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"Plaza del Castillo", de Rafael García Serrano

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
Plaza del Castillo
Plaza del Castillo
El periodista y escritor Rafael García Serrano publicó en 1951 quizá su obra más conocida, "Plaza del Castillo", que recientemente ha reeditado la editorial Homo Legens, en un trabajo encomiable para dar a conocer obras fundamentales y clásicas de nuestra literatura y también de la literatura universal. La editorial ha optado por salirse de los caminos trillados de la actualidad y dar a conocer un compendio muy sugerente de las obras de todos los tiempos.

Rafael García Serrano es un autor que merece ser leído y recordado, porque su literatura y su forma de escribir es imperecedera y aún más, diría que actual. Este escritor falangista fue una espina clavada en el régimen franquista, pese a ello la obra ganó el año de su publicación el Premio Nacional de Literatura de Francisco Franco, obviando los problemas que tenía continuamente con la censura y que algunas de sus obras no conseguirían sortearlas hasta después de la muerte del dictador.

García Serrano no colaboró directamente con José Antonio Primo de Rivera, ya que el autor vivió en Pamplona hasta que se desplazó a Madrid para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Central y además era muy joven en aquellos años del miedo y la persecución. Serrano es uno de los escritores más representativos de la literatura falangista y "uno de los únicos que no dejó nunca de tomar como referencia los valores puros del pensamiento nacionalista, tal como se concebían durante la Guerra Civil Española", señala el profesor de la Universidad de Caen en Francia, Luis Negró Acedo en su libro Discurso literario y discurso político del franquismo.

En dicho texto, ese profesor hace un estudio crítico y mal fundamentado de una serie de escritores que, aunque ideológicamente puedan ser criticados, no así en su estructura formal y literaria, que es impecable en la mayoría de ellos. Negró critica los libros de Serrano, Eugenio o la proclamación de la Primavera, su primera obra, y La fiel Infantería, pero no se atreve con Plaza del Castillo, quizá porque no la encuentra defectos estilísticos. De ambas obras dice que su estructura es simplista y sin ninguna línea argumental. Los mismos defectos que me atrevo a señalar de su libro y de su pensamiento.

Evidentemente no se atreve con Plaza del Castillo porque es una obra innovadora. En primer lugar, es una obra coral; años después Camilo José Cela nos dejaría una novela de estructura parecida con La Colmena, novela coral donde numerosos personajes aparecen en la trama para dar una visión amplia y objetiva de una realidad que no se puede obviar. En el caso de Serrano, la novela discurre en catorce días, desde el 5 de julio de 1936 al 19 del mismo mes. El autor aprovecha esos días para retratar, con la precisión de un fotógrafo, un compendio de personajes dispares que nos da un fresco fiel y real de la España de aquel doloroso año.

Pero, sobre todo, la imagen de una ciudad que se prepara para unas fiestas, las de San Fermín, que lo son todo para esos pamplonicas que viven su fiesta, la más original, probablemente, del mundo, que escritores extranjeros han esbozado en sus obras pero siempre desde fuera, desde un objetivo que observa, pero no participa. García Serrano, participa, corre los encierros y siente el aliento de los toros en su cogote, al igual que siente el aliento de sus compatriotas de uno y otro bando porque, aunque sean amigos o enemigos, todos eran españoles.

Esto lo reflejan muy bien los autores de sendos prólogos en sus escritos, José María Domench García y su hijo, Eduardo García Serrano. Ambos señalan un pasaje épico de la novela donde uno de los protagonistas le dice a otro refiriéndose a un republicano: "De ese me encargaré yo". Y la respuesta es rápida y concisa: "Tú no. Tú le odias. No podemos odiar a nuestros enemigos. Mañana hemos de vivir con ellos". Este es, ni más ni menos, el pensamiento del autor que, escrito en 1951, demuestra una valentía rayana con el heroísmo. No había muchas personas que se atreviesen a escribir algo parecido. Por eso García Serrano fue una persona de principios que escribió lo que quiso y como quiso, anteponiendo sus ideas a todo lo demás.

En segundo lugar es una obra original, ya que pese a ser coral, el verdadero protagonista es la Plaza del Castillo de la ciudad, el centro neurálgico donde se concita la vida pública, donde viven unos Sanfermines que darían paso en breves días a la guerra civil. En Pamplona, los rebeldes se sublevaron casi de forma pacífica, los republicanos huyeron rumbo a Francia o a San Sebastián el mismo día que se produjo la sublevación. En los días en que transcurre la novela vemos cómo se van preparando los nacionalistas para la guerra. Una guerra anunciada que no supieron ver y que alimentaron de forma cruel los responsables de las quemas de iglesias.

Y todo esto a un son costumbrista, con música de pasodoble y marcha militar, lo que nos da un fresco de una sociedad peculiar y que sabía que el derrotero que había tomado el gobierno no era el correcto. Vemos cómo las tropas rebeldes se levantan y se preparan para una conquista que iba a durar mucho más de lo que creían y van a la guerra como si fuesen a una romería, como si fuese algo que se podría solucionar en cuestión de días.

Ese era el sentimiento, y eso es lo que refleja el autor, el sentimiento de los protagonistas que describe con trazos atinados aunque escasos y lo hace así porque el verdadero protagonismo lo tiene la plaza. A ésta si la describe con detalle, con minuciosidad, con parsimonia, recreándose en los más mínimos detalles y en la personas que viven alrededor de ella, del periodista amateur que va a su aire, de la pensión donde las empañadillas son el arte culinario más excelso del mundo, donde las piculinas conviven con unos clientes borrachos y antojadizos, donde los jóvenes viven los encierros y las relaciones amorosas con devoción, ya que la pasión en aquellos años era prácticamente imposible reflejarla.

Y así, una multitud de personajes, militares de ambos bandos, vicetiples de revistas, tertulianos de café y demás fauna hispánica, que nos dejan un retrato de una sociedad que días después iban a vivir la amargura de una guerra fraticida, de una guerra entre amigos, que terminaron odiándose y que hicieron todo lo contrario de lo que al visionario autor le hubiese gustado. Estamos pues ante una novela de lectura obligada para comprender una parte dolorosa de nuestra historia, pero eso sí, escrita de una forma amena, con gracejo castizo y lo más objetiva que una censura miope permitía.


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