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Antonio Gálvez Ronceros
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Antonio Gálvez Ronceros

En vísperas de otoño

lunes 16 de octubre de 2023, 07:06h

En medio del marasmo reinante, me encuentro con una noticia saludable: unos elcheros lanzan con éxito, desde Huelva, un cohete —encima, llamado Miura, en honor de la ganadería de don Eduardo—, totalmente fabricado en Teruel —esa provincia hasta hace nada quejicosa de su inexistencia—, y primero de una camada, cuyo quinto novillo está previsto que pueda situar un satélite en órbita. No sé qué dirán los animalistas, los veganos y las otras congregaciones anejas, tan susceptibles a cualquier mención taurina como devotos de los bichos en general, al punto que serían capaces de comerse a besos al alien de Ridley Scott, pero a mí, este acontecimiento —nombre del proyectil incluido—, me provoca una reconfortadora sonrisa y me suscita una pizca de patriotismo, hoy, tan desdeñado.

Perro con poeta en la taberna
Perro con poeta en la taberna

Por otra parte, este prometedor suceso no deja de presentar su contradicción sentimental cuando estamos a punto de pisar el otoño, la estación de la nostalgia, con su barajar de las oportunidades perdidas mientras se agostan los jardines y los férvidos colores estivales; témpora, en suma, propicia para las epístolas de amor —aunque sean por email— y para enmohecer con el plácido dorado hasta los recuerdos más infelices. Y no obstante, venía a comentarles dos títulos recién editados también chocantes en todo con las peculiaridades anímicas de la estación por su intención sarcástica: Perro con poeta en la taberna, del recién fallecido Antonio Gálvez Ronceros, el último gran cuentista peruano, y El caimán, de Vicente Valero-Costa, paisano y primo; condición, esta última —bien lo sabe—, que no disminuye mi exigencia en la lectura.

Y apenas continúo con estas líneas me doy con una nueva discordancia; esta vez, entre ambos autores: en tanto Gálvez Ronceros llevaba consagrado a la escritura —como periodista, profesor de literatura en las universidades de Lima y esperado cuentista entre sus compatriotas por la socarronería de sus relatos— desde los veintitantos años y aun antes, según nos aclara en la entrevista que cierra esta primera edición española de su último y definitivo título, Perro con poeta en la taberna, concedida a Jorge Eslava para la revista universitaria limeña Un vicio absurdo (nº 9, 2013); Valero-Costa, al contrario, ha debido clausurar sus obligaciones laborales y políticas para darse con empeño al oficio de la palabra, y publicar tres relatos largos —La huella del ángel (2019), Celia y las libélulas (2021) y El secreto de Arquímedes (2023)— y, ahora, El caimán. Si bien, llevase años trabando probaturas y hasta cumplidas novelas —recuerdo una muy escarnecedora sobre las desdichas de Miguel Servet—; luego, relegadas al quieto y silencioso cajón, aunque en algún tímido arrebato, las haya ofrecido a la confianzuda lectura de los amigos. Y frente a esta contradicción entre sus autores, las obras que les propongo no exhiben la menor antilogía; más bien, armonizan en mordacidad; la del peruano se burla de la vanidad que envuelve a la profesión de escritor y la de Valero-Costa, del político que ahora administra el destino de la nación.

En efecto; Perro con poeta en la taberna, única novela —bien que breve— escrita por Gálvez Ronceros, relata la ofuscada circunstancia de un poeta limeño que ha perdido la dirección de dónde debía ofrecer su recital en Huancayo. Aturdido por el desbaratador contratiempo acabará en una taberna; allí, ensoberbecido por los tragos, ofrecerá como desquite de su desairada coyuntura una exhibición hilarante de sus más engolados y ridículos resabios. Si este es sucintamente el localista argumento; la moraleja es universal: porque no hay en este mundo como un artista fuera del tiesto y encampanado en su pedantería para resultar el más risible de los fantoches. Higiénica y desternillante parábola, en la más pura estirpe de la farsa latina, sobre la ciega petulancia con que, con demasiada frecuencia, se infatúan aquellos que se las dan de creadores y hasta de genios.

Esta edición de Drácena viene proseguida de Los ermitaños (1962) —su primera colección de cuentos— donde ya se aprecia la genuina técnica de Gálvez Ronceros que le ha dado fama en Hispanoamérica, urdida con mulatismos iqueños en busca siempre de una conclusión humorística.

En cuanto a El caimán, no es un relato, sino tres pasajes en la vida del actual presidente del Gobierno en funciones, encastados en el hispánico aguafuerte; subgénero que entronca en Los sueños (1606-22), de Quevedo, y que encontrará su más reciente y soberbia plasmación en los descarnados y jocosos apuntes carpetovetónicos de Cela. Es, por demás, el proceder literario que permite la mejor expansión de nuestra lengua al trenzarse tanto sobre el soez vulgarismo como sobre el remilgado cultismo sin mayor cortapisa que la zumba de la prosa y, por supuesto, la cruel y amarga carcajada. No obstante; Valero-Costa satina con un velo mitigador y de notable ingenio la estridencia del trío de estampas con unos supuestos diálogos del protagonista; ora con un posible lector, ora con su propia conciencia, ora —y quizá sea el más gozoso— con la velazqueña infanta Margarita, ante Las meninas (1656), durante aquella cena en El Prado, con motivo de la cumbre de la OTAN, de junio del año pasado. Con esta fórmula, Valero-Costa ha conseguido superar literariamente sus tres novelas precedentes al tentar la solanesca e iluminadora caricatura, aunque desechando el costumbrismo celiano para acomodarse en el muy vallinclanesco cauce de la astracanada histórica.

Así que ya ven; en tanto llega la estación de la añoranza, les traigo noticias que carecen de cualquier melancolía.

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