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Lorenzo Silva
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Lorenzo Silva: “Creo en el derecho a escribir y leer lo que a uno le venga en gana; pero temo que cierta literatura nos haga más banales, menos útiles para interpretar la complejidad del mundo en el que vivimos”

Autor de "El mal de Corcira"
martes 02 de junio de 2020, 19:00h
Próximamente, el escritor madrileño Lorenzo Silva publicará una nueva novela sobre sus queridos Bevilacqua y Chamorro, en esta ocasión versará sobre la lucha antiterrorista. Hemos querido que en la entrevista nos diera su visión sobre diferentes aspectos de la vida y la literatura, más allá de la actualidad literaria.
¿Siempre quiso ser escritor?

No, de muy pequeño, según mis padres (yo no me acuerdo) quería ser millonario, nada que ver. Luego me dio por ser piloto. La escritura fue mi tercera vocación, allá por los trece años, pero me temo que me acometió con mucha más fuerza que las dos anteriores. Cuarenta años después, aquí estoy.

¿Cuál es el primer libro/novela que recuerda?

Siempre dudo si fue una versión en cómic de Ben-Hur, de Quo Vadis o de la biografía de Lawrence de Arabia, de la vieja colección Joyas Literarias Juveniles, que no estaba nada mal y transmitía lo esencial de los libros que adaptaba. En todo caso las tres cayeron en algún momento entre mis cinco y seis años.

Usted tenía su “vida resuelta”, en sus inicios profesionales (estudió Derecho) fue asesor fiscal y auditor de cuentas ¿Qué le impulsó a abandonar esa comodidad por la incertidumbre de ser escritor?

Bueno, la vida sólo la tienen resuelta los que la abandonan, por lo que no es una suerte envidiable, pero digamos que sí, que me la ganaba más que razonablemente, sobre todo cuando empecé a trabajar ya como abogado en un buen despacho y luego en una gran empresa. Me aparté de ese camino a título de experimento aprovechando una excedencia de paternidad, porque cuando tienes hijos no puedes arriesgar su sustento. El experimento salió bien y aquí estoy, dieciocho años después: nunca volví de esa excedencia. La razón es fácilmente comprensible: contra todo pronóstico, vi que tenía la posibilidad de servir sólo y por entero a mi vocación, y no pude dejar de explorarla.

A pesar de ser un referente de la “novela negra” en su obra hay un gusto por apartarse de los estereotipos más comunes del género (giros inesperados, detalles truculentos) a favor de un estilo sin artificio, casi un realismo desnudo, en el que lo mollar, más allá del argumento, son las propias reacciones humanas ¿Ha sido el género negro una excusa para ofrecernos su particular visión de la sociedad en la que vivimos?

Me temo que el género padece una influencia excesiva de su versión audiovisual, que empezó bebiendo de la literatura y ahora le traslada a esta sus herramientas más efectistas, efectivas y exitosas. Nunca me ha interesado la violencia, ni la truculencia, y las montañas rusas las prefiero en los parques de atracciones. La vida procede de forma mucho más interesante, con una mezcla de piedad y horror, sigilo y sobresalto, y en el relato del crimen me importa más ahondar en la perturbación que causa que explotar el espectáculo que provoca, siempre que la hondura no esté reñida con la amenidad: un narrador no tiene derecho a aburrir a quien le escucha o lee. Al final el crimen lo cometen y lo padecen personas, ahí está su dimensión más trascendente y más fascinante, y por cierto mi interés, como el de mis personajes, no está tanto con quien daña a otro, muchas veces por causas inconsistentes, obtusas o estúpidas, como con la víctima que sufre el daño y ha de sobreponerse a él, si puede, o ve su camino interrumpido, si el daño es irremediable. Los romanos ya dijeron hace dos mil años que había que dar a cada uno lo suyo y procurar no dañar a otro: la manera en que a diario seguimos desoyendo su consejo es lo que me interesa contar.

Su próxima novela “El mal de Corcira” aborda la lucha contra el terrorismo de ETA por parte de la Guardia Civil ¿Qué le ha enseñado esta novela mientras la escribía?

Tengo la sensación de que llevo escribiéndola desde 1995, cuando escribí la primera novela de Bevilacqua y, sin contarlo, ya le adjudiqué un pasado en la lucha antiterrorista. O quizá desde antes: desde que era un niño en una colonia militar por la que patrullaban soldados con subfusiles para prevenir una amenaza que creíamos abstracta y que se concretó cuando ETA voló con su coche a uno de mis vecinos. Así que en cierto modo la novela es el resultado de décadas de reflexión e indagación sobre este fenómeno: por qué en el siglo XX (y XXI) una ideología justifica el sacrificio humano, de manera no muy distinta de como lo autorizaba la religión de los aztecas. Lo que he aprendido se lo debo sobre todo a las personas que estuvieron en la lucha y lograron la feliz eliminación de esa práctica, con las que tuve el privilegio de hablar largo y tendido. También con vascos que padecieron o incluso ejercieron la violencia. No puedo resumir la respuesta en unas líneas, he necesitado 544 páginas en esta novela, que es la más extensa de la serie. Sólo diré que el olvido del legado humanista y sus enseñanzas envilece y produce monstruos. Y añado que estos nos marcaron a todos, no sólo a los vascos, y no es sólo de ellos o para ellos el deber de contarlo.

Bevilacqua y Chamorro ya son dos referentes de la literatura española. ¿Piensa continuar en su compañía?

Lo que me dejen. Lo que les dejen. Y cuando se retiren (ella tardará más que él) ya se verá qué es lo que se puede hacer, si es que se puede hacer algo. Los quiero como a dos buenos amigos; por eso mismo no los voy a mantener con respiración asistida.

¿Tiene la sensación de que su mejor novela ya está escrita, o siente que aún está por escribir?

No tengo ni idea. No sé a ciencia cierta lo que me deparará mañana. Podría ser una experiencia o un conocimiento que superara a todos los anteriores. O no. Yo haré como hasta ahora: todo lo que pueda, lo mejor que pueda, con lo que se me dé.

Se ha conseguido que los libros y la lectura lleguen a muchos, aunque por su naturaleza la lectura sea una actividad minoritaria

Es usted una rara avis literaria. Un escritor “generoso” que está abierto al trabajo de sus colegas. De hecho, su labor como Comisario de Getafe Negro le sitúa como una especie de mecenas literario. Desde su experiencia en este ámbito ¿Cuál diría que es el mayor pecado de la Literatura actual? ¿Y su mayor virtud?

No sé si soy tan raro. A los escritores suele gustarnos leer. Y cuando como lector descubro algo que me parece valioso mi primer impulso es compartirlo y difundirlo, como creo que les sucede a casi todos los que leen. Para eso sirven los festivales, y por eso decidí implicarme en uno, aunque a lo mejor ya llevo demasiado tiempo y estaría bien que la batuta la cogiera y la llevara otro. En cuanto a la pregunta, tal vez la virtud y el pecado estén en el mismo sitio y sean caras de la misma moneda: se ha conseguido que los libros y la lectura lleguen a muchos, aunque por su naturaleza la lectura sea una actividad minoritaria, y también que en las librerías haya una gran diversidad. Eso, que para mí es bueno, permite sin embargo que en las librerías, los catálogos y las mesillas de noche se cuelen, como literatura digna de ser tenida en cuenta, libros poco elaborados y con poco pensamiento y poca mirada detrás. A mí eso no me aflige en exceso, creo en el derecho a escribir y leer lo que a uno le venga en gana; pero temo que nos haga más banales, menos útiles para interpretar la complejidad del mundo en el que vivimos.

Atravesamos un momento insólito, con miles de seres humanos confinados ante la amenaza invisible de un virus letal. No es el primer virus de la Historia, pero sí la primera vez que la libertad individual ha sido embozada en favor de la seguridad colectiva ¿Qué efecto cree que tendrá esta experiencia en la Literatura? … ¿Considera que viviremos una recreación de lo vivido, o al contrario, el ámbito creativo optará por una “huida hacia adelante”?

Se escribirá acerca de la pandemia: de sus causas cercanas y remotas, de los errores y los aciertos, de los héroes y los villanos. Ya lo hizo Tucídides sobre la peste de Atenas de 430 a.C., al igual que Procopio sobre la de Bizancio de 542, y entraron en esos detalles. En nuestro caso tendrá previsiblemente un peso especial el confinamiento, experiencia contundente para unas generaciones acostumbradas a la movilidad en mayor medida que los antiguos. Ahora bien, lo interesante, y eso llevará tiempo, será la lectura más profunda de la transformación que esto nos va a traer. En qué medida se desmorona un mundo, emerge otro y el ser humano, como suele, continúa con sus glorias y sus miserias. Si alguien quiere hacer algo en ese sentido, y que no quede en una tontería superficial, tiene un modelo inmejorable: La Marcha de Radetzky, de Joseph Roth. Lo he releído en estos días, muchos pasajes en su maravilloso alemán original —que puedo leer, pero me exige más esfuerzo—, y me ha parecido insuperable. Qué imágenes, qué precisión, qué lucidez. Y qué conformidad con la pérdida. Habrá que aprender de él, porque vamos a perder —debemos perder— alguna cosa.

Y por último ¿Qué le gustaría que le preguntasen en su próxima entrevista?

Lo que quiera quien me la haga. Siempre descubres más, como entrevistado, de lo que le interesa a otro. Sólo la pregunta ajena te puede conducir a donde no habías pensado ir. Y creo que el valor de toda conversación, una entrevista lo es, radica en la opción que te abre de ir más allá de tus concepciones previas.

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