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"Hitler y Stalin. Dos dictadores y la Segunda Guerra Mundial", de Laurence Rees

Ed. Crítica. 2022
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 13 de enero de 2023, 23:00h
Hitler y Stalin
Hitler y Stalin

Estamos ante una obra maestra de la historiografía contemporánea, con treinta años de investigación, Laurence Rees ha creado una obra redonda, y magnífica, sobre dos de los más grandes monstruos de la historia del planeta Tierra, que coexistieron en la misma época y realizando, ambos a dos, las mismas fechorías genocidas. Un servidor que, además de historiador, es médico, me puedo permitir el calificarlos como de psicópatas, sensu stricto; quizás, inclusive el comunista más inteligente que el nacionalsocialista.

Tanto Hitler como Stalin eran dos seres humanos cargados de complejos de inferioridad. Josef Stalin había nacido en diciembre de 1878 en la nación de Georgia, cuya capital Tiflis se encontraba a más de dos mil kilómetros de la capital imperial rusa, léase San Petersburgo. Adolf Hitler había venido al mundo en abril de 1889, en el pueblo austriaco de Braunau am Inn. Sus familias eran de clase media baja, y con los padres alcohólicos, el del futuro Führer era inspector de aduanas, y el del ‘padrecito’ soviético era un zapatero remendón, y de una escala social más baja todavía. Ambos padres maltrataban, de forma inmisericorde, a sus dos hijos.

«Este libro sobre Hitler y Stalin -la culminación de treinta años de trabajo- examina a los dos lideres durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania y la Unión Soviética libraron la mayor y más sangrienta guerra de la historia, y nos muestra que, aunque la creación del Holocausto por parte de Hitler sigue siendo un crimen incomparable, vistos con perspectiva ambos tenían en común que estaban preparados para crear un sufrimiento inimaginable para construir las utopías que querían. Utilizando testimonios inéditos y sorprendentes de soldados del Ejército Rojo y de la Wehrmacht, de civiles que sufrieron durante el conflicto y de personas que conocieron personalmente a ambos hombres. Laurence Rees -probablemente el historiador que ha conocido a más alemanes y rusos que trabajaron directamente para Hitler y Stalin- pone en tela de juicio ideas erróneas que durante mucho tiempo se han mantenido sobre dos de las figuras más importantes de la Historia Moderna. Esta es una obra maestra de uno de nuestros mejores historiadores».

Pero, ese origen tan atrabiliario no justifica, en ninguna circunstancia, su capacidad pavorosa de asesinar o, cuanto menos, de crear las condiciones para transmitir el terror a gran escala. A ambos a dos, los une la terrible conflagración de la Primera Guerra Mundial, producida entre 1914 y 1918. Hitler era un ciclotímico patognomónico, ya que solía acusar a todo lo que le rodeaba de su fracaso juvenil en el mundo del arte pictórico; probablemente las heridas sufridas en dicha contienda le influyeron, para ser considerado que ‘aquel hombre tenía algo peculiar’. Incluso su gran amigo de juventud, August Kubizek le describiría con toda nitidez: “En conjunto, en aquellos días de su juventud en Viena, yo tenía la impresión de que Adolf se había desequilibrado. Tenía ataques de cólera por las cosas más insignificantes”.

Por el contrario, en 1914, Stalin ya era un revolucionario, porque en el año 1899 había abandonado el seminario conciliar ortodoxo, y se había imbricado en el marxismo más radical, y su pretensión estribaba en destruir el estado de los zares imperante en la Sagrada Rusia; de la que Georgia formaba ya parte, manu militari, luego como URSS. Cuando se produce el comienzo del conflicto bélico, causado por el asesinato magnicida del Archiduque austriaco, y heredero al trono, Francisco Fernando, en la capital de la Bosnia-Herzegovina, Sarajevo; el georgiano Josef Dzhugashvilli cambiaría, entonces, su apellido familiar por el apelativo o ‘mote’ de STALIN, que significa ‘HOMBRE DE ACERO O DE HIERRO’, y ya estaba castigado con el exilio en Siberia. En marzo de 1917, el ejército ruso iba ya de mal en peor, por lo que los disturbios subsiguientes, el comportamiento atrabiliario del staretz Rasputín, y la consiguiente hambruna, motivaron que el zar Nicolás II Románov fuese obligado a abdicar; el nuevo gobierno, dirigido por el abogado Alexander Kerenski se equivocó, de forma palmaria, y en el verano de1917 los soldados rusos, influenciados por los bolcheviques infiltrados en sus filas, se amotinaron, y otro de los grandes criminales de la Historia, Vladimir Ilich Ulianov ‘Lenin’ tomó el poder.

Si ya resulta dificil imaginar cómo habría evolucionado la situación sin los hechos de la primera guerra mundial, es del todo imposible concebir a Hitler como cabeza de un partido político- no digamos ya, como canciller de Alemania- sin las circunstancias en las que se produjo la derrota de su país, en noviembre de 1918. La cólera y el descontento por la guerra perdida, junto con el deseo de encontrar cabezas de turco para la debacle, le impulsaron a entrar en política. En Múnich, en septiembre de 1919, se unió a un grupúsculo extremista, el Partido Obrero Alemán. Dos años después Hitler lideraba el que pasó a denominarse como Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán; en su denominación popular: los nazis”.

Ya sitúa, el volumen, extraordinariamente bien y más que delineados, en el mundo en que van a vivir, decidir y asesinar, a estos dos cerebros perversamente genocidas; los dos conseguirán cómplices necesarios para ser enaltecidos; aunque su comportamiento social es muy diferente, el austroalemán, ya nacionalizado como únicamente alemán, es un líder carismático, mientras que el georgiano es un frío burócrata del partido comunista. Los líderes carismáticos, a lo largo de la Historia, proyectan una especie de ‘aura casi misionera’. “Hablaba siempre desde el corazón y lo que decía conectaba con todos nosotros”. Sus seguidores, y los alemanes que votaban al NSADP, aunque nunca más del 45%, estaban convencidos de que solo Adolf Hitler estaba capacitado para conseguir domeñar el destino de la gran Alemania, de Otto von Bismarck, en el siglo XIX. Stalin imponía las exigencias de la burocracia del PCUS. Stalin sería nombrado como secretario general del PCUS en el XI Congreso, en abril de 1922. Estamos, por consiguiente, ante un libro magnífico, sobresaliente, y esclarecedor en grado superlativo, que tiene todo lo que se le puede y debe pedir a una obra literaria, que califico de number one. Recomiendo este libro poseedor de una nitidez temática, por antonomasia. «Rex tamen, atque idem egregius virtute bellica».

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