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"Los jesuitas en la España del siglo XVI", de Marcel Bataillon

Edita La Junta de Castilla y León. Consejería de Cultura y Turismo. 2010.
viernes 08 de abril de 2022, 18:00h
Los jesuitas en la España del siglo XVI
Los jesuitas en la España del siglo XVI

Estamos ante otra joya historiográfica de la biblioteca de la Junta de León y Castilla, en este caso escrita por un magnífico historiador hispanista, como lo fue Marcel Edouard Bataillon, nacido en Dijon-1895 y muerto en París-1977. El estudio prologado lo realiza su nieto Gilles Bataillon.

Esta obra (curso 1945-1946) fue reimpresa en 2009, y publicada por León y Castilla en 2010; y se refiere a lo que supuso la entrada de los jesuitas, la Societas Ihesu, en las tierras de las Españas, de donde procedían casi el 100% de sus primeros miembros. “La entrada de la Compañía en el país de origen de Íñigo, en el suelo recorrido por el primer apostolado de los iñiguistas, es una historia compleja en la que los destinos individuales desempeñan su papel dentro de un diseño global y donde la psicología individual y la colectiva se entrecruzan en combinaciones inextricables”.

Para poder obtener buenos frutos, los jesuitas debieron convencer con sus actos a la opinión pública del momento histórico español, que era bastante complejo, y el hecho del acercamiento sociológico fue lo que consiguió nuevos reclutamientos de varones para esta nueva orden religiosa. Los ‘hijos’ de San Ignacio de Loyola habían inaugurado una nueva forma de comportamiento socio-religioso, y de relación muy cercana y diferente con la divinidad. Aparte de los tres votos de: pobreza, castidad y obediencia, crearon uno nuevo ‘de obediencia al papa de Roma, para que los pudiese enviar a las misiones’, y, además, consiguieron que el papa Paulo III los eximiera de los cantos eclesiales de los maitines. A cambio de todo, ellos serían los soldados del catolicismo, y darían la cara en todo momento aún a fuer de perder su propia vida; este famoso 4º voto les ha producido numerosas expulsiones, muchas veces enfrentados al laicismo y a los Borbones; y en la contemporaneidad luchando contra las diversas dictaduras políticas habidas y por haber. Su capacidad intelectual, que es la élite de la Iglesia Católica, ha formado a todo tipo de individuos, que luego han regido universidades y demás entidades, formando a las sociedades a la imagen y semejanza de lo que ellos consideran que son las doctrinas de Dios Todopoderoso. Uno que ha sido alumno del Colegio del Sagrado Corazón de Jesús de la ciudad imperial de León, está muy agradecido a sus enseñanzas.

En las Españas, en sus reinos de León, de Navarra, de Aragón, de Portugal y de Castilla, y de los territorios que los conformaban, tuvo la Compañía un muy rápido crecimiento, resultado, indubitable, de una serie de conversiones y, asimismo, varios cambios radicales, individuales o en grupos más o menos cerrados, mayoritariamente en el territorio de las Españas. Los comienzos serían en Barcelona, luego en Alcalá de Henares, y, terminando en la prestigiosa y universitaria urbe legionense de Salamanca; en todas esas localidades, la Compañía de Jesús había dejado tras de sí una reputación, a la par, sospechosa por su cripticismo, y prestigiosa por el nivel intelectual de sus componentes; de esta forma su segundo apostolado, producido en París, ya había despertado numerosos ecos y perplejidades, a un tiempo ambas posturas sociales. En esa época existía una importante relación doctrinal entre los teólogos de París y los de Alcalá de Henares. Los primeros jesuitas, todos ellos del Imperio español, se habían formado y estudiado tanto en París como en Alcalá de Henares; eran, por consiguiente, primigeniamente complutenses y luego parisinos, solamente existía una excepción que era la del navarro Francisco de Javier. El resto eran, entre otros de mayor o menor enjundia: Íñigo de Loyola, el portugués-español Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Nicolás de Bobadilla, etc.

Según la tradición de la Compañía, Laínez y Salmerón partieron de Alcalá hacia París atraídos por el prestigio espiritual de Íñigo. Pero si examinamos las adhesiones peninsulares más preciosas recibidas por la Compañía entre los años 1538 y 1545, observamos que el Dr. Ortiz, su más poderoso apoyo exterior, había conocido a los iñiguistas en París y al principio les fue hostil, antes de convertirse en su hombre en Italia; que Torres, Nadal y Miona se encontraron con los iñiguistas en París tras haberlos conocido en Alcalá, aunque mantuvieron durante mucho tiempo una actitud de reserva, si no ya adversa, frente a ellos, antes de unirse a la Compañía en el clima del optimismo surgido a consecuencia de sus primeros éxitos”. Aunque no todo ocurría de esta forma tan complicada; ya que en el caso de Francisco de Javier cuando buscaba compañeros que le siguieran hacia las Indias Orientales, los consiguió con relativa comodidad entre sus antañonas amistades de la Universidad parisina: “Somos ya seis -escribía el 22 de octubre- todos conocidos de París, sino Don Pablo y Manuel de Santa Clara”. Siendo los indicados becarios portugueses del colegio de Santa Bárbara. Todo este complejo proceso va evolucionando, lento al principio, pero de forma segura, hacia esa maquinaria casi perfecta que fue la Compañía de Jesús en sus inicios. La habitual inteligencia jesuítica compararía aquellos cambios, desde la hostilidad hasta la adhesión, de muchos de estos novicios primigenios, como lo relativo a la conversión de Saulo de Tarso en San Pablo ‘el apóstol de los gentiles’. La inicial hagiografía de la Compañía de Jesús ha utilizado, muy profusamente, esta comparación interesada, esquemáticamente simplista y dramática a la par. Esta evolución de los adversarios hacia ser jesuitas se produjo tras una encarnizada batalla, en la que el primer prepósito general de Compañía de Jesús se enfrentó a sus enemigos, exigiendo que se le juzgase y se le hiciera la pertinente y obligada justicia. Estamos, por consiguiente, ante un libro magistral, de lo mejor que he tenido en mis manos, sobre la orden religiosa de ‘los buenos padres’.

A su llegada a Lisboa, Francisco Javier y Rodrigues fueron recibidos por el Rey y la Reina, que se informaron sobre los inicios de la Compañía y les preguntaron acerca de las persecuciones de que habían sido víctimas en Roma. ‘Mucho se holgaron de saber cómo se manifestó la verdad de lo que nos imponían. Desea mucho Su Alteza ver la sentencia que se dio en nuestro favor”. Sentencia favorable o no, la única loa, gloria y blasón de estos primeros jesuitas fueron conseguidas por el ejemplo apostólico de aquellos hombres voluntariosos por antonomasia, y que ya llevaban en su genética religiosa, el que llegarían a ser la avanzadilla del catolicismo, siempre AD MAIOREM DEI GLORIAM. En suma una obra sobresaliente, que recomiendo sin ambages, y merecedora de la mayor de las suertes literarias; para todos aquellas personas que deseen conocer la evolución de los jesuitas en las Españas y, desde ahí, hacia el total del planeta Tierra. ¡Extraordinario volumen! «Fremitu iudiciorum basilicae resonant.ET. Non videre, sed esse».

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