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SALÓN DE LECTURA

"Entre trenes", de Mar Sancho

Por José Antonio Santano
lunes 01 de junio de 2020, 21:00h
Entre trenes
Entre trenes
La poesía siempre es un viaje al misterio, a lo desconocido, a lugares soñados o vividos, y no importa el medio de transporte que se elija. Al fin siempre se encuentra un objeto, un lugar, una casa o una razón que nos hace más vulnerables, también más sabios. Ahondar en verdadero objeto de un viaje, antes y después de realizarlo, produce una sensación de plenitud indescriptible. El viaje, la verdadera función del viaje es el conocimiento de la realidad que se otea al horizonte, pero también nos descubre la capacidad del hombre para sentir en su interior todo aquello que los ojos no ven.

Cuando el poeta viaje material o imaginariamente, en cualquiera de los casos, un temblor desconocido lo apresa e inmoviliza. Destella en su interior una fuerza desconocida capaz de sobrevolar el firmamento y habitarlo plenamente. Esa fuerza se vislumbra en el poemario “Entre trenes”, de Mar Sancho (Valladolid, 1972). Publicaciones anteriores de Sancho son, entre otras, “Inventario de invierno”, “Variaciones sobre un viaje viejo”, “Oblivion” o “Lisbond Visited”. Prevalece en la poeta el viaje como elemento aglutinador de su poesía, la fuerza del recuerdo o la memoria para crear una nueva realidad a partir de lo vivido en esos continuos viajes, en esta ocasión, bajo la nostalgia que todo viaje en tren provoca.

Viajar en tren siempre ha sido algo melancólico, como perteneciente a otro espacio y tiempo. Es esa o tal vez pudiera ser esa la razón de Mar Sancho con este poemario “Entre trenes”, que nos llevará con toda seguridad a lugares desconocidos, pero también a descubrirnos el alma misma de la poeta. Sancho nos convoca a seguir algunos de sus itinerarios vitales, a compartir con ella, todos los misterios, también las sombras, los silencios y sus luces. Estructura en cinco partes, Sancho nos propone visitar el corredor del Amtrak Cascades, en los estados de Washington y Oregón, la ruta del Transiberiano, el Himalaya, la región andina del Salta-Socompa o el estado de Alaska.

Es en la figura del abuelo (“el primer tren partió de la boca metálica de mi abuelo”) donde despierta ese paisaje de tren antiguo entre la niebla vaporosa de la locomotora, y a partir de ese momento la vida inicia un nuevo ciclo, cuando la soledad acucia en los andenes a la espera de tomar otro tren hacia no se sabe dónde. América del Norte, Europa, Asia o América del Sur, qué importa el lugar mientras el sueño exista. Las vías de un tren como las venas que alimentan la vida, así Mar Sancho detiene su mirada en las ciudades y en los viajeros que la acompañan hacia un lugar del universo, ese que construye en cada uno de sus poemas, dotándolos de luz y de belleza.

Nada ni nadie podrá resistirse a la fuerza de la imaginación. Y ahí están los arrebatos del sueño, la encendida lágrima de la pérdida: «El revisor se acerca de puntillas ofreciendo té humoso y porfía / que quiso ser bailarín de ballet con los ojos hervidos de / lágrimas». Versos que se alargan como las vías del tren que surge entre la nieve, las montañas o los ríos, orillado al mar de los silencios. En cada rostro Sancho se contempla, como si se tratara de un espejo que repele el trazo de unos ojos o el color de los cabellos. El poema está en cada ser, en cada objeto, en cada uno de los vagones de ese tren que parte una vez y otra y que no puede dejar que se le escape.

Con este poemario Mar Sancho ha sabido ahondar en el alma humana y trascenderla desde la fulgente luz de la palabra, esa que alcanza el corazón: «Esta mañana de cobre es moribundamente mía, / cabe cóncava en mis manos de vasija resquebrajada, / huele a silencio de gallos y a empanadas de humita, / viaja en el mismo vagón que mi desterrado cuerpo».

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