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Sara Gutiérrez
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Sara Gutiérrez (Foto: Ingenio de Comunicación)

Entrevista a Sara Gutiérrez: “Viajar con Yulduz fue una lección de humildad”

Autora de "El último verano de la URSS"
Por Francisco Jiménez de Cisneros
martes 23 de marzo de 2021, 09:00h

En el verano de 1991, Sara Gutiérrez, a la sazón médico en la República Socialista de Ucrania, emprendió un viaje singular escoltada por una compañera que nunca había visto en mar. Juntas fueron del Mar Báltico al Mar Negro, y asistieron casi sin darse cuenta a un hecho histórico: la desintegración de la URSS.

Sara Gutiérrez
Sara Gutiérrez (Foto: Ingenio de Comunicación)

Antes de hablar del viaje, y del libro en el que lo cuentas, la pregunta más obvia: ¿qué hacías en la URSS?

La especialidad de oftalmología. Había estudiado Medicina en Oviedo, donde tenemos excelentes especialistas en la materia, y quería sumarme a ellos aportando algo diferente. La oftalmología de la Unión Soviética tenía fama de ser muy avanzada pero estaba rodeada de un gran secretismo. Así que, buscando la forma de ir, supe de una convocatoria de becas…

Eran tiempos difíciles, ¿cómo resultaba el vivir cada día?

Lo más difícil era conseguir comida, poder mantener una dieta básica. Pero el trabajo en el Hospital era realmente interesante, había muchísimos pacientes y muy variados, y tenía la posibilidad de trabajar y aprender tanto como pudiera absorber; y la vida en la Residencia, con los compañeros de otras nacionalidades y especialidades, era una fiesta.

¿En qué momento y por qué empezaste a planificar el viaje?

Empecé a planificar el viaje a primeros de junio, cuando supe que ese verano tendría dos meses de vacaciones. Vacaciones significaba venir a casa, a España… ¿Y por qué no un viajecito por algún territorio del enorme país en el que vivía desde hacía ya año y medio?, pensé.

¿Qué sentido tiene recorrer cinco repúblicas en siete días?

Todo y ninguno. Por mi condición de becada en la URSS no podía viajar sin que alguien me invitara, no podía reservar habitación en un hotel… Así que discurrí que viajando en trenes nocturnos salvaba las restricciones de movilidad (no solía haber controles de documentación) y me aseguraba un alojamiento. El recorrido fue consecuencia de estas circunstancias.

¿Quién es Yulduz?

Yulduz es el personaje que viaja conmigo en el texto narrado. Está inspirado, como no, en la compañera uzbeca del Hospital con la que hice el viaje real, pero es un personaje literario.

El viaje es, además de un recorrido físico, un recorrido (si me permites) emocional. A Yulduz, al principio, no la quieres ver ni en pintura…

Efectivamente, es alguien con quien no quería viajar. Había planificado el viaje para hacerlo sola, a mi aire, y llevarla a ella pegada me parecía un incordio, un lastre. A la postre, me comí con gusto mi soberbia porque su compañía resultó ser un maravilloso regalo.

Cuentas que para ella fue la aventura de su vida. ¿Qué cambió en ella ese viaje?

Creo que el viaje la emponderó. Ganó muchísima confianza en sí misma, empezó a permitirse soñar a lo grande…

¿Y qué cambió en ti?

Para mí fue una considerable lección de humildad. Me enseñó que los prejuicios, lejos de protegerte, te hacen perder un montón de cosas buenas.

Vais de aquí para allá, y los signos de descomposición son evidentes. ¿Te diste cuenta de que un imperio se estaba viniendo abajo?

De que el Imperio soviético se estaba viniendo abajo ya me había dado cuenta en las primeras semanas de mi estancia en Járkov, para cualquier occidental era muy evidente. Lo que no esperaba de manera tan inminente era la desaparición del país como tal, la separación de las repúblicas.

Leo en tu biografía que, en un momento determinado, cambiaste Járkov por Moscú. ¿Por qué?

Llegó un momento en el que la posibilidad de una guerra no me parecía algo demasiado remoto y consideré que debía estar cerca de un aeropuerto internacional por si las cosas se complicaban demasiado. En la búsqueda de ese cambió, surgió la oportunidad de continuar mi formación en uno de los centros punteros de la oftalmología mundial, el Instituto de Microcirugía Ocular de Moscú, y no lo dudé.

¿Nunca pensaste: pero qué demonios hago yo aquí? ¿Nunca tuviste miedo?

No, y cuando surgió alguna dificultad como la disolución del país y la posibilidad de enfrentamientos bélicos, busqué la que me pareció la mejor solución, pero para seguir allí. Me fui para 2-3 años, 5 como mucho, y me quedé casi 7. Y no dudé en animar a mis hermanos a que salieran al extranjero a completar sus estudios.

El tuyo es un libro ilustrado. ¿Qué aporta el trabajo de Pedro Arjona?

Una interpretación interesantísima del viaje que ha leído, con la que ha conseguido darle una nueva dimensión.

Si te tuvieras que quedar con una estampa, y una sola, del viaje, ¿cuál sería?

Posiblemente, con la menos llamativa: la Escalera Potiomkin (Odesa). Por lo que en mi cabeza suponía de mezcla de ficción y realidad. Por lo que significó para nosotras de feliz punto final de una aventura que prometía dar paso a muchísimas más.

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