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"El dios que habita la espada", de José Soto Chica

Edhasa, 2021
Por José María Manuel García-Osuna Rodríguez
viernes 19 de enero de 2024, 18:17h
El dios que habita la espada
El dios que habita la espada
Esta obra ha recibido el ‘PREMIO DE NARRATIVAS HISTÓRICAS EDHASA del año 2021’. Y se refiere a una época de una enorme riqueza histórica, pero plagada de lo críptico y magistral. En primer lugar, debo felicitar a Edhasa por la riqueza impactante de la portada del libro, que me ha encantado. En el mapa de la contraportada falta ver reflejado el territorio del Reino de los Suevos, que se enfrentaron a los visigodos, entre otras razones de mayor o menor enjundia por cuestiones religiosas, ya que los suevos eran de rito católico-latino, y los visigodos de rito católico-arriano.

Una novela-histórica sobre el gran rey de los godos del oeste o visigodos siempre es de interés, además que el autor es un estudioso de ese pueblo germano hispanizado. Estimo la existencia de un error en dicho mapa, ya que se ha reducido mucho el territorio de la Gallaecia romana, que hoy abarcaría a las Galicias lucense y bracarense, hasta el río Duero, más las Asturias de Oviedo y de Santillana, y las tierras de los ástures augustanos del futuro País Leonés de León y de Zamora.

«En el año 568, Hispania, prácticamente olvidada por el Imperio romano y habitada por diversos pueblos debilitados y enfrentados entre ellos, es una tierra peligrosa en la que imperan el caos y la batalla. Pero Leovigildo tiene un sueño: un reino fuerte y unido, con un único rey y una única ley igual para todos. Un reino en paz para sus hijos, Hermenegildo y Recaredo. Aunque sólo Valtario, señor de la guerra implacable y mortal, cree al principio en el sueño del rey. A su alrededor, todo serán conjuras, traiciones y revueltas, que incluso le llegan desde el lecho conyugal, pues su esposa, la reina Gosvinta, tan cruel como inteligente, planea un futuro muy distinto. Viven una edad oscura, tiempos convulsos, a caballo entre el dios cristiano y el antiguo dios de los godos, el dios furioso, aquel que habita en la espada… Es ésta una novela de sangre, guerras y miedos, de espías y conjuras, pero también de fe, amor y esperanza. José Soto Chica consigue, con ‘El dios que habita la espada’, una obra vibrante a la par que meditada, de prosa ágil y tremendo pulso narrativo, donde nos narra una época de la historia que aún hoy permanece, en parte, desconocida: el reinado de Leovigildo, primer rey de Hispania. Y lo hace con el corazón en la mano, descubriéndose como un impecable narrador del alma humana, con sus grandezas y sus miserias».

El nacimiento del Medioevo, con los visigodos como pueblo federado de Roma; entrando en Hispania; es uno de los momentos de la Historia que resultan más atrayentes para un medievalista que se precie, como es un servidor. Los cronistas contemporáneos son bastante parcos en las noticias sobre este soberano de los visigodos, qué si hubiese estado él en Guadalete, el Islam no hubiese podido ganar la guerra y separar, desgraciadamente, a la Península de la evolución histórica del resto de Europa. El autor nos indica, prístinamente, que ha utilizado la grafía germánica que más le agrada, verbigracia Gosvinta y no Goswinta, Brunequilda y no Brunegilda o Ingulda y no Ingunda.

Cuando uno estudia las crónicas que glosan la épica y dramática historia de Leovigildo, Gosvinta, Recaredo y Hermenegildo, se encuentra con la insoportable brevedad de san Isidoro y Juan de Bíclaro. Ambos, historiador y cronista respectivamente, son contemporáneos de Leovigildo y Recaredo, pero ambos son igualmente escuetos en sus anotaciones. Gregorio de Tours, historiador franco y también contemporáneo de los hechos, nos aporta cuadros más vivos e intensos de la época. Llama a Leovigildo ‘rey de los hispanos’, y a su hijo Recaredo, ‘rey de Hispania’, y sus retratos sobre la violenta personalidad de Gosvinta o sobre la implacable ferocidad de Leovigildo son fundamentales para entender el fuego que habita bajo las breves anotaciones asentadas en las obras de san Isidoro y Juan de Bíclaro”.

El rey Leovigildo es un monarca sumamente fuerte, inteligente y con un sentido del poder del trono muy desarrollado, como ocurre entre la dinastía visigoda toledana, que suele alternar un padre feroz con un hijo heredero más condescendiente y negociador; otro caso patognomónico del aserto es el del rey Chindasvinto y su hijo Recesvinto. El autor ha estudiado, pormenorizadamente, esta época, y no tiene el más mínimo problema en indicar que ha sido muy fiel a los hechos históricos obvios; reitero que es lo que exijo, taxativamente, a cualquier novela histórica que se precie. La retahíla historiográfica de los nombres reseñados existió, total y absolutamente, y algunos de ellos son curiosísimos, como por ejemplo el duque Claudio de Lusitania. Otro personaje que deseo mencionar es el de Baddo, que desde su condición servil siempre fue el gran amor del rey Recaredo, el cual peleó por ella, hasta conseguir elevarla al trono como su esposa y reina, a pesar de la oposición de los magnates del Aula Regia de Toledo. Leovigildo pretende que exista una misma ley para visigodos e hispanorromanos, donde con un poder central fuerte, conlleve una paz entre todos los habitantes de Hispania. En el aspecto religioso Leovigildo comprende que la ética de los católicos romanos o de rito latino es muy superior, en todos los conceptos, al modus operandi et vivendi de los católicos arrianos, con su clerecía degenerada, pero no desea una revolución, que sí realizará su hijo. Además, el soberano toledano tiene un problema religioso añadido, y que estribará en la rebelión católica de su hijo mayor, el duque Hermenegildo de la Bética, al que llegará a eliminar de la faz de la tierra, en la prisión de Sevilla, por degollación.

Este libro, magnífico, es una aventura narrativa trepidante tras otra, y con el trasfondo histórico muy amplio de la Historia contrastada del existir vivencial de Leovigildo. Sus dos hijos varones, Hermenegildo y Recaredo, están muy bien delineados, son dos niños que viven con la incertidumbre de lo que representa un nuevo hogar, un traslado complicado y una madrastra poco conciliadora. A lo largo del libro iremos contemplando como van madurando, paulatinamente, y desarrollando su personalidad, que se irá forjando en el esfuerzo más absoluto y aprehendido. En suma, me ha gustado esta novela histórica, que tiene mucho de historiográfico, y en la que los personajes imaginarios o ficticios se imbuyen tanto dentro de la Historia, que forman licencias esenciales o vitales en la realidad de la obra histórica, verbigracia: uno de ellos es Valtario o Waltario, cuyo nombre existió realmente, y es alusivo al de un visigodo retratado en un poema escrito en el Siglo VI d.C., y el autor lo rodea de la idiosincrasia prototípica de un noble guerrero visigodo de ese momento histórico. “Hermenegildo tiene nueve años. A su lado, en el carro, llora su hermano pequeño, Recaredo. Trata de consolarlo inútilmente, así que se cansa y vuelve a mirar por la apertura del toldo”. «Igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum».

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