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Javier Olalde: "Extravagancia infinita"

Vitruvio, Madrid, 2019.

Por Ricardo Martínez
viernes 30 de agosto de 2019, 18:00h
Extravagancia infinita
Extravagancia infinita

Hay una invitación implícita –que es , también, una incitación implícita- en este libro de Javier Olalde que supone un reto distinguido para un lector atento e inteligente.

Una invitación por cuanto todo libro encierra una historia, un discurso, donde, inevitablemente, el protagonista – en más o en menos- es el propio lector. Ello justificaría lo que se ha venido manteniendo en el tiempo como razonamiento y significación: el lector lo que en realidad pretende es leerse a sí mismo. Le interesará el argumento, la historia, en la medida en que, de una manera más o menos velada, le implique a sí propio. Tal sería uno de los principios esenciales de la soledad innata del hombre.

Hay, a la vez, una incitación –derivada, en parte, de lo anterior, por cuanto, a sabiendas del secreto del interés del lector, el autor prepara un discurso con la mayor inexcusabilidad posible; ese lector atento e inteligente habrá de ver en el libro, necesariamente, un rastro, una sombra de su ser verdadero, alejado, tal vez, de la apariencia comprensiva y generosa hacia el tal lector.

Si uno lee, por ejemplo: “Impostura de logos: la razón/ imagina premisas que validan/ la fe obstinada de las sinrazones”, sabrá que esa sinrazón equivale a instinto, algo mucho más poderoso, en la vida, que la razón más edulcorada. O bien, si uno ‘escucha’ (dicho deliberadamente por el autor) “Nosotros somos accidentes del ser, seres temporales. Heidegger, el metafísico de la presencia del ser, no llegó más lejos. Además, tampoco hay ya adónde ir” Lo cierto, interiormente cierto, es que uno, el lector, siente que él pudiera ser muy bien ese aludido, esa soledad que se transporta por la vida con la mayor dignidad posible para no ser descubierto del todo por los demás, siempre al acecho.

Es así, pues, que considero que este libro es de una proximidad humana y una voluntad de diálogo que va mucho más allá de lo habitual; eso suele tener la poesía, que explora paisajes inusuales, pero donde, seguro, allí está o ha estado otro hombre.

Olalde, a través de un lenguaje muy purificado, muy consciente y elaborado, es como si se aproximase al lado de sombra de todo ser-lector, y lo hace además por partida doble: en la expresión contenida del verso, y en la expresión deliberativa de la coda o explicación en prosa, que no es sino complemento de la primera parte.

El libro es, pues, también, un ejercicio de honradez extraordinario por cuanto el autor se implica directamente, sinceramente, en el interior de cada hipotético lector para hablar desnudamente, en la intimidad; una forma de solidaridad, sin duda.

Como ejemplo más explícito creo que podríamos tomar como modelo el poema de la p. 15: Ontología breve. “Nada sucede, piensas./ Sin embargo sucede// El ser es// Y el universo,/ otra presencia temporal/ en la infinita extravagancia (he aquí el título del libro desplegado)/ de que exista algo” Y ahora un argumento central, la explicación de ese origen que tantas veces nos azora: “Hesíodo: ‘Teogonía’/ “Al principio fue el Caos” Para concluir: “Y al final./ Nacen los universos,/ se disipan. Perpetuidad del ser/ y no la nada. Ser,/ sin más”.

En eso acaso esté es todo; nos quedamos –tal vez como ha de ser- con la ignorancia de quién somos (la universal pregunta griega). Solo ser: ‘sin más’ Ser en el tiempo. Eso sí: “Nunca seremos otro,/ aunque sí el otro,/ aquel que los demás ven al mirarnos/ o al querernos/ o al combatirnos./ Somos el otro/ y no se agotará la intransigencia/ ni el recelo./ Condición del instinto”.

Pero ser al fin. Y ahí permanecemos siempre como entes individuales, tan necesitados: de los otros, de nosotros mismos.

De algún modo, el poeta ha venido aquí a redimir al lector, a cada lector.

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