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"Poco bebo para lo mucho que tengo que tragar", de Débora del Castillo

lunes 26 de abril de 2021, 23:00h
Poco bebo para lo mucho que tengo que tragar
Poco bebo para lo mucho que tengo que tragar

El título de esta comedia romántica publicada hace unas semanas por Martínez Roca/Planeta resume a la perfección el tono directo, desenfadado y lleno de humor de la primera novela de la autora barcelonesa Débora Castillo, cuya trayectoria profesional de lo más variopinta abarca desde impartir catalán y español hasta empresaria del sector de la restauración; en 2016 quedó finalista con un relato en La Cosecha Eñe.

En una sociedad obsesionada por la juventud, la fachada, el éxito, el triunfo profesional y la popularidad, las desventuras de Clau, una cincuentona dedicada a sus hijos y sus labores, y cornificada por su marido por un “repuesto” mucho más joven, son el punto de partida con el que muchas lectoras se sentirán identificadas: Clau sufre un shock al perder de golpe al amor de su vida y el centro de su vida social, amén de su hogar, el día en que su marido le anuncia de sopetón que la echa a la calle pues “la usurpadora” se va a instalar en su casa en breve.

– El día que nos casamos nos hicimos promesas, ¿te acuerdas? En lo bueno y en lo malo; en la salud y en la enfermedad; hasta que la muerte nos separe. ¿Tú te has muerto? –Cuando se da cuenta de que estoy esperando que me conteste, dice:

– No.

– Pues yo tampoco.

Mi marido se queda pensando. En realidad, está ahora mismo tratando de imaginar cómo demonios le va a decir a su novia que la loca de su mujer no se mueve de casa.

Engañada por su media naranja, incomprendida por sus hijos, y hazmerreír de su círculo de amigos (“la pringada que vive en la inopia”), Clau se convierte rápidamente en una heroína a su pesar, cuando, en vez de darse por derrotada y ceder casa y cama a la intrusa que acaba de reventar su vida, decide que peleará por todo lo que da sentido a su vida: el amor de su marido, sus derechos de esposa y madre, su mansión con piscina y bosque propio y, por supuesto, su holgado tren de vida (en una de muchas bromas implícitas, su hogar se llama Can Tranvía, por el vehículo restaurado que exhibe en su jardín). Una vida de ocio, restaurantes, viajes, clases de yoga y actividades benéficas de postín, vida que asume sin complejos, tumbando con desparpajo los estereotipos de la “superwoman” moderna:

“Sé que según los estándares actuales he sido una mujer florero, dependiente y alienada. Pero es que lo que yo quiero, es seguir siéndolo.”

Con astucia, paciencia y su señora de la limpieza, Antonia, como única aliada, Clau reconoce su derrota y se bate en retirada, instalándose en una casita en el fondo del jardín… pero solo para emprender, desde esa trinchera personal, su guerrilla de espionaje y sabotaje para derrotar a “la otra” y, de paso, cobrarse las cuentas de la traición de su marido, empezando por los muebles de diseño que éste colecciona; al despojar el escaparate que es su mansión de esos símbolos de vanidad y opulencia, y trasladarlos a la humilde casita al fondo del jardín que poco a poco convierte en un verdadero hogar, Clau va deshaciéndose sin darse cuenta, simbólicamente, de su identidad como “inútil funcional” y “florero”.

Hay iconos que pasan de los cincuenta – un buen puñado de actrices, músicas, escritoras, artistas plásticas –, pero el grueso de nuestro colectivo (…) nos conformamos con asumir que los trabajos domésticos y los hijos continuaban siendo una cosa mayormente de mujeres (…) Puede que algo de culpa sea nuestra, por conformistas, por pecar de ingenuas y creer durante tantos años lo que querían que creyéramos: que ya teníamos suficiente.

Narrada en primera persona por Clau, sobreviviente del naufragio del Titanic insumergible que creía que era su vida, en capítulos muy cortos, uno por día, y por orden cronológico lineal, la acción alterna entre descripciones breves que bastan para esbozar una sociedad superficial y hedonista, reflexiones también breves pero que abarcan un universo de intimidad, dolor y soledad existencial de todos los personajes, cada uno a su manera, y diálogos muy coloquiales y hasta vulgares cuando lo requiere la ocasión.

Esta es una novela sobre mujeres consideradas a priori inútiles, débiles o intrascendentes, que aprenden a sacar fuerzas de flaqueza, como la propia Clau, y demuestran arrojo, la valía de la lealtad cuando todos te dan la espalda y, sobre todo, una honradez sin precio, como encarna el personaje tan entrañable como sabio de Antonia:

– ¿He tenido yo la culpa? –le pregunto.

– Sí. –Sin vacilaciones. Mierda con la franqueza. Tanto usar filtros piadosos que lo maquillan y esconden todo en las fotos de Instagram, y conmigo ninguna concesión–. Las mujeres siempre tenemos la culpa de todo, pero de todo, que para eso somos mujeres. Usted tiene la culpa de cumplir años, pero también de que los cumpla él, de que le salga barriga y se le caiga el pelo… Tenemos la culpa de todo lo feo desde el principio de los tiempos.

La campaña de Clau para recuperar a su marido va de desastre en desastre, lo que da pie a muchísimas situaciones graciosas, unas veces tiernas y otras veces estrafalarias, a través de las cuales Clau va admitiendo al fin todas las trampas y patrañas en las que ha caído en su vida, descubrir cómo es el marido y los hijos a los que creía conocer, y aprender a aceptarse y quererse a sí misma tal como es: ni joven, ni triunfadora, ni brillante, pero con un espíritu de lucha y una valía más duradera que su rival.

Aquí termina cualquier similitud con la clásica comedia de venganza «Vida y amores de una maligna», de Fay Weldon, donde la heroína se propone y logra derribar todos los palos del sombrajo que definen a su traidor marido: hogar, trabajo, hijos y novia, con un final lleno de caos y destrucción que cuestiona el triunfo de la protagonista y deja un sabor agridulce. Porque Débora Castillo presenta una alternativa que, sin caer en el final feliz, facilón y forzado de tantas comedias contemporáneas, rezuma optimismo y alegría de vivir. Porque su alter ego, Clau, conoce el daño irreversible que causan el egoísmo, el rencor y la irreflexión, y no busca dinamitar a nadie ni destruir nada: solo desea superar el pésimo trago, por sí sola si puede ser, y reconstruirse a sí misma, sin saber que sus decisiones transformarán positivamente las vidas de todos los que la rodean.

Y ese es el principal atractivo por el que recomiendo esta novela: su mensaje realista y maduro. El otro motivo es su estilo fresco y agilísimo, sin la menor pretensión literaria, que me ha hecho reír por primera vez en meses, y que arrancará más de una carcajada a todo lector ávido de novelas entretenidas pero con sustancia, y que busque evadirse y afrontar el verano con una sonrisa y ánimos renovados.

En resumen, una historia realista, hilarante y profundamente humana – sin caer en ñoñerías ni sentimentalismos – que merecería una versión cinematográfica de Almodóvar.

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