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"La noche de los tiempos", de Antonio Muñoz Molina

Crisol de la Guerra Civil Española
Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
La noche de los tiempos
La noche de los tiempos

Antonio Muñoz Molina ha escrito su mejor obra por el momento. "La noche de los tiempos" es una novela monumental sobre el amor, la guerra civil española y los sentimientos humanos. Es una obra que se ha de leer de forma reposada, despacio, disfrutando de las descripciones, de las situaciones, de los diálogos, sin prisas, igual que se bebe un buen whisky de malta y no como se ingiere con prisas un refresco con burbujas.

La contraportada del libro lleva a equívocos cuando señalaque ésta es una gran novela de amor ambientada en el año previo al inicio de la guerra civil. Esta novela no es una novela de amor, la historia amorosa del protagonista Ignacio Abel con la norteamericana Judith Biela ocupa pocas páginas; mucho más ocupa el recuerdo de esa historia de amor: los pensamientos de Abel sobre ella, sobre como disfrutaba con ella, sobre como vivía para ella, pero los acontecimientos anteriores al inicio de la contienda, el intento de suicidio de la mujer de Ignacio Abel rompe una historia que se iba anquilosando con el tiempo.

Ignacio Abel, arquitecto de profesión, director de las obras de la Ciudad Universitaria de Madrid, cuarentón, socialista, vivía una vida gris y apacible, dedicado a sus proyectos y a cuidar de una familia que no le llenaba plenamente. Al conocer a Judith, una joven americana, su vida sufre una explosión de sentimientos. El comienzo de la guerra fraticida estalla en sus vidas y encaminan sus pasos hacia Estados Unidos. Una a reencontrarse con su madre enferma, otro a dar clases de arquitectura a una universidad estadounidense. Así acabarían los ocho meses de encuentros furtivos y desencuentros personales. La relación que dura ocho meses termina de forma abrupta. Abel primero la añora, después la siente como una extraña para, a continuación, en el reencuentro, convertirse en una persona ajena a la que no reconoce pero que se porta con ella con infinita generosidad.

Escrita en tercera persona, el narrador realiza descripciones panorámicas de los lugares y las cosas, pero radiografía a las personas, sus sentimientos, pasiones y obsesiones. Sólo en unas cuantas ocasiones, no más de seis, el narrador se muestra cercano a los protagonistas y los describe como si los viera de cerca, como si fuese un amigo que está contando sus vidas. Es literatura en estado puro, con párrafos largos y descripciones meticulosas y perfeccionistas, con un afán de captarlo todo.

La novela, en su trama, avanza lentamente, volviendo, con recuerdos, a hechos ocurridos anteriormente. El millonario americano Philip Van Doren que le ofrece a Abel la posibilidad de ir a América, personaje pragmático, pero a la postre hada madrina del arquitecto, en una de las conversaciones entre ambos, le reconoce que "carezco de habilidad de contar algo", ¿trasunto del autor?, creemos que sí, puesto que Van Doren expone unas opiniones que bien las podría haber dicho Muñoz Molina o quizá nos equivoquemos.

En la obra, el narrador se muestra crítico con los dos bandos, con el bando rebelde por su crueldad con el enemigo, pero también con el bando republicano, con los intelectuales, con los políticos, con los anarquistas. El protagonista, Ignacio Abel, socialista, militante de la UGT y del PSOE, también se vuelve crítico con los suyos, por la escasa habilidad de los políticos, por su tardanza en organizarse y por la crueldad de la FAI, y anarquistas en general, que no discierne entre amigos y enemigos.

En la novela se van mezclando personajes históricos con personajes de ficción. Juan Negrín, conocido del protagonista, toma verdadera relevancia en el desarrollo de la novela, y es el personaje histórico mejor parado, por su actividad, por su inconformismo y por su optimismo. A otros personajes como Largo Caballero los coloca en su justa mediocridad, en su justo lugar histórico como hace con los numerosos intelectuales que se pasean por la novelas. Bergamín, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset. A unos los describe en sus trabajos a favor de la liga de los intelectuales, a otros en sus ansias de huir de un país en llamas donde la sinrazón y la violencia campan a sus anchas. "La razón y la justicia no se imponen matando", dice el protagonista casi al final de la obra, cuando desnuda su corazón a Judith, cuando la cuenta sus intimidades, sus contradicciones, cómo ha estado a punto de morir fusilado en una vulgar saca y es salvado en el último instante, cuando le cuenta el miedo que ha pasado que le ha hecho sacar lo peor de él mismo y lo cuenta sin avergonzarse, con un sentido de la supervivencia que tiene como último objetivo el reencuentro deseado que no sabe si podrá llegar a realizarse.

Antonio Muñoz Molina escribe certero, escribe con valentía desde la lejanía, desde su Nueva York, y la distancia la refleja en su escritura, tratando a ambos bandos por igual, sin distinciones, cuando describe a unos alzando las manos abiertas al cielo y otros saludando con los puños cerrados. La escritura de su pluma va dando paso al bisturí que disecciona personajes y acontecimientos. Personajes culturales y vulgares de la República, que describe en sus contradicciones, en sus intimidades. Hasta que al final de la obra pone en boca del protagonista palabras crueles para los que luego serían los vencidos: "hemos cometido tantas barbaridades y tantas estupideces que no nos merecemos ganar", tiene razón, pero se queda corto: ambos bandos cometieron tantas barbaridades y tantas estupideces que no mereció ganar ninguno de los dos.

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