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"El papa en guerra", de David I. Kertzer

Ed. Ático de los Libros. 2024
viernes 19 de diciembre de 2025, 21:20h
El papa en guerra
El papa en guerra
Dentro de la habitual calidad de las obras de Ático de los Libros, hoy nos ofrece en más de setecientas páginas, un libro más que riguroso y esclarecedor sobre el Sumo Pontífice de los católicos, Pío XII. En el mes de marzo de 1939, pocos meses antes de que el 1º de septiembre de 1939, las fuerzas de la Wehrmacht invadieran la sufrida y muy católica nación polaca, los purpurados cardenales de la Iglesia católica se reunían, en la Capilla Sixtina, para la elección en el necesario Cónclave de un nuevo Sumo Pontífice de todos los católicos.

A pesar de los pesares, el Espíritu Santo iluminaría a los electores para que nominaran a uno de entre ellos. Lo sería el Cardenal Eugenio Pacelli, nacido en el año de 1876, y pasado a mejor vida, sub altare Dei, en el año de 1958. Su inteligencia preclara lo había conducido a la Secretaría de Estado del Vaticano. Sería Nuncio papal desde 1917 hasta 1929 en la Alemania del Kaiser Guillermo II, y luego en la República de Weimar, intuyendo la llegada del Régimen del NSADP de Adolf Hitler. Siempre fue muy cauteloso, y parece ser que nunca le gustaron los Estados con gobiernos multipartidistas, intentando, según se cree, rehacer las relaciones con la Alemania de Adolf Hitler, y la Italia de Benito Mussolini. Estamos, por lo tanto, ante uno de los Papas católicos más controvertidos de la Historia, desde Pío IX hasta el presente. Con un fundamento no absoluto, se le ha acusado de mantener una postura bastante ambigua con respecto a la Segunda Guerra Mundial, y el comportamiento genocida nacionalsocialista contra los judíos. Pero, esta postura sesgada tiene muchas aristas, y se le ha juzgado demasiado alegremente. El 2 de mayo de 1938, el Führer Adolf Hitler se dirige a Roma para entrevistarse con el Duce Benito Mussolini. No obstante, la expectación que Hitler esperaba concitar entre los italianos fascistas no se produjo.

El comienzo fue incómodo para el Führer. Asumió que lo acompañarían multitudes vitoreantes junto al hombre que durante mucho tiempo había sido su modelo; sin embargo, al llegar a Roma se vio en un carruaje de caballos ornamentado, sentado junto al pequeño e introvertido rey de Italia. ‘¿Acaso no han oído hablar de la invención del automóvil?’, comentó Hitler más tarde. El desagrado del Führer por el débil monarca de bigote blanco era plenamente correspondido por el rey Víctor Manuel III, quien veía al líder alemán como un degenerado mental, adicto a las drogas. En cualquier caso, como el jefe del Estado era el rey, y no Mussolini, el protocolo exigía que el canciller alemán fuera recibido en el Quirinal, el enorme palacio real construido en la cima de la colina más alta de Roma por el papa Gregorio XIII en el siglo XVI. A Hitler le pareció un lugar melancólico, semejante, si acaso, a una colosal tienda de antigüedades. Su anfitriona allí, la reina Elena de Italia, superaba a su marido en altura por varios centímetros. Tenía un notable parecido, observó el misógino Führer con cualquiera de los guardias a caballo”.

Pero, otra personalidad importante romana estaba claramente irritada, por la visita del dictador germano, y se trataba, obviamente, del Papa Pío XI. Tras esta visita, aquel que portaba las ‘sandalias del pescador Simón Pedro’, ya no estaba de acuerdo con el comportamiento del régimen fascista, quien al apoyar a los nacionalsocialistas otorgaba carta de naturaleza al acoso indubitable que los alemanes del NSADP estaban llevando a cabo, de forma inmisericorde, contra los católicos alemanes, incluyendo clérigos y seglares, hasta tal punto era así de grave, para el Papa, el hecho, que no podía olvidar el asesinato del católico presidente de Cáritas-Alemania/Erich Klausener, la Noche de los Cuchillos Largos. Por consiguiente, Pío XI se negó a entrevistarse con el Führer, salvo que el susodicho Adolf Hitler enmendase su postura incalificable contra los católicos militantes y comprometidos que, obviamente, ya no le apoyaban en Alemania; e incluso más adelante tanto los generales Wilhelm Burgdorf (1895-1945) y Ernst Maisel (1896-1978), como el secretario Martin Bormann (1900-1945), habían dejado bien claro que, cuando acabasen con el problema judío, se ocuparían de los católicos, tanto laicos como clérigos, incluyendo a los católicos de la Wehrmacht, por su comportamiento moral tan crítico contra aquel sistema político que no respetaba a nada y a nadie que se le pusiese por delante. Estuvo claro, sin ambages, que Adolf Hitler no aceptó las exigencias del Vaticano.

Por todo lo que antecede, el Sumo Pontífice ordenó cerrar los múltiples museos del Vaticano, creando la pertinente y necesaria desazón en Adolf Hitler y en su numeroso séquito que no aceptaban este comportamiento. Además, las luces del Vaticano no se encenderían por la noche en ninguna circunstancia. Inclusive, se atrevió a criticar, con acrimonia, el que la pagana esvástica fuese glorificada en la capital de la religión católica. Los acompañantes de Adolf Hitler en esta visita romana estaban estupefactos por tamaño atrevimiento, y entre otros se encontraban: Joachim von Ribbentrop (ministro de Asuntos Exteriores), Joseph Göbbels (de Propaganda del Tercer Reich), Rudolf Hess (secretario del Führer), Heinrich Himmler (el Reichsführer) y Hans Frank (abogado de Hitler y futuro gobernador genocida de Polonia). Mussolini contempló todos estos desplantes como algo inesperado y no permisible, ya que los italianos no contemplaban la prepotencia soberbia de los germanos como algo soportable, por su constante discurso de ser la raza superior, como para que el Papa le horadase su relación con Hitler y su régimen, ahora que tan necesario le era. La única opción posible estribaba en esperar, pacientemente, la muerte de Pío XI, pero eso estaba en las manos de Dios Todopoderoso.

De hecho, a muchos de los subordinados del pontífice en el Vaticano les preocupaba que las constantes críticas del papa a los nazis pudieran comprometer la posición privilegiada de la Iglesia en la Italia fascista. Entre estos prelados ninguno era más poderoso que el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Eugenio Pacelli, segunda autoridad solo después del papa y un hombre ampliamente considerado como el probable sucesor de Pío XI cuando muriera”.

Es obvio, y era de conocimiento público entre la clerecía romana, que, el cardenal secretario de Estado no tenía la más mínima simpatía o afecto a Adolf Hitler, un ex-católico austriaco, y por supuesto asimismo a los nacionalsocialistas. El concordato firmado en 1933, por el cardenal Pacelli con el Führer, con la finalidad de proteger los intereses de la Iglesia católica en Alemania, había sido incumplido desde el primer momento; ya que Hitler llevaba en sus genes impreso el no cumplir nada de lo que firmaba, si se oponía a sus intereses, y estaba dispuesto a engañar a quien fuese. A pesar de todo, el cardenal Pacelli tenía miedo a los crímenes que pudiese efectuar el régimen nazi contra los sacerdotes y monjas católicos, como así ocurriría en efecto, ya que los hitlerianos asesinaron a más de cincuenta mil sacerdotes europeos, a partir de 1939, entre ellos al sacerdote Maximiliano Kolbe o a la monja-abadesa carmelita Edith Stein. No obstante, todavía y en estos momentos, se contemplaba a los alemanes como el baluarte más riguroso, serio y poderoso, contra el terrorífico, criminal, genocida y ateo comunismo soviético.

«El verdadero rol del papa durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando Pío XII murió en 1958, sus documentos permanecieron sellados en el Archivo Secreto Vaticano. Así, multitud de preguntas sobre lo que sabía e hizo durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto quedaron sin respuesta. Con el tiempo, esas preguntas no han hecho más que crecer y enconarse, y Pío XII se ha convertido en uno de los papas más polémicos de la historia. En 2020, los archivos de Pío XII se desclasificaron finalmente. David I. Kertzer, uno de los principales estudiosos sobre el Vaticano, ha accedido a estas nuevas y cruciales fuentes, así como a archivos de Italia, Alemania, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos, para trazar un extraordinario y actualizado retrato de las acciones y omisiones del papa mientras la guerra desgarraba el continente y los nazis asesinaban en masa a los judíos de Europa. ‘El papa en guerra’ aclara los mitos que han rodeado a las acciones del papa entre 1939 y 1945, y muestra un papa que se plegó repetidamente a la voluntad de Hitler y Mussolini. Esta es, sin duda, la obra definitiva sobre el rol del papa durante los terribles años de la Segunda Guerra Mundial».

El enconamiento de las relaciones entre Pío XI y el nazismo seguían preocupando a Benito Mussolini que, como era de rigor, contemplaba con preocupación el comportamiento del Papa y, además, la cuestión se agravó más, si cabe, cuando el Duce se enteró de que el Sumo Pontífice estaba preparando una encíclica dirigida, obviamente, a todos los católicos del mundo, y en la que se denunciaba, de forma directa y prístina el racismo contra los eslavos y el antisemitismo contra los judíos. A un Papa enérgico y poco diplomático, le iba a suceder o substituir políticamente un diplomático sensu stricto. En suma, una obra sobresaliente, que recomiendo vivamente, por necesaria y documentada. Aunque, ni los judíos tienen una opinión tan crítica sobre Pío XII, en la actualidad. ¡Lectura obvia! «Ceterum censeo Carthaginem esse delendam».

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