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LA PLAYA DE LOS AHOGADOS de Domingo Villar el nuevo caso del inspector Leo Caldas

jueves 23 de octubre de 2014, 13:23h


Por Felipe Velasco

En La playa de los ahogados de Domingo Villar, vuelve, en esta segunda y esperada entrega, el detective gallego de Ojos de agua (Siruela, 2006) Leo Caldas. Una mañana, el cadáver de un marinero es arrastrado por la marea hasta la orilla. Si no tuviese las manos atadas a la espalda, Justo Castelo sería otro de los hijos del mar que encontró su tumba entre las aguas mientras faenaba.


Pero el océano nunca ha necesitado amarras para matar. Sin testigos ni rastro de la embarcación del fallecido, el lacónico inspector Leo Caldas se sumergirá en el ambiente marinero del pueblo, tratando de esclarecer el crimen entre hombres y mujeres que se resisten a desvelar sus sospechas y que, cuando se decidan a hablar, apuntarán en una dirección demasiado insólita. Un asunto inoportuno para Caldas, que atraviesa días difíciles: Alba ha vuelto a dar señales de vida, el único hermano de su padre está gravemente enfermo y su colaboración en el programa de radio se está volviendo insoportable.

Ésta es la segunda novela de Domingo Villar; mismos personajes, Leo Caldas, Rafael Estévez… y en esta ocasión el hilo conductor es la aparición de un marinero ahogado, Justo Castelo, con las manos atadas… todo indica que se trata de un suicidio.

Pensando que Domingo, como hizo en la anterior novela, habría dejado pistas a lo largo del libro, el lector va sospechando de casi todos los personajes, incluso hasta en las últimas páginas, donde ya parece que vislumbras el final, éste es sorprendente.

Las idas y venidas a Panxón, hacen que acabes conociendo el pueblo, al igual que las calles de Vigo, la taberna de Eligio, su menú variado… en definitiva un libro ameno de leer, donde también hay espacio para la sonrisa a través de las situaciones de Rafael Estévez. Y muchos pequeños detalles, el percebeiro y la reacción de Caldas, el libro de idiotas, el hombre al que siempre paraban los municipales…

Villar es un gallego que ama su tierra y que, como tal, describe en sus novelas el ambiente, la lengua, las costumbres, la gastronomía y hasta el carácter contradictorio -o más bien ambiguo- de las gentes de Galicia. La ironía un poco melancólica y "distanciada" es otra de sus características, como nos revela el carácter de Leo Caldas, un comisario de policía nada convencional que enciende un cigarrillo tras otro y que se nos muestra algo inseguro y bastante lacónico.

A lo largo de la obra es inevitable que nos surja una pregunta: ¿Qué significan los encabezamientos de los diferentes capítulos? A primera vista parecen definiciones de palabras sacadas del diccionario, pero luego descubrimos que esas definiciones, aparte de exactas, abarcan acepciones que van más allá de lo literal y entran en lo metafórico, lo psicológico o lo abstracto.

Además, la palabra en cuestión siempre tiene algo que ver con el capítulo correspondiente, porque, en efecto, siempre aparece en un momento clave del discurso para mostrar una actitud, una circunstancia o una emoción. Con ello el autor parece sugerirnos la multiplicidad casi infinita del lenguaje y su capacidad para conformar la realidad en cualquier dirección, tal y como hace la novela policíaca.

En definitiva, una novela más madura que la anterior, donde ha ido incluyendo aspectos más personales de Leo Caldas, la relación con su padre, con Alba, su trabajo en la emisora, sus manías… todo ello hacen del personaje de Caldas alguien cercano, real y creíble.

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