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Fernando Sánchez Pintado explora el deseo de ser otro en "El rostro en la ceniza"

lunes 11 de octubre de 2021, 02:45h
El rostro en la ceniza
El rostro en la ceniza

La identificación mimética con el otro que desearía ser definen al protagonista de El rostro en la ceniza (Editorial Triacastela), la última novela de Fernando Sánchez Pintado: una reflexión sobre el poder, la subordinación y la culpa.

Se trata del relato del viaje que emprende el narrador para asistir al entierro de su antiguo jefe y, a la vez, mentor y amigo, Daniel Araya, perteneciente a la alta burguesía del País Vasco. En el trayecto, entregado profundamente a la culpa, rememora el tiempo en el que trabajó a sus órdenes y creció profesionalmente, tratando de emularlo para, finalmente, traicionarlo.

En su remembranza culpable se mezclan su vano intento de identificación con la personalidad rebelde del burgués Araya y el creciente rencor que siente por ese modelo inalcanzable, tratando inútilmente de ocupar su lugar. Fascinado por el mundo de Daniel y todo lo que le rodea, desea a Elena, sin distinguir si ese deseo se debe a ella o a ser la mujer de Daniel, un «objeto» valioso que desearía tener.

Así, nunca podrá acercarse o amarla sin pensar en Daniel, que termina por convertirse en el verdadero obstáculo de su amor y en uno de los vértices de este triángulo perverso de amor y odio, que se extiende a todas las relaciones amorosas de la novela.

La descomposición de la clase trabajadora

El protagonista cree formar parte del club selecto que gira en torno a Daniel Araya: viaja con él, pasa largos periodos en su casa de campo y, sobre todo, transmite sus decisiones como si fueran las propias. Por su proximidad a la autoridad espera ser reconocido como distinto y superior al medio humilde de donde proviene. Pero su situación es siempre insuficiente para él, se siente atraído y rechazado, integrado y excluido, por el mundo al que aspira a pertenecer. Tiene la identidad de un subalterno que cumple rigurosamente con los deseos de su jefe y prepara su traición, diciéndose «el rencor está mal valorado, se atribuye a los débiles y vengativos, pero a veces es una demostración de rebeldía».

La tensión profesional en que vive produce una perturbación psíquica grave en el protagonista, consciente de la distancia social insalvable que existe entre él -un subalterno no solo en la vida social y profesional, sino incluso en la amorosa- y su admirado Daniel Araya, un burgués que impone su voluntad de manera natural, un seductor que no necesita esforzarse para realizar sus deseos. El rostro en la ceniza muestra, en este sentido, cómo las diferencias de clase se manifiestan hoy menos como enfrentamiento que como subordinación, imitación y deseo de reconocimiento, para una creciente mayoría que se encuentra marginada en la vida social o para los que aún están convencidos de que el ascensor social es real.

En definitiva, el lector se encuentra ante la velada y progresiva descomposición de la clase trabajadora a través de la personalidad de uno de sus miembros paradigmáticos. «La subordinación lleva a más subordinación o, en su extremo, a una reacción de rebeldía ciega que no conoce límites; este es el sentimiento que se extiende a toda la realidad del personaje porque uno es una totalidad», añade el autor.

Una historia de culpa y subordinación

La subordinación, que desde la infancia ha ido formando el carácter del protagonista en sus relaciones con su autoritario padre y con su primer amigo, se refleja también en sus relaciones sexuales de adulto. Y, como en el resto de su vida, lo hace con un doble sentido: de Elena desea, ante todo, ver en ella el placer que experimenta al someterlo a sus caprichos sexuales, ser el subordinado absoluto. Es un sumiso que aceptará incluso que se interponga entre ellos la «sombra» de cualquier otro, salvo la del propio Daniel, del que siente unos celos patológicos y a cuyas cenizas se aproxima para rendirle un último y tortuoso adiós.

El rostro en la ceniza -que toma su título de un verso de un poema de Beckett- es el tránsito del protagonista de una vida apacible, en la que ha tratado de borrar su pasado, al reconocimiento de la culpa que tuvo en la caída del difunto Araya y con la que carga el resto de su vida. El autor, lector de Dostoievski, Kafka, Albert Camus y Thomas Bernhard, sumerge así al lector en una avalancha de imágenes, un reguero de sentimientos contradictorios de cuyo torrente resulta difícil escapar.

Fernando Sánchez Pintado (Madrid, 1950), licenciado en filosofía, es escritor y editor. Ha publicado las novelas Un tren puede ocultar a otro (Endimión, 2004), favorablemente acogida por la crítica por su “carácter reflexivo y su prosa envolvente que no da nada por definitivamente zanjado” (F. Solano); Contrariar al zurdo (Barataria, 2006), “una novela de carreteras secundarias, dialogada y concéntrica en las obsesiones de sus personajes” (A. Cabo); Performance (Barataria, 2010), un relato mordaz sobre “el ansia de poder, y la inanidad de las instituciones culturales que crecen a su sombra” (V. Claudín); La última vez que veremos el mar (Pasos Perdidos, 2015), una narración en la que regresan el pasado y el amor que se creían olvidados, y la imposibilidad de borrar la culpa; y Planes para el pasado (Pasos Perdidos, 2018), “una fábula sin ninguna moraleja que se lee con ojos arrasados en lágrimas (Ángeles López).

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