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"Judíos y conversos en el Reino de Castilla. Propaganda y mensajes políticos, sociales y religiosos (siglos XIV.XVI)", de Rica Amran

Editorial Junta de Castilla y León
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
domingo 18 de octubre de 2020, 00:55h
Judíos y conversos en el reino de Castilla
Judíos y conversos en el reino de Castilla
Estamos ante una monografía magnífica realizada como Inédito, con la finalidad de que la profesora Amran pudiese acceder a la obtención de una cátedra, y realmente la calificación es merecida. Pero, debo realizar una microscópica crítica, debería haberse acercado a los judíos y conversos asimismo en el Reino de Lleón-León, ya que las dos entidades deberían ser iguales; aunque, no obstante, bien está lo que bien acaba.

Su primera aproximación la realiza con la aparición de los hebreos en la Península Ibérica, que ella indica que pudiera ser el siglo I y por motivos meramente comerciales, instalándose en la futura Sefarah de forma variable e intermitente. Tras la conversión al catolicismo (año-589) del rey Recaredo I el Grande, se comienza a gestar el axioma cuius regio, eius religio, y su situación se torna ya incómoda, por lo que la hostilidad hacia los arrianos y hacia los judíos empieza a hacerse palpable. El hijo de Leovigildo es el máximo defensor de la unión de ecclesia y regno. El poder ya es teocrático y el soberano es su máximo adalid. El mayor problema para los judíos se produce con el ascenso al trono de Toledo del rey Sisebuto (612-621), quien decreta una severa persecución y declara ilegítimas las uniones mixtas. “Julio de 612, en la cual las parejas debían separarse en caso de que la parte ‘infiel’ rehusara su conversión al cristianismo, con penas de exilio y confiscación de bienes; si caían en la ‘tentación’ de su judaísmo ancestral, se estipuló que fueran castigados con azote público, la afrenta de la decalvación y convertirse de por vida en esclavos”. Los sucesivos concilios toledanos adoptan una política ambigua sobre los conversos, pero se crea la idea de que son “malos cristianos”.

En este estado de cosas, los judíos acogieron a los mahometanos de Tarik y de Muza, tras la batalla de Guadalete del año 711, como auténticos liberadores. El khalifa Abd Al-Rahman III tendrá como médico y embajador plenipotenciario al judío Hasday ibn Shaprut (910-970). Pero, con la llegada de los fanáticos almorávides (1086-1146), se inicia la persecución de la minoría hebrea como consecuencia de las reformas religiosas que proponían esos norteafricanos. En el año-1085 las tropas leonesas del rey-emperador Alfonso VI de León toman Toledo, dando un nuevo pequeño empujón a las taifas. Entre 1146 y 1232 serán unos nuevos fanáticos sarracenos los que lleguen a las Españas, son los almohades, que desean retomar el dogma de la religión islámica. Tras el año 1232, y hasta el 1492, con la toma de Granada por los Reyes Católicos, los hebreos se refugiarán dentro de dicha ciudad, donde crearán una importante judería, hasta que este reino sea engullido por la Corona de los Reinos de León y de Castilla.

Los musulmanes los considerarán como “gentes del Libro o dimmíes”, relativamente protegidos, pero fiscalizados en impuestos y en la forma de vestir. “No podían utilizar determinados tipos de tela, como la seda, o emplear el hilo de oro. Tampoco se les permitía montar a caballo”. En la página 27 comienza el estudio sobre el Reino de Castilla, y el error es un desideratum, ya que se cita, mutatis mutandis: “Alfonso VI de Castilla crea unas condiciones de seguridad para la minoría, lo que atraerá a un buen número de judíos a su reino… Esta política sería continuada con posterioridad por los diferentes reyes de Castilla… Alfonso VII confirmó los fueros concedidos por Alfonso VI en 1101, y bajo Alfonso VIII…”. En un párrafo se cometen errores de bulto uno tras otro. En primer lugar, ALFONSO VI no es rey de Castilla, este es un territorio total y absolutamente dependiente de León, el monarca legionense firma siempre como Rey de León, luego de León y de Toledo, y por fin Emperador de Todas las Españas; salvo que la diplomatura del propio rey sea errónea. No existen solo reyes de Castilla, sino de León y de Castilla o viceversa.

Por supuesto Alfonso VII [EL REY ALFONSO VII EL EMPERADOR DE LEÓN", Dr. José María Manuel García-Osuna y Rodríguez. Cultural Norte] es rey-emperador de León, y así se corona en León; en su Crónica Adefonso Imperatoris se cualifica como rey de León en 41 ocasiones, nunca de Castilla, territorio dependiente de León. Existe un texto de Sancho II de León y de Castilla que dice: “Imperante yo el príncipe Sancho en Burgos, y mi hermano Alfonso el emperador en León”. El hecho más importante y notorio de los judíos en los Reinos de León y de Castiella es indudablemente su expulsión en 1492, errónea claramente, ya que los que salieron ocupaban lugares sociales, económicos, científicos y culturales de raigambre; y, además, incrementó la desconfianza de los cristianos viejos hacia los conversos o cristianos nuevos que se quedaban y se convertían a la religión del Cristo-Dios. Sobre ellos seguiría cayendo todo el peso de la vigilancia del Tribunal del Santo Oficio.

La cuestión judía tomará visos de gravedad cuando un infante leonés y luego rey de Castilla y de León, Fernando III el Santo apoye la denominada Concordia de Toledo firmada por el navarro arzobispo metropolitano toledano, taimado y astuto como pocos, castellanista a ultranza, y que fue Ruy Ximénez de Rada, manipulará al papado y a los propios hebreos, no perjudicando en ningún sentido a la diócesis de Toledo: “Que todo judío que viviera en la diócesis toledana, de unos veinte años de edad, pagase anualmente, un sexto de aureo al arzobispo”. En suma, creemos que este libro merece parabienes y fortuna en su devenir vivencial, correcciones inevitables al margen. Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?

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