La Guerra de los Treinta Años tuvo comienzo en la forma de una guerra civil en los territorios de los eslavos y de los germanos, católicos contra protestantes para decidir cuál debería ser la política religiosa de ambas nacionalidades, es decir Bohemia contra Alemania. Pero, existían otras naciones, con intereses contrapuestos, y que deseaban obtener sus frutos territoriales apetecidos. Es decir, Suecia, Dinamarca y Francia, dos potencias evangélicas calvinistas y una católica Francia bastante tibia o ligera. Alemania y Bohemia decidieron la paz en Praga (1635), esto no agradó a suecos y franceses que decidieron seguir combatiendo hasta la extenuación. Entre los años de 1440 hasta 1690, los magnates comenzaron a cambiar sus ejércitos de fideles, que peleaban con armas blancas, para crear ejércitos regulares regios o nacionales que utilizaban ya las más eficaces armas de fuego.
“La primera parte del conflicto, 1618 a 1635, estuvo marcada por el eclipse del sistema del ‘Tercio’, ejemplificado por Tilly, por un sistema de guerra en línea asociado con la meteórica carrera del rey Gustavo Adolfo de Suecia”. Por consiguiente, sus sucesores se dedicaron a poner en práctica, lo más urgentemente posible, las nuevas formas de combatir. La guerra se convirtió en una encarnizada contienda de desgaste, ya entre ejércitos bastante parejos. Con este nuevo modo de combatir, se perseguía el producir el paulatino desgaste del enemigo. La Edad Media no es un mosaico estereotipado de cientos de estados autónomos o semiautónomos, sino que existen reinos consolidados, y con todo tipo de estructuras ad hoc para ser así cualificados. Sí es verdad que el autor defiende la existencia de microestados, que todavía existen y son en la actualidad, tales como: Andorra, Mónaco y San Marino; pero en el Medioevo existieron una amplia panoplia de ellos, con estructuras políticas bien definidas. Citaremos los hispanos: León, Navarra, Granada, Portugal, Aragón y Castilla; además Inglaterra, Escocia, Borgoña, Francia, Prusia, etc., y grosso modo.
«¿Qué pasó desde la batalla de Nordlingen al final de la Guerra de los Treinta Años? En este segundo volumen de su memorable estudio sobre las batallas, las tácticas y las estrategias de los ejércitos de la Guerra de los Treinta Años, Guthrie detalla los aspectos militares de la segunda mitad de este conflicto crucial de la Edad Moderna. A diferencia de la primera parte de la guerra, que estuvo dominada por una serie de batallas decisivas (como la Montaña Blanca, Lutter, Breitenfeld o Nordlingen), la segunda mitad se caracterizó por un enfrentamiento continuo entre oponentes más equilibrados. El general exitoso debía planificar y llevar a cabo campañas estratégicas en las que las batallas, los sitios, la maniobra y la logística habían de desempeñar un importante papel, anticipando una dimensión operacional de la guerra. Guthrie examina con detalle todos los aspectos relativos a la estrategia, la capacidad de mando, el armamento, la organización, la logística y la economía de guerra de esta segunda mitad del conflicto. Las batallas detalladas en este volumen incluyen las victorias suecas de Wittstock, Segunda de Breitenfeld y Jankow, las victorias francesas de Rheinfelden, Rocroy, Friburgo y Segunda de Nordlingen, y el anticlímax de la acción de Zusmarshausen. Guthrie pone al descubierto los aspectos que hacen única a la Guerra de los Treinta Años, y la contextualiza en el proceso de evolución de las armas y del modo de hacer la guerra, plasmando con claridad su lento caminar hacia la imposición del naciente sistema de la guerra en línea. Basándose en fuentes inaccesibles hasta ahora para el público español, Guthrie trata cada campaña en detalle, incluyendo exhaustivos órdenes de batalla, tácticas, croquis y mapas que permiten seguir con claridad las operaciones y el desarrollo de las batallas».
El genio instigador del problema bélico ulterior sería, de forma indirecta, el ex-fraile agustino Martín Lutero, fautuor absoluto de la mal llamada Reforma Protestante, en el Anno Domini de 1517, cómo ideólogo de fuerzas centrífugas evangélicas que arruinarían a Europa durante más de un siglo. El enemigo a batir para sus múltiples seguidores sería, ¡cómo no!, la Iglesia Católica y todos sus fieles. Detrás de todo ello estaría el rencor incoercible del mencionado Martín Lutero. “El movimiento protestante se dividió pronto en las ramas Luterana y Calvinista; los luteranos se disgregaron a su vez en Gnesio-luteranos y Filipistas, mientras que los calvinistas lo hicieron en Gomaristas y Arminianos. Otras sectas como Zwinglianos, Socinianos y Anabaptistas también encontraron seguidores, e incluso los católicos se dividieron en líneas nacionales o de facción”.
El siglo XVI está fundamentado en el derecho divino de los monarcas europeos; por lo tanto, los soberanos que no compartían la misma religión que sus súbditos, estaban condenados a ser depuestos. Cuando una minoría religiosa accedía al poder político, la anterior mayoría era literalmente eliminada. Por consiguiente, esta minoría triunfante podía, sin solución de continuidad, conducir a su reino a una guerra civil, de muy difícil resultado. Sea como sea, este hecho motivaba que la clerecía un poco más conservadora tratara de aherrojar a esa disidencia, y perseguir a esas minorías, la cadena conllevaba, pues, más revueltas, y así sine die. En este momento histórico, año de 1618, ya existían tres grupos enfrentados, por la cuestión religiosa, en la Europa occidental: los católicos, los más numerosos, y residentes en los reinos de España y de Francia, Italia, y amplios territorios de Alemania, Polonia y Hungría. Eran conservadores, pero tenían la esperanza de volver a formar parte de una necesaria unidad religiosa. Los luteranos se encontraban en Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, y la Alemania del Norte, radicales irredentos en su nacencia, ahora ya eran más moderados, a causa de los triunfos socio-políticos obtenidos. Los calvinistas estaban en el radicalismo más exacerbado, y eran temidos por católicos y por luteranos por igual; se encontraban en Francia, como minoría tolerada, y mientras no reivindicasen; en Escocia eran ilegales, y poseían núcleos de adeptos en Alemania, Suiza y Transilvania, pero, su centro político o neurálgico eran Las Provincias Unidas de Holanda. El libro, por lo tanto, goza de toda mi recomendación por ser esencial, completo y riguroso. «Fremitu iudiciorum basilicae resonant. ET. Non videre, sed esse».
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