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"Este es mi cuerpo": la perfecta imperfección del organismo como campo de batalla

Por José Antonio Olmedo López-Amor
domingo 22 de septiembre de 2019, 10:33h
Este es mi cuerpo
Este es mi cuerpo

Todos sabemos que las doctrinas del culto al cuerpo convierten a nuestro organismo en bandera identitaria, pero también, en distintivo de clase, apología del hedonismo y obsesión materialista. Sin embargo, una reflexión comedida y equilibrada sobre nuestro cuerpo como campo de batalla de la mente, el tiempo y la erosión del mundo puede arrojarnos luz acerca del uso que hacemos o hacen de nuestro cuerpo, de la sintaxis de su lenguaje, de la historia de sus heridas. En esta dirección se encuentran las opiniones que Luisa Miñana vierte en "Este es mi cuerpo": la carne como pentagrama de una melodía que trasciende lo físico.

Luisa Miñana, poeta y narradora barcelonesa afincada en Zaragoza, publica “Este es mi cuerpo, su tercer poemario, y lo hace al cuidado de Isabel Miguel, en el número 150 de su colección Alcalima de poesía de Lastura Ediciones. Tras el poemario Ciudades inteligentes (Olifante, 2015) y la novela Territorio Pop-Pins (Limbo Errante, 2017), Miñana nos ofrece un poemario lleno de reflexión y crítica acerca de las preocupaciones existencialistas de un sujeto lírico que ordena su universo de lo corporal a lo mental.

En cuatro grandes compartimentos están distribuidos los poemas: “Partes del cuerpo”, “Cosmética”, “Taras” y “Ortopedias”, 63 composiciones líricas repartidas en 17, 12, 18 y 16 textos, respectivamente. La correspondencia entre los epígrafes de estos grandes bloques que estructuran el conjunto es manifiesta: si la cosmética puede ayudar a maquillar las imperfecciones del cuerpo, la ortopedia trata de hacer lo propio con nuestras taras. Es decir, soluciones artificiales a problemas naturales o el raciocinio contra el azar: la tecnología del ser humano frente al arbitrio de la naturaleza.

La asunción del fuego prometeico como herramienta para alcanzar un estadio superior en el proceso evolutivo se trasluce en el mismo título de los cuatro poemas que clausuran esas cuatro grandes partes citadas: “Cyborg”. La idea de unión entre carne y prótesis robóticas está presente en todo el poemario como bálsamo a una perenne tentativa de muerte representada en la enfermedad. La tecnología se reserva el rol desacralizante y se corona como alternativa teísta tras una aparente muerte del dios.

La noción de cuerpo que maneja la autora no se limita a un sistema de vísceras que es vaina del soplo viviente y receptor de lo sensorial, sobrepasa con mucho la morfología y funciones accesorias de un avatar y se perfila a la perfección en dos citas que abren el poemario: «No decía palabras, acercaba tan sólo un cuerpo interrogante» (Luis Cernuda) y «Llamo cuerpo precisamente a esta fuga imposible que opone e imbrica dos elementos extraños entre sí: la carne y la palabra» (Santiago Alba Rico).

La primacía materialista incluye la división dualista entre sustancia extensa y sustancia pensante, un orbe cartesiano que solo será intervenido por la Ciencia: «Yo también estoy hecha / de algoritmos que casi nunca entiendo / ni puedo dominar, espirales atómicas, / auto-reprogramadas partículas dentro de mi adn / para activar estrategias en huir de la muerte». La obstinada pretensión por la inmortalidad es juzgada por la autora como algo vacío, como un deseo atávico del ser humano que no encuentra su razón de ser más allá de una permanencia injustificada en el mundo: «De ahí nuestra loca fe sin objetivo, / nuestro deseo infundado de eternidad».

Esa «loca fe» podríamos considerar que es uno de los principales puntos de apoyo de la mentalidad moderna, enfocada en la practicidad y productividad antes que en la pertinencia y equilibrio de sus propuestas. Loca fe como doctrina de una memecracia de ciudadanos intervenidos que promulga la idea del implante corporal como uno de los naturales pasos hacia la perfección.

En la contracubierta del libro encontramos unos versos que sin duda podrían constituirse como propedéutica: «Este es mi cuerpo. Ha sido una armadura. / Con ella no se puede nadar ni alzar el vuelo. / Pobre cuerpo, éste mío, tan pegado a la tierra». Lo positivo y negativo de estar vivo cristaliza en el informe corolario de una conciencia afectada por el dolor. Esta perspectiva antropocentrista encuentra en los grandes temas de la poesía clásica una línea de flotación que escinde su universo en obra viva y obra muerta, experiencia sensorial y reflexión.

Así, el amor, el tiempo, la muerte o la soledad comparten protagonismo con las costumbres de una sociedad consumista y machista a la que abiertamente se critica: «La locura azuzada por la fe, / o las campañas hábiles de la publicidad / excava un frente de mentira y destrucción». Luisa Miñana representa un mundo nihilista y apocalíptico en el que el ideal de perfección conduce a una belleza impostada en los quirófanos, no menos patética a su noción de inmortalidad.

Incluso el amor, panacea virtual que suele ser el último refugio, se encuentra corrompido en una sociedad caníbal que somete a sus semovientes a la grotesca dictadura de los instintos: «Las putas éramos yo, aun sin sexo ni boca, / Mujeres que crecieron entre el miedo, / y el asco —o peor, convertidas— me educaron. / No podía salir bien. / No poseo una infancia a la que regresar, / la extirpé de mi útero como a un cáncer. Y no consigo perdonar». La dureza del discurso lírico va aumentando paulatinamente y descifrando las claves que justifican la escabechina producida por un voraz sistema de entidades carnívoras.

Así, descubrimos que la protagonista poemática ha sido infiel a su pareja y también ha recibido de esta su infidelidad: «Amor es confianza, que hubiera dicho Safo. / Pero te traicioné. Y tú me traicionaste». Las terribles confesiones dotan de realismo a unas circunstancias que no nos parecen tan alejadas de las nuestras, más bien, este mundo ficticio propuesto por la autora parece una continuación del presente que todos conocemos, un momento crucial en la historia del ser humano en el que las desafecciones y la deshumanización disfrazan cada paso hacia la oligarquía global en una crisis moral y económica: «Habitamos un tiempo demasiado cobarde / y el amor necesita personajes valientes. / Acarreo cadáveres de amores recosidos, / reavivados a fuerza de desfibriladores. / Son mis secretos monstruos, / que despiertan si duermo y me comen la carne».

Si el amor muestra sus úlceras e infecciones no iba a ser menos el sexo, culmen hedonista que es a su vez un arma para someter: «La primera vez que hicimos el amor / me puso a cuatro patas. Lo tomé como un juego, / pues lo era. Un juego de poder». La vida cotidiana se convierte en el esquema de las estructuras de Estado.

Armados de un coloquialismo —en ocasiones, demasiado prosaico— en verso libre y sin rima, los poemas demuestran la desigual extensión que los versos. En esta configuración es posible reconocer recurrentes asonancias, así como la puntual alternancia de versos heptasílabos, endecasílabos o alejandrinos contenidos en veladas combinaciones polimétricas.

El poema titulado “Piernas” está escrito en prosa y es tan narrativo que podría considerarse un microrrelato. Por lo general, los poemas son muy descriptivos, rasgo que favorece la creación de imágenes. En su grafismo prepondera la precisión y claridad, lo cual evita lo farragoso y ambivalente.

Este es mi cuerpo propone nuevas lecturas sobre la realidad interior y exterior de alguien de nuestro tiempo vista desde un punto de vista hegeliano. En su concepción existencialista del mundo vemos colisiones frontales con la Ética que nos desconciertan y conmueven; de alguna manera, nos inoculan la inquietud y el miedo por un oscuro escenario, no tan distópico como puede parecer. Pero también, en este poemario encontramos conexiones con esa conciencia universal e interna que nos habla en off y contradice a la loca fe que nos martiriza. Por tanto, la dualidad está propuesta, la esperanza se agarra a la cornisa del precipicio y propicia la acción, el entretenimiento, la duda y un posible final feliz, aunque devenga como resultado humanos monstruos de Frankenstein.

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Luisa Miñana
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