Tal vez la pandemia que nos ocupa sea otra emanación suya. El aliento del Fin de los Tiempos.

Aquí hay dragones
Aquí hay dragones

"No hay parte del dragón que quede sin analizar en esta magnífica y bestial obra, sean escamas, colmillos, fuego o sangre. Sin duda, el libro más completo que conozco sobre la geografía draconiana". Así presenta su ensayo Jesús Callejo, uno de los autores de referencia en literatura fantástica. ¿Qué le ha llevado a adentrase en el mundo de los dragones?

Aunque sigo con mis novelas, soy historiador y antropólogo. La pasión por los dragones viene de ese cruce. Desde el tiempo de los fenicios la Península se conocía como Ofiusa, la Tierra de las Serpientes. Fue aquí donde los griegos ubicaron a Ladón, el dragón guardián del Jardín de las Hespérides. Comencé a rastrear su huella y fui descubriendo que toda la Vieja Iberia, desde Andalucía a Cataluña, desde Galicia a Portugal, está sembrada de enclaves y cultos consagrados a esa criatura portentosa, Bajo la Piel de Toro se oculta una inquietante Piel de Dragón.

Tampoco nos oculta que esa piel viene de muy lejos. De los mitos sumerios y babilonios, ¿no es así?

Así es. La primera referencia la encontramos en el Enuma Elish, donde se dice que en el principio fue el dragón. Se llamaba Tiamat, lo que se traduce como Madre de la Vida. Lo fascinante de esta historia es que cinco mil años después siga reinando sobre nuestro imaginario, sobre todo en el de la generación más joven. Unos se los llevan a la piel, en mil tatuajes, y otros tantos a los ojos por medio de los más de doscientos juegos online que tienen como protagonista a un dragón. Sumemos los que nunca han dejado de atravesar las pantallas, desde el Jabberwocky de La Bestia del reino a los de Juego de Tronos. En cuanto a la literatura, ahí están Ursula K. Le Gin, Ende y Tolkien, entre cien más.

¿A qué atribuye su universalidad y su vigencia?

Uno de los capítulos de mi libro se titula ‘Un dragón en el diván’, que es el de Jung. Su teoría del inconsciente colectivo y uno de sus arquetipos –el de la Sombra-, resultan clarificadores. Se diría que el dragón es un pattern insertado en nuestro ADN desde la noche de los tiempos. De ahí su universalidad, también su ambivalencia. En Oriente se identifica con una figura benéfica. En Occidente con su inversión, pero sólo a partir del Leviatán apocalíptico. Debajo de todo eso, late una batalla feroz entre civilizaciones patriarcales y matriarcales. Estas, las preindoeuropeas, veneraban al dragón, asociado con lo femenino y lo lunar. Vencieron los arios –los dorios-. Y todo cambió.

Su libro incluye la imagen de una crátera del siglo VI a.C, conocida como el Vaso del Monstruo de Troya, que anticipa un célebre lienzo de Paolo Ucello, San Jorge contra el Dragón. Lo pintó en el Cinquecento, y es idéntico.

En efecto, ahí está todo y en el mismo orden. En el Vaso vemos a un san Jorge, que es Hércules, a una doncella en la boca de una caverna, y un dragón alucinante. Porque el artista que lo plasmó reprodujo, literalmente, la cabeza de un dinosaurio. Increíble pero cierto. Tiene su explicación: en el tiempo de los griegos, o en nuestra Edad Media, ¿qué sucedería si al cavar la tierra se les aparecían los restos de un plesiosaurio? La leyenda se convertía en realidad. Era la prueba de que los dragones existían realmente.

Pero esa escena también incorpora una carga simbólica profunda. ¿Cómo la lee Jung?

De dos maneras. La princesa es un emblema del ánima del caballero y el dragón de su parte oscura. La batalla del héroe contra el dragón cifra una batalla interior por la conquista de uno mismo. También podemos interpretarla como un juego de polaridades: el héroe y el dragón representan las dos fuerzas psicológicas latentes en cada uno de nosotros, de cuyo combate surge el equilibrio tanto en el plano cósmico como en el personal. No olvidemos que el termino griego ‘drakon’ está relacionado con la voz ‘derkomai’, que se traduce como ‘ver’. Los ojos del dragón ven más allá de lo evidente.

Pero los dragones también aparecen en las mitologías celtas y escandinavas, anteriores a los griegos.

Cierto, ahí están los drakkars vikingos –drakkar se traduce como dragón-, y Fafnir, el dragón al que se enfrentan Sigfrido y Beowulf, y la Wybern celta. Pero ahí están también los dragones de Tartessos, los de los íberos y los de los vascos, como Sugaar y Herensunge, que son dragones hembras, es decir, matriarcales y preindoeuropeos. Todos ellos se cruzaron en nuestro suelo con los babilonios, los griegos, y los bíblicos. De ahí la apasionante tarea de documentarlos.

Diecisiete comunidades autónomas, más Portugal. ¿Cuánto tiempo le ha llevado este viaje?

Cinco largos años, a intervalos. Me animaba otra batalla, esta personal. En este tiempo, el de la civilización global, me importaba desenterrar nuestras singularidades olvidadas. Todo dragón vive sujeto a un territorio. Y su historia dice mucho de sus habitantes. Partiendo de la mitología he entrado en la antropología cultural, buscando un lector joven, para recordarle que los dragones también forman parte de su propia cultura.

¿Cuáles han sido sus mapas?

Las viejas líneas Ley que recorren toda nuestra geografía de norte a sur y de este a oeste. Se conocen con ese nombre las corrientes telúricas del campo magnético terrestre. Se descubrieron científicamente en el XIX, pero ya se conocían en la Prehistoria. Toda la cultura megalítica, los santuarios celtas, hasta el Camino de las Estrellas previo al de Santiago está trazado sobre esas líneas Ley. Allá donde encontraban un punto de energía, alzaban un crómlech o un menhir, como si practicaran una especie de acupuntura sobre la piel de la tierra. O sobre la del Dragón. No en vano el nombre celta de esas líneas era Sendas del Dragón.

El dios serpiente azteca, Quetzalcoat, tiene siete cabezas, como el Herensuge vasco. ¿Volvemos al inconsciente colectivo?

Sí, es muy curioso. Su leyenda, sin embargo, está más cerca del canon medieval. El dragón como devorador de doncellas y guardián de tesoros, que también son alegóricos. El tesoro que guarda el dragón, siempre en la profundidad de la tierra, alude al conocimiento secreto o a un culto secreto. De ahí que la gran mayoría de matadores de dragones sean santos, como san Jorge o san Miguel. Cuando el penitente Teodosio de Goñi se enfrenta al dragón de Aralar, San Miguel desafía a la bestia hablándole en euskera: “Nor Jaungoikoa bezala!” –¡Quién como Dios!-. Ocurre otro tanto con el dragón del Tibidabo, o con el de Montserrat, en Cataluña. Una vez vencido, sobre el lugar de la batalla se alza un monasterio que borra las huellas del Leviatán pagano.

¿Es cierto que el Maestro Mateo también labró un dragón presidiendo el Pórtico de la Gloria de la Catedral de Santiago?

Tan cierto como que quien está enterrado en sus criptas no es el apóstol Santiago, sino el hereje Prisciliano. El dragón que esculpió el maestro Mateo era el del Pico Sacro, una divinidad en la Galicia medieval. A tanto alcanzó su fervor que la Iglesia decidió retirar la escultura y enterrarla. Ya se daba por perdida, pero a finales del siglo pasado reapareció en unas excavaciones. Hoy se conserva en el museo de la catedral.

Otro dragón vasco, Sugaar, seduce según la leyenda a una princesa vikinga que había llegado a Mundaka, y así nace Jaun Zuria, el primer señor de Bizkaia.

Recrea el mito del nacimiento del rey Arturo, hijo de la reina Igraine y de un ser legendario, Utherpendragon. ¿Cuál de los dos se escribió primero? No lo sabemos. Sí sabemos, sin embargo, por qué a la Tarasquilla que monta a la Tarasca durante la procesión del Corpus en Toledo se la llama Ana Bolena. Fue una venganza castellana en desagravio por el repudio de Enrique VIII hacia Catalina de Aragón.

La Tarasca es otro dragón omnipresente en nuestro territorio. ¿De dónde procede?

Como su mismo nombre indica, de Tarascón, en la Provenza francesa. Curiosamente aquí quien vence al dragón es una mujer, Santa Marta. Y no menos curiosamente, tampoco lo mata. No es la única. También la Santa Margalida de Mallorca lo amansa con su mirada. Se diría que pactan con él. ¿Por qué? Son reminiscencias de esa cultura matriarcal… y dragonófila.

Destaca el Cuélebre asturiano, la Vibria catalana, el Saetón andaluz y el valenciano Dragón del Patriarca. ¿Cuál es el más insólito?

La Vibria tiene una historia interesante, porque enlaza con la Wybern celta y artúrica. Pero el más insólito es que traslada a Vlad el Empalador hasta Peñíscola, para encontrarse con el Papa Luna. Sólo es una leyenda, pero tiene sus bases de credibilidad. Vald Drakul pertenecía a la Orden del Dragón, igual que Alfonso el Magnánimo. Desde un siglo atrás la corona de Aragón y de Valencia, antes que el rat penyat, ostentaba como emblema el drac alat que llevaría Jaime I en su cimera. Pero volviendo a la leyenda, se cuenta que Alfonso de Aragón, cansado de que Benedicto XIII no abdicara su tiara, hizo venir a Vlad Drakul desde Transilvania para convencerle. Qué encuentro aquél, entre el Papa Luna y Drácula.

¿Qué sucedió?

Según la leyenda, nada. Benedicto XIII “se mantuvo en sus trece”. De hecho, la expresión mantenerse en sus trece remite a su no menos legendaria obstinación.

Además de un cuerpo de leyendas que apelan a nuestro inconsciente colectivo, y a nuestra geografía concreta, ¿Qué les debemos a los dragones?

Bastante más de lo que pensamos. No olvidemos cómo se celebra el Día del Libro en Barcelona. Cuando San Jordi atraviesa el corazón del dragón de Montblanc, en Tarragona, brotan rosas rojas. La rosa que acompaña a los libros en ese día, es pura sangre de dragón. Literatura en estado puro.

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