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“La ventana daba al río”, de Rafael García Serrano

Por Javier Velasco Oliaga
jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h
La ventana daba al río
La ventana daba al río
El escritor y periodista navarro Rafael García Serrano publicó en 1963 su novela "La ventana daba al río" que ahora publica la editorial Homolegens en una cuidada y acertada reedición, donde el autor nos muestra un pasaje histórico realmente tenebroso que protagonizaron unos empresarios franceses sin escrúpulos.
El título de la obra lo dice todo; las ventanas de muchos caseríos daban al río que sirve de frontera con Francia, y desde esas ventanas, en el verano del 1936, se podía ver la guerra, los movimientos de tropas nacionalistas y republicanas. Afortunadamente ese tiempo fue más breve de lo que les hubiera gustado a esos empresarios y propietarios de caseríos, ya que el avance de las tropas franquistas pronto llegaría a Irún, lo que conllevó el cierre de la frontera con Francia y así el tráfico de armas que el gobierno francés, en un falso pacifismo, realizaba.
Y este triste episodio, Rafael García Serrano, lo cuenta con gracia, con ironía y a la vez con tristeza y para ello se vale de unos cuantos personajes, que va presentando paulatinamente y que coinciden en un caserío de la localidad francesa de Biriatou. Primero describe a Tomás Llompart, un empresario valenciano de éxito, acostumbrado a correrse juergas en Francia con señoritas de compañía, empeñadas en sacarle todo el dinero que puedan. Una de esas juergas le hace llegar hasta el caserío donde después de pagar un estipendio tenía derecho a habitación con vistas a la guerra y uso de prismáticos. Este empresario, amante de la juega, de las mujeres, nocherniego y bebedor, entiende la vida como una continua diversión y el dolor de sus compatriotas, sean del bando que sean, le importa un carajo y da una visión frívola de unos acontecimientos trágicos, no exentos de humor y crítica hacia unos políticos que empujaron y forzaron unos acontecimientos crueles en la mayoría de los casos.
Después describe a Michele, una joven francesa, que ajena a esos acontecimientos, la casualidad la empuja a vivir unas situaciones que nunca habría imaginado. Una noche en el casino de Biarritz conoce a un joven español al que ayuda a llegar hasta la frontera en una excursión contratada para ver esa guerra que a ella le resultaba totalmente ajena y extraña pero que al final la marcaría como a todos los que vivieron esos tiempos de hierro.
Finalmente aparece Alberto, joven políglota, estudiante en Londres, que al comienzo de la guerra decide viajar a Francia para dar el salto a España para unirse a las tropas rebeldes. En Paris conoce a un español afincado allí, escéptico con nuestra guerra, que sólo entiende del placer humano y banal, y que intenta exponer la situación del país de forma que él pueda aprovecharse de ese joven idealista que no se deja convencer por un batiburrillo de ideas seudo libertarias y progresistas.
Todos estos personajes se unen en ese triste caserío donde la mezquindad de unos, las ganas de pasarlo bien de otros y el idealismo del protagonista se enfrentan en un cuadro perfectamente descrito por el autor, donde su técnica periodística en la descripción de personajes y paisajes se une a su técnica literaria en la descripción de emociones y sentimientos, algunas veces encontrados, donde triunfa el idealismo y el valor.
La similitud que se mantiene entre el personaje y el autor se muestra evidente, aunque no relate pasajes por él vividos, pero sí pasajes que conoce muy bien, de primera mano; como navarro, conoció perfectamente lo que al otro lado de la frontera se cocinaba; como falangista, estudiante y alférez profesional supo lo que la guerra suponía y la vivió en primera persona. Esa experiencia la refleja en varios pasajes donde el miedo está a flor de piel y destila lentamente por cada poro de su cuerpo.
El autor hace un retrato cruel y sensato de la Guerra Civil española y lo hace escribiendo la obra en tercera persona para dar la suficiente lejanía para que el lector pueda hacerse su propia opinión. Presenta a los diversos personajes, describiéndolos con trazos finos, utilizando un humor que en ocasiones nos recuerda a Enrique Jardiel Poncela, pero con la hondura de un narrador que ha vivido, en cierta manera, lo que cuenta.

Su lenguaje resulta moderno y actual, como si la obra estuviese recién escrita, por lo que el paso del tiempo no sólo no se nota, sino que realza el valor de una obra que se revaloriza constantemente con el tiempo y que forma parte de su célebre trilogía de la Guerra Civil formada por Plaza del Castillo y La Fiel Infantería. Uno de los protagonistas de la novela señala en un pasaje de la obra que “no me gusta estar de moda por una guerra”. Nuestra Guerra Civil sigue estando de moda y este libro contribuye a ello por lo que cuenta y por cómo lo cuenta.


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