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Los vencidos
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Los vencidos

LOS VENCIDOS

Por MAQUE

Por la estepa solitaria, cual fantasmas vagarosos,

abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos,

se encaminan lentamente los vencidos a su hogar,

y al mirar la antigua torre de la ermita de su aldea,

a la luz opalescente que en los cielos alborea,

van el paso retardando, temerosos de llegar…

Luis de Oteyza

Ella lo esperaba; cada noche esperaba su regreso. Había vuelto a salir; ahora siempre a la oscurecida, con las ultimas luces.

Sus correrías, sus quedadas, sus citas clandestinas atenazaban su corazón. Ella tan pequeña, tan frágil siempre con el temor arañando sus tripas.

Ten cuidado. Todavía es demasiado pronto, no te dejes ver.

Era difícil parar el ímpetu, las ganas de quemar las viejas naves, las ganas de olvidar y de vivir. Comenzar en tiempos nuevos como podía, a tragos largos.

Era joven, era audaz, pero todavía quedaba demasiada amargura agarrada a su camisa, demasiados sollozos recorriendo su espalda.

Volver no fue fácil, llegar con el polvo de la derrota pegado en sus zapatos tampoco. Atrás quedaba su lucha, sus valores, todo aquello que le hizo coger la maleta y embarcarse en aquella locura dejando atrás su familia, sus raíces.

En el camino de regreso quedaron los compañeros caídos y un amor incipiente.

De nuevo en su ciudad, en su hogar, el temor corría junto a sus idas y venidas.

!Por Dios, sé prudente, decía mientras trataba de apañarle el pantalón o la camisa. No vuelvas tarde... y él la sonreía y estampaba un beso en su frente.

Ella, solo ella le esperaba cada noche, a veces con un vaso de leche en las manos, siempre con la esperanza de verle llegar sano.

Lo cuido y lo amo, lo quiso siempre, desde el primer día que vio su carita enrojecida por el llanto, tan chico, tan solo. No lo amamantó, pero él le sonreía con la sonrisa más tierna, más pura.

Unos pasos precipitados, una canción silbada con descaro anunciaban su regreso.

-Gracias Dios por devolvérmelo, devolverme su alegría y su juventud...Y él mientras se deshacía de la gorra y el pañuelo con una mano, con la otra atrapaba su cintura, la balanceaba y acunaba.

¿Bailamos tiuca? ¿Otra vez esperando? Sabes que siempre vuelvo, cruzaría el universo solo por verte.

Y así, como casi todas las noches, su pequeño mundo volvería a estar en orden.

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