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Sin trampa ni cartón

Reseña del libro "Los lunes se dan clases de tango", de Antonio Arbeloa
lunes 25 de enero de 2021, 00:00h
Los lunes se dan clases de tango
Los lunes se dan clases de tango
Lazos invisibles unen a las personas que aman a las mismas personas. Esta podría ser la hipótesis de la que parte Antonio Arbeloa para componer su magistral pieza teatral Los lunes se dan clases de tango. La sutilidad de esos mismos lazos, quién sabe, o tal vez de otros aún más imperceptibles, es la que emplea el autor para hilvanar una trama similar a la de un thriller psicológico.

Arbeloa hace gala de un ritmo e intriga propios a la novela negra, con los elementos mínimos de una representación sencilla: dos personajes, un diálogo y apenas unos pocos elementos de atrezzo. Advierto al lector de esta reseña que no debe dejarse engañar aquí por las apariencias qué augurarían quizás una comedia fresca y ligera. Aquí es donde el autor despliega su talento para tejer su entramado de claroscuros, lo que se cuenta más allá de lo contado. No en vano, hablamos de teatro, y qué teatro.

Pero disculpen mi vehemencia, el entusiasmo no es excusa para desordenarse. Vayamos al principio. Ya en la portada, nos recibe una fotografía hilarante de los dos actores de esta tragicomedia. Todo en Los lunes se dan clases de tango es un guiño que nos vuelve cómplices impuros. “No hay pureza en ningún teatro. Solo la verdad es pura. Y ustedes, al actuar, ponen en pie la mentira que en su día concibió el dramaturgo”.

Así en la Dramatis Personae figuran Antonio Arbeloa en el papel de Vicente, y Vicente Rodrigo, en el papel de Antonio. Cualquier coincidencia con la realidad autobiográfica es pura premeditación y alevosía, como se encarga de remarcar el editor de La Pajarita Roja, Carlos Tosca, en sus palabras introductorias. En esta pieza se desnuda hasta el editor, y no, no hablo de ropajes, sino de generosidad para compartir anécdotas que felizmente dan inicio a colecciones como esta, la Colección Teatro. Y es que Arbeloa pone tanto de ese hilo dorado que hace brillar a un autor, las hebras de honestidad, ese hilo del que uno se deshilacha para escribir de veras, como expone amargamente su personaje: “Ah, qué injusto es el mundo del teatro. Qué expuesto el actor al escarnio fácil. Sin duda, se trata de un oficio sin trampa ni cartón, sin filtros.”

Por su parte, el presidente de CLAVE, Juan Luis Bedins, cuyo brillante prólogo nos introduce al mundo arbeoliano selecciona con exquisitez un fragmento del diálogo que es la piedra angular de esta ficción: “¿Verdad?¿Mentira? No debería preocuparnos eso. Solo el tiempo, el tiempo perdido. Nada es absolutamente cierto ni falso. Qué más da que lo que está ocurriendo sea algo auténtico o no. Quédese con la experiencia en sí. ¿No le parece suficientemente intensa? El tiempo es lo único irrecuperable.”

Dos actos le bastan al dramaturgo para llevarnos a la catástrofe, entendida desde el sentido aristotélico de desenlace, una completitud redonda que solo los clásicos acometen. Hallamos en este diálogo oraciones magnéticas que muestran el carisma del presentador, actor y escritor que origina esta ficción: “Nadie acaba su existencia siendo vulgar del todo”.

El humor prevalece, sí, Los lunes se dan clases de tango se lee con una sonrisa, a menudo carcajada, pero lejos de quedarse en una comedia nos eleva a lecturas que el lector-espectador no sospecha ante un título hilarante y una cubierta jocosa, insisto: un actor con bata de cola y abanico, un ramo de flores y un ejemplar de Romeo y Julieta.

Sin embargo, ese humor ofrece una profundidad que traslada al espectador a la esperanza. ¿Acaso no es un deseo universal rescatar nuestros sueños abandonados y desandar los pasos que nos alejaron de ellos? Por momentos, somos marionetas que dudan junto al protagonista y nos descubrimos deseando que el fin justifique los medios, ¿qué más daría si fuesen unos extorsionadores realizadores de sueños quienes nos llevasen a cumplirlos?

Ahí es donde la comedia se transforma, tal vez. Tragedia proviene de la palabra griega trágos, que significa macho cabrío; en tiempos antiguos se premiaba con una cabra al ganador del concurso teatral. Propongo pues a Arbeloa como ganador de ese chivo aleatorio que es el éxito en la Literatura. Pues él lo amerita al lograr la catarsis: esa sensación de enriquecimiento personal y claridad que obtiene el lector-espectador.

En esta obra se plasma la belleza simbólica de cada detalle, desde la precisión de las palabras en términos como amateur: “Amateur, qué bella palabra. El que ama lo que hace, el amante…” hasta el lenguaje de las flores que aparecen, pues habla de la constancia y las cosas que se hacen con el amor del corazón. Un simple ramo, unos jacintos, son algo más si desde su origen mitológico aluden a un amante perdido de Apolo, a celos y a lamentos. Junto a la simbología, encontramos en esta obra un colosal metateatro, una representación en una representación, casi al servicio del ritual. El ritual intertextual que se impregna de la pasión triangular del tango, de la tragedia de Romeo y Julieta y de los amores de juventud: los sueños abandonados por los cuales daríamos la vida en un error fatal o hamartia.

Comencé hablando de lazos invisibles y así es como se perciben en este libro los cambios sublimes de tono en el diálogo. Arbeloa como un gran titiritero nos lleva a reír y llorar y de nuevo a reír como si fuésemos nosotros los que habitamos el escenario, los verdaderos actores... eso solo lo logra un genio de la comunicación o alguien que muestra sus costuras sin trampa ni cartón.

En definitiva, Los lunes se dan clases de tango promete piel y deleite, con el brillo de quien convierte la vida en un hecho estético, siguiendo los preceptos aristotélicos de la verdad: “la verdad es lo que es y lo que no es.” Ahí es nada.

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