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Graciela Perosio
Graciela Perosio

Entrevista con la poeta argentina Graciela Perosio: “La distancia entre lo que se quiere lograr al escribir y lo que realmente se puede, es infinita siempre”

domingo 14 de abril de 2019, 19:53h
Graciela Perosio nació el 14 de junio de 1950 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Egresada en 1972 de la Facultad de Historia y Letras de la Universidad del Salvador, ejerció la docencia universitaria y dirigió el Departamento de Extensión Cultural del Instituto de Cultura Religiosa Superior.
La varita del mago
La varita del mago

En 1995 obtuvo la Beca Nacional de Investigación del Fondo Nacional de las Artes, para estudiar la obra del poeta argentino Carlos Latorre. Entre 1982 y 2014 ha publicado los poemarios “Del luminoso error”, “Brechas del muro”, “La varita del mago”, “La vida espera”, “La entrada secreta”, “Regreso a la fuente”, “Sin andarivel” y “Balandro”. De sus trabajos de investigación citamos “Olvido y reminiscencias en ‘Los pasos perdidos’” en “Historia y mito en la obra de Alejo Carpentier” (1972); “Ricardo Rojas. Primer profesor de literatura argentina” en “Capítulo. La historia de la literatura argentina” (en colaboración con Nannina Rivarola, 1980); “La profesionalización de la crítica literaria” (selección, prólogo y notas, C. E. A. L., 1980). Permanecen inéditos “Juan Rulfo y la cultura de la pobreza”, “Los libros finales de Alfonsina Storni. Reformulación del deseo”, “La poesía de Norah Lange. ‘Un rosario de cuentas blancas’”, etc.

En parte porque descubrí www.familiaperosio.com.ar es que te propongo que nos cuentes sobre ella, la nuclear, tu niñez, tu educación, tu inserción universitaria, la familia actual…

GP — Hay dos sucesos trágicos que marcaron mi vida: el suicidio de mamá y el secuestro, tortura y asesinato de mi hermana Beatriz. Beatriz era tres años mayor que yo y fue Presidenta de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires y de la Federación de Psicólogos de la República Argentina. Un grupo de tareas de la Dictadura la secuestró el 8 de agosto de 1978 y creemos que fue asesinada no mucho tiempo después. Cinco años antes, mamá se había suicidado. En la última charla que mantuve con mi vieja, apenas elegido Héctor Cámpora como Presidente de la República, me había dicho: “¿Sabés qué va a pasar ahora? Los militantes van a salir a la superficie y los otros van a anotar en sus libretitas. Y después los van a matar a todos. Tu hermana de ésta, no pasa… Y vos tenés que sobrevivir. Porque alguien tiene que contar cómo fueron las cosas. Yo, me hago cargo de cómo las eduqué, pero no tengo resto para bancar lo que viene. No soy la Virgen María para quedarme esperando que me entreguen el cuerpo.” Y efectivamente aún hoy no hemos recuperado los restos de mi hermana, ni siquiera tenemos certeza del momento y modo de su muerte.

Ahora sí te puedo contar otras cosas… Tanto la familia de mi madre como la paterna provienen de la región de Liguria, en Italia. Mis dos abuelos se dedicaron a negocios vinculados a la comida. Mi abuelo paterno junto con papá fueron propietarios del Restaurante “Perosio”, que funcionaba en Suipacha y Diagonal. Un lugar muy tradicional del centro porteño, frecuentado por personalidades de la política, la cultura, las artes, el deporte. Adolfo Bioy Casares lo menciona en su “Diccionario del argentino exquisito”.

Por parte de mi abuela materna estoy emparentada con Benedetto Croce [1866-1952], cuya existencia, de chica, consideraba una leyenda, su propio nombre y más aún el de su hermana —Santa Croce— me hacían pensar en una invención de mi vieja que era una bromista irredenta. Entonces una tarde, bastante ofendida, me leyó la biografía de Croce en la Enciclopedia : “Ahora vas a ver si es un invento mío.” Así terminó con mi desconfianza. También Croce sufrió momentos trágicos de pérdidas familiares. A los dieciséis años, en un viaje a Ischia y a consecuencia de un terremoto, pierde a su padre, a su madre y a su hermana. Él mismo es rescatado después de pasar varios días bajo los escombros… En fin, otra historia de sobrevivencia.

Tanto mi hermana como yo nos educamos en un colegio de monjas y la familiaridad con las enseñanzas evangélicas y con la figura de Jesucristo nos iba a marcar hondo. En mi niñez, ante un mundo que se me antojaba hostil, fui hipersensible, buscaba refugio en un universo de fantasía: dibujaba, bailaba, componía canciones que repetía hasta aprenderlas de memoria, porque aún no sabía escribir. Después, mi hermana me enseñó. Estudié danzas españolas, algo común en esos años, e integré la Compañía de Marisabel. Bailé en el Teatro “Cómico” de la calle Corrientes, y en el “Casino”. Las disciplinas corporales —la danza, la gimnasia artística, el yoga, el taichí— me acompañaron y ayudaron a lo largo de toda mi vida. Para subsistir en Argentina hay que ser realmente acróbata. Tengo un poema inédito sobre este tema.

Cuando llegó el momento de ir a la Universidad, quise entrar a la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, pero la Dictadura de Juan Carlos Onganía la mantuvo cerrada a partir de la acción represiva del 29 de julio de 1966, conocida como la “Noche de los Bastones Largos”, que significó el alejamiento para muchos intelectuales, no solo de la cátedra, sino del país. Opté entonces por asistir a la Universidad del Salvador, con el propósito de cambiarme después, pero por las diferencias de programas resultó imposible. Me recibí a los veintidós años. Había empezado a enseñar desde el segundo año de mi carrera como Auxiliar Docente en la Cátedra de Filosofía de Agustín De la Riega. Podrás imaginarte lo doloroso que resultó, cuando, ya nombrada y rentada en la Universidad de Buenos Aires, perdí mi puesto por la Intervención de Alberto Ottalagano, que nos echó a todos. En la UBA, por fin en la universidad pública, me había integrado a la Cátedra de Literatura Colonial Argentina, cuyo titular era Ángel Núñez —acaso recordás que nos invitaste a ambos en 1999, a leer poemas en el Ciclo “Nicolás Olivari”—. Con su adjunta, Nannina Rivarola, que se convertiría en amiga entrañable, escribimos después algunos trabajos para la Historia de la Literatura Argentina que publicara el Centro Editor Latinoamericano. Pero nunca más volví a retomar la docencia universitaria. Como también te imaginarás, tampoco volví a bailar en la calle Corrientes. Aunque quién te dice, todavía… (Risas.)

En la Biblioteca Popular de Martínez, durante 1979, empecé a coordinar los talleres de escritura que había fundado Nicolás Bratosevich. “Las Voces”, mi taller de creatividad, había tomado forma a instancias de mi hermana Beatriz y su primera sede fue el Jardín de Infantes que ella dirigía y que se cerró a consecuencia de su secuestro. Continué con esta actividad en la Biblioteca y después pasé a hacerlo en mi casa en la provincia de Buenos Aires, en la localidad de Florida.

Me había casado a la misma edad que me recibí, y de ese matrimonio que duraría quince años, nacieron mis dos hijos, Lucas y Milagros. Lucas está casado y es padre de Laura y Gael. Él eligió la carrera de Historia y se licenció en la UBA. Milagros pinta y publicó el poemario “(queda entre nosotros)” (Milagros King, Editorial Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 2006).

Y vos ¿qué te acordás de tu primer libro? Hablemos de tus libros.

GP — En los ochenta ni me imaginaba que la escritura de poesía se convertiría con el tiempo en mi actividad principal. Pensaba, en cambio, que en algún momento iba a reanudar la tarea académica, pero sentí que tenía que sacar un libro como respuesta a la Dictadura, una forma de afirmar que seguía viva. Entonces, bastante a las apuradas, reuní un grupo de textos escritos sin la menor idea de ser publicados, escritos muy íntimos ¿entendés? Así nació “Del luminoso error”, que es del 82. Aún así y con toda su desprolijidad, rescato de ese conjunto visceral, alguna página como “Lluvia”, en cierto modo un autorretrato válido.

Siguió “Brechas del muro” de 1986 (mi hijo decía que yo publicaba para los mundiales de fútbol), con un poema dedicado a Beatriz. Mucho tiempo después de la edición tomé conciencia de que lo había concebido a partir de un encargo que ella me había hecho en vida. Me pidió un texto que expresara los sentimientos de un preso político, algo para una revista militante. Y la verdad, no me salía, quedaba panfletario, obvio, no lo pude resolver en aquel momento. Y después terminó por darse este texto que surge casi como jugando, alrededor de un verso de Alejandra Pizarnik. Se difundió por primera vez en “Punto de Vista”, y toda la revista estuvo ilustrada por Luis Felipe Noé. Yo ya venía trabajando con la obra de Noé, pero allí decidí conocerlo personalmente. Una figura magistral, de fuerte ascendencia sobre mí y cuya pintura va a seguir generándome escritos. Mi libro posterior, “La varita del mago”, es una reflexión sobre el vínculo entre las generaciones del ‘60 y del ‘70. Algunos poemas nacen de la visión de un cuadro de Noé y los otros parten de la lectura de un verso de Juan Gelman. La escritura y publicación de ese libro coincidió además con la disolución de mi matrimonio. Y operó como bisagra para separarme también de mi pasado, de los amados maestros, del heroísmo como forma de vida. Lleva una dedicatoria que me trajo más de un problema: “A los hombres del ‘60 por cuyas ideas mi generación puso el cuerpo.” Lo cual no pretendió decir que la generación del ‘60 no puso el cuerpo como se interpretó, sino que no es lo mismo dar la vida a los veinte años, cuando difícilmente tus ideas se puedan considerar cabalmente propias.

En 1995 se publica el poemario que ronda la figura materna y reflexiona también sobre el suicidio: “La vida espera”. Lo materno en sí mismo y la femineidad son temas que reaparecen de modo más sesgado en el quinto libro: “La entrada secreta”, un trabajo con mucha intertextualidad. Alude a las leyendas de la gesta artúrica, al imaginario celta. Aquí importa decir que para los chicos argentinos nacidos en los ‘40 y los ‘50 el imaginario celta, el rey Arturo y sus caballeros, personajes como Ivanhoe o el Príncipe Valiente fueron lecturas habituales. E integraban la famosa Colección Robin Hood que acompañó nuestra infancia. Con este libro inicio mi experimentación en las performances: se presentó en la Sala de Representantes de la Manzana de las Luces y leí el último poema, “Canto de alabanza”, desde el escenario a oscuras y con un único reflector sobre el atril donde estaba el libro. Concluida mi lectura, desde el fondo de la sala empezaron a oírse voces que cantaban los versos y que el público no podía ver. Un efecto “fantasmal” que resultó interesante. Hoy esta forma de presentar un poema se ha vuelto habitual pero en aquel momento fue novedosa y justamente por lo inesperado, causó mayor emoción en el público.

A “Regreso a la fuente”, mi sexto libro, la considero una obra aún irresuelta. Creo que debiera reescribirla, pero por ahora la voy completando con puestas en escena. Su escritura me sumergió en una investigación de la mística renacentista y los escritos de las academias italianas. Me apasionó la lectura de la “Hypnerotomachia Poliphili” (“Sueño de Políphilo”) atribuida a Francesco Colonna, aunque me acerco más a la tesis de Kretzulesco-Quaranta de que se trata de un texto colectivo cuyo compilador fue León Battista Alberti. Un texto en clave redactado por los humanistas de las academias. De alto contenido ecológico, en él se advierte el peligro de olvidar que provenimos del agua. Profetiza como especialmente riesgoso el momento en que nuestra civilización gire alrededor de las “fuentes negras de la muerte en las tierras donde se inició la humanidad”. Fijate que leí esto a mediados del 2002, faltaban pocos meses para que Estados Unidos invadiera Irak. Una coincidencia conmocionante.

Después vino “Sin andarivel”, donde se puede leer entre líneas mi incursión en la meditación budista. Después, “Balandro”. Y tengo inédito un poemario titulado “El privilegio de los años”.

El título del poemario inédito me da en el plexo. Ya lo quiero leer. Introito éste para solicitarte que nos adelantes algo sobre su estructura. Y, de paso, también sobre “Balandro”.

GP — El título “El privilegio de los años” lo tomo de la película “El maestro de música”. La esposa del maestro habla a la alumna joven, deslumbrada por su profesor, y le dice: “Usted tiene la ventaja de la edad, yo tengo el privilegio de los años”. Fijate que son expresiones que fuera de contexto pueden parecer sinónimas pero no lo son.

Por otra parte, para alguien nacido en los ‘50 y de mis ideas, haber llegado a los 63 en Argentina es un privilegio. Pero además, una —a fuerza de vivir y equivocarse— adquiere una mirada privilegiada sobre la vida. Ahora, me han preguntado si el título tenía que ver con la escritura y hay que decir que este privilegio no implica una facilidad mayor para escribir, porque a medida que se aprende el oficio también aumenta la exigencia, el desafío de lo que se pretende. La distancia entre lo que se quiere lograr al escribir y lo que realmente se puede, es infinita siempre.

El libro habla de estas cosas, de lo que cambia con los años y de lo que no. El ansia de amor no cesa, el abismo frente al otro no cesa. Nunca se sabe cómo cruzar la calle y comprender o hacerse comprender… También llegan las generaciones nuevas, el ser abuela y ver que en algunas cosas volvés a empezar, a acompañar el crecimiento de un niño, verlo asomarse al mundo, otro mundo, no el que sentiste tuyo. Inevitablemente comparás tu infancia con el ser niño de estos días y hay algunas coincidencias y también abismos de distancia.

En cuanto a “Balandro”, está dividido en dos secciones: “la necesidad de pintar” y “la necesidad de narrar”. La primera la integran poemas más breves, escenitas, cuadros. La segunda es una novedad en mi obra: aparece el poema largo narrativo. Se busca el sentido de ciertos acontecimientos del pasado. Una va tratando de armar un rompecabezas, descubrir el revés de la trama que se escribió con la vida. El título nombra la más pequeña de las embarcaciones a vela, un navío que Fabio Morábito en su contratapa, asocia a los naufragios, al transcurrir de los sobrevivientes.

“En este rincón” el romántico concepto de la “inspiración” para escribir (las Musas, “el espíritu”); y “en este otro rincón” Edgar Allan Poe, Plinio, Camilo José Cela, Uslar Pietri, o William Faulkner y su “He oído hablar de ella, pero nunca la he visto.” Los púgiles, cada uno en su rincón: los hemos presentado. ¿Por cuál te inclinás? O, ¿con quién más te identificás?

GP — Vos estás hablando de distintos personajes internos que intervienen en el acto creativo (y aquí sigo a Carlos Martínez Bouquet con su esquema de los seis personajes de la creatividad). Todos esos personajes son necesarios. Hay uno que es el que escribe, que a veces se conecta con el personaje del deseante y cuando ocurre eso, la persona no puede dejar de escribir, no le importa no ser Jorge Luis Borges, ni Miguel de Cervantes. Escribe, escribe, se devora el papel. Pero en el mejor de los casos esa fiebre pasa, si no las obras no tendrían límites (y cuando sucede es una “patología” grave). Cuando pasa, una examina el resultado sobre el papel y descarta, a veces todo, a veces salva un verso o un poco más y comienza el trabajo del personaje enemigo que se conecta con el amigo y entre ambos trabajan, corrigen, reflexionan. Hay otros modos de escritura, por ejemplo, vos estás leyendo y se te ocurre que ahí hay algo que te interesa, algo desde el pensamiento, una ocurrencia teórica, tomás notas, investigás. Puede pasar que en el proceso se desate el deseante y arranquemos de nuevo, pero también puede que no suceda y sea sólo un proyecto inteligente pero sin fuerza. ¿Por qué no tiene fuerza? Porque nació de un modo exclusivamente teórico, programático, racional. Y esto es así: cuando empezás con el deseo (la inspiración) después podés podar, pero cuando empezás desde lo programático y sin entraña es muy difícil insuflar en segunda instancia ese desborde del impulso. Éste es el problema más común que se me presentaba en el taller con las personas que venían de la Carrera de Letras. El crítico era tan fuerte que siempre le ganaba al deseo…, y cuando la crítica ya interviene limitando la gestación, la escritura no resulta vigorosa. Es como intentar educar un feto dándole palmadas, lo más probable será que abortes o que nazca deformado. Primero la criatura tiene que nacer. Cuando se inicia con un excesivo nivel de crítica, de inseguridad, de dudas, el camino es riesgoso. Al comenzar es bueno un poco de descontrol, hay que sentirse potente, entusiasmada, infinita y acto seguido decaer y ver la realidad de lo que quedó. En el medio, un sinfín de variantes, de consultas, de búsquedas, pero el sueño inicial ayuda y desespera porque una sabe que se acaba y hay que releer y enfrentarse a la verdad.

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Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Graciela Perosio y Rolando Revagliatti.

http://www.revagliatti.com/030623.html

Graciela Perosio
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